Plumas invitadas

A B E R -----   A C H !


“Pero ----- Ayyy, cada pulgada que la humanidad avanza cuesta arroyos de sangre; ¿no es eso demasiado caro? ¿Más aún cuando  tal vez la vida de cada individuo valga tanto como la de todo el género humano? Porque cada persona ya es un mundo, que nace con ella y con ella muere; en el fondo de cada tumba reposa una historia universal.”   Heinrich  Heine 

(Aber ---- ach! jeder Zoll, den die Menschheit weiterrückt, kostet Ströme Blutes; und ist das nicht etwas zu teuer? Ist das Leben des Individuums nicht vielleicht ebensoviel wert wie das des ganzen Geschlechtes? Denn jeder einzelne Mensch ist schon eine Welt, die mit ihm geboren wird und mit ihm stirbt, unter jedem Grabstein liegt mine Weltgeschichte)
    
Durante los años de 1840 Heinrich Heine publica sus impresiones sobre un viaje que hizo a Italia. En compañía de un viajero ruso visitó el campo de batalla de Marengo, donde años antes el ejército republicano francés mandado por Napoleón Bonaparte había  vencido al ejército austriaco, sinónimo de reacción y de autocracia. Gracias a esa victoria, Europa, la humanidad tal vez, avanzó un paso más hacia la libertad; de eso estuvieron convencidos los actores tratando de imponer su revolución.

Sin embargo, "Aber--- Ach!", pero--- AYY, ¿qué hay de ellos, tantos muertos, tantas vidas sacrificadas, tanto dolor?  Heine no vivió ni vio algo de eso. Desaparecieron todos y el campo soleado nada revelaba de lo que allí sucediera años atrás. Sin embargo, el poeta pronuncia su queja:
"Aber---- Ach!", ¿valió la pena... tanta violencia?”

Colombia, nación que en este momento avanza un paso más cerca de la paz, cuenta sus muertos… los que por medio siglo dejaron sus vidas en numerosos campos de batalla. ¿Quién los recuerda? Vidas segadas como cañas bajo el filo de los machetes, vidas trituradas por odio, resentimiento o deseo de revancha, vidas mochadas antes del tiempo. ¡Cuánto talento perdido, cuánta belleza tirada!

¿Avanzó el país algunas pulgadas en el camino hacia Estado de derecho, libertad y unidad?  progresó  -como se lamenta Heinrich Heine- ¿progresó en espíritu humano? ¿O fue esto un "Schlachtfeld" colombiano, no un campo de batallas sino de "campo de matanzas" (traducción literal del alemán), un regreso a la barbarie histórica? dejando sólo tristeza atrás.

La gran mayoría de estas vidas sacrificadas nunca tuvo tumba; hay fosas desconocidas, cadáveres comida para peces, hornos crematorios; ¿reposarán en la memoria colectiva, como sucedió a los muertos en Auschwitz  cuyos cenizas volaron al aire?

"Vida del hombre, cómo te pareces al agua;
Destino del hombre, cómo te pareces al viento."

Asì escribió Goethe y tocó el punto clave. Nacimos para ser olvidados por la vida misma.

Si para algo importante ha servido eso ha de ser para menos violencia, para marcar nuevo reinicio. No habrá sido del todo inútil la bárbara lucha si se avanza por la paz una sola pulgada…tal pienso yo y me imagino un campo cubierto de flores que tape todos los campos de la matanza, esos "Schlachtfeld" del mundo que nunca se acabarán mientras el hombre siga siendo quien es, nacido para preservar intereses ciegos, vivir con entusiasmos y patriotismos falsos.[1]

Friedrichmanfredpeter,  septiembre  2016







[1] "Esta es mi patria", dijo el arenque refiriéndose al mar. "Y este es mi compatriota" dijo refiréndose al tiburón…Y esa fue su última palabra.





///////////////////////////////////////////////////////////////////////


Café, sueños, un futuro habitable

Un cuento de Daniel Díaz Mantilla

La Habana, 1970. Licenciado en Lengua Inglesa. Narrador, poeta y ensayista, vinculado actualmente como editor a la revista La Letra del Escriba. Ha publicado Las palmeras domésticas (narrativa, Premio Calendario 1996), en·trance (narrativa, Premio Abril 1997), Templos y turbulencias (poesía, 2004), Regreso a Utopía (novela, 2007), Los senderos despiertos (poesía, Premio Fundación de la Ciudad de Matanzas 2007) y el Salvaje Placer de explorar (Premio Alejo Carpentier, 2014) . El Instituto Cubano del Libro le otorgó en 1998 la Beca de Creación Dador y en 1999 el Premio Temas de Ensayo en la modalidad de Humanidades.




Carmen abre sus ojos y el brillo solar impregna de golpe sus pupilas.
Un segundo atrás todo era calma, silencio que el mar poblaba sin término de letanías. Un segundo atrás flotaba en penumbras, consciente a medias de la mañana, con los párpados cerrados y las olas disolviendo en laxitud el rumor de la calle.
Ahora, el día estalla en los cristales y cae sobre las sábanas sacándola del sueño, iluminando con intensidad inusitada esa otra dimensión de su realidad.
«Demasiado calor», piensa.
Se ha cubierto la cara como para retener un poco más la noche; y aunque el sudor rueda por su piel y la incomoda, prefiere el calor a ese brusco erguirse en la vigilia.
«Transitar de la paz a la prisa en un instante, sin escalas, es dejar atrás una parte de sí», piensa, e imagina un halo que se esfuma, una estela sobre el verde oceánico donde su cuerpo flota otra vez en plena calma.
Pero el calor persiste y Carmen rueda sobre el colchón, casi con furia deseando que este despertar sea todavía otro sueño. Se incorpora, aparta el cerquillo de su frente y mira afuera.
Un cielo incontestable y limpio como la felicidad la acoge.
«¿Qué es la felicidad?», se pregunta y ese remanente de sonrisa en sus labios comienza a borrarse en el hastío de amanecer de nuevo al mismo ciclo: trabajar, trabajar, envejecer lentamente sin esperanzas de cambio. «¿Y quién puso en mí la ilusión? ―quisiera inquirir―, ¿no trajo Pandora en su caja también la esperanza?»
―Ya basta ―murmura, recogiéndose el pelo en un moño negligente que enseguida se deshace.
Mira en el espejo esos vellos demasiado oscuros que han empezado a crecerle en las aréolas. Con desgano se palpa recordando su sueño.
Estaba en el mar. Nadaba y algo, una mano tal vez, le acariciaba los muslos desde abajo. El sol quemaba su piel desnuda sobre el agua. Después la mano se hizo diente, fue el oleaje y la confusión, su cuerpo hundiéndose en profundidades de asfixia y esa sensación de ser arrancada de golpe hacia la vigilia: esta vigilia donde también se ahoga, aunque más despacio, casi sin agitación, sin resistencia.
Mientras recoge su bata recuerda que hubo placer en ese ahogarse. Su carne maltratada por las olas, rota a dentelladas, se iba llenando de un líquido cálido, un semen de plenitud.
«De plenitud de muerte», piensa.
Con los pezones erectos, excitada a medias y a medias harta, mira el bulto yacer sobre la cama. Hubo días en que ese bulto sació su alma. Entonces el horizonte parecía alcanzable y despertar era como fundirse en un abrazo largo con la vida. Se amaban y el tiempo fluía en claridades estables, pero esos días pasaron.
Carmen se viste, observa al bulto respirar ajeno y se va hasta la cocina. Mecánicamente vierte el polvo en el filtro, llena de agua el tanque de la cafetera y prende la hornilla.
Piensa en los años que ha perdido en esa inútil sucesión de actos sin la menor trascendencia, viviendo como sonámbula entre paredes que el sol y la humedad cuartean, como sonámbula viendo en la pantalla los rostros de los actores saltar de una telenovela a la siguiente, envejeciendo.
«Treinta y dos años», piensa y coloca la cafetera sobre el fuego.
Tantea los bolsillos de su bata, extrae un cigarro y lo enciende. Luego se recuesta a la meseta, fuma achicando los ojos, ansiosa, y mira la llama azul del gas quemar sin humo.
Treinta y dos años, y de ellos diez aquí, soportando con estoicismo el embate de interminables tormentas, las horas cayendo a su espalda como el mudo hilo de polvo en un reloj de arena, muda ella misma, la carne ya apagada en lento y frío desconsuelo.
Un río negro mana por el ojo del surtidor y llena el vaso. La habitación se carga de un aroma dulce. Carmen sirve el café, sorbe de su taza e intenta no pensar.
«¿Qué sentido tiene todo esto?», se pregunta apagando la hornilla.
Sus ojos recorren las paredes, los mosaicos manchados de grasa vieja, el esmalte pringoso de la cocina, los quemadores que el fuego ha ido oxidando y royendo.
En un gesto brusco abre al máximo las llaves. Después vuelve a su silla, fuma y sorbe despacio su café. Mira el reflejo de la bombilla que irradia en su taza, dejándose ir, sin resistencia.
«La vida es dura ―se dice―, demasiado dura», y recuerda esa mole sobre el colchón, vencida y lamentable, tan distinta hoy de aquel que alguna vez, hace tanto, describiera para ella un futuro hermoso y habitable. Quisiera no culparlo, pero el llanto nubla su mirada y esa gota que baja por su mejilla lleva concentrado en sí todo el cansancio, todo el desamor que los aparta.
«Dios juzga a los hombres por las lágrimas de sus mujeres ―piensa, secándose los ojos―, ¿pero a las mujeres cómo las juzga?»
Sonríe con tristeza observando sus manos gastadas, los platos sucios amontonados en el fregadero.
―¿Y quién juzga a Dios? ―murmura todavía.
El gas brota con un silbido leve.
Carmen cierra los párpados, apoya su cabeza mareada en los mosaicos y sueña un mar profundo, tranquilo, solitario.
Despierta al fin.
El brillo solar impregna sus pupilas, encegueciéndola. Un segundo atrás todo era calma, silencio que el gas poblaba de interminables letanías. Ahora ese bulto yace a su lado en el colchón, exánime.
Carmen se levanta sin ruido, pero el bulto gira sobre las sábanas:
―¿Qué hora es? ―pregunta.
Ella se viste sin mirarlo. «¿Qué te importa a ti la hora», le preguntaría si tuviese algún sentido. Pero no.
Él se incorpora a medias, bosteza y le sonríe.
―¿Pasa algo?
Silencio.
Él respira hondo, inútilmente. Ella termina de arreglarse, estudia en el espejo su imagen, recoge sus llaves, su cartera, y se marcha.





OoOoOoOoOoOoOoOoOoOo


Si le adivinara todas las miradas


Claudia Lama A. 

Claudia Lama (Barranquilla, 1973), es diseñadora de interiores. Desde 2008 participa en el taller José Félix Fuenmayor, que hace parte de la red de talleres de escrituras creativas RELATA, apoyada por el Ministerio de Cultura. Ha publicado sus cuentos en la revista dominical del periódico El Heraldo y en la revista Cambio. Fue la ganadora del primer puesto en el concurso nacional de Estímulos Relata 2012 para integrantes de los talleres de todo el país. El jurado, conformado por Roberto Burgos Cantor, Jorge Franco Ramos y Miguel Manrique Ochoa escogió a los ganadores entre las 112 propuestas remitidas en las categorías de cuento y poesía. Debido a la cesión de derechos a la Red no podemos publicar aún el cuento ganador, Un par de huevos, pero entregamos otro excelente relato de esta autora.




Si pudiera saber qué piensa ahora, cuando levanta los ojos del libro y no me mira a mí sino a la nada por encima de los techos manchados y grises de las casas vecinas.

Dice que de alguna manera va a lograr que yo lea más, por eso me asalta con fragmentos de las novelas que lee. A mí no me interesan, pero la escucho como si fuera un niño al que le van a revelar el misterio de un cuento, quiero que crea en todas las posibilidades conmigo. El jueves vino a comer con una novela nueva. Me leyó la primera página sentada en el sofá mientras yo preparaba unos sándwiches: algo sobre una mujer nostálgica en una terraza recordando amores que se fueron para nunca volver. Pero cerró el libro antes de terminar. Hoy no tengo ganas de historias tristes, dijo, se quitó las gafas y me miró con una de esas miradas que ya le conozco. Se levantó y vino caminando descalza sin quitarme los ojos de encima. Solté el cuchillo y comenzamos una historia más feliz en la hacinada cocina. Dejó la novela olvidada en el sofá hasta hoy, que le ha dado por leerla desde temprano.

Anoche estuvimos en la fiesta de cumpleaños de una de sus compañeras de oficina, según ella una idiota con ínfulas de mejor vida. Quiso ir a ver la casa de la qué tanto alardea. Llegó con su mejor cara saludando a todo mundo, presentándome como su nuevo novio. Uno de sus compañeros me estrechó la mano diciendo pero si aquí está el ilustre que hizo el milagro. No tuve tiempo de preguntar por el milagro con cara de “amable” curiosidad porque ella le hizo una mueca, no le hagas caso, y me jaló al otro lado del salón.  Luego de conseguir unos tragos me dejó charlando con algunos maridos, para que vayas conociendo a la gente, mientras la anfitriona le hacía un tour por la casa. Me miró un par de veces desde otro lado de la sala, charlando con amigas o recorriendo los muebles con los dedos, haciéndome cómplice de quien sabe qué pensamientos. Cuando me mira así, como diciéndome algo en secreto, que yo no entiendo, me la quedo viendo con cara de cómplice, quiero que tenga todas las complicidades conmigo. En la fiesta estuvo radiante, animada, luciendo el nuevo pantalón rojo, que le queda tan bien, hasta que apareció el flaco con pinta de yuppie reciclado y entonces le cambió la cara. Me acerqué. Y ese milagro de tenerte por aquí. Vine a pasar el fin de semana. La sentí incómoda. Gabriel, mi novio. Lo noté ligeramente aturdido.  Mucho gusto, Carlos. Y de pronto a ella le entró el afán por irse, cuando normalmente soy yo el que insiste ya veo almohadas en las paredes. Y así comenzamos la despedida. Gran fiesta, le dijo a los anfitriones unos minutos después en la puerta, tienen una casa preciosa. Una mierda, me susurró camino al carro.

Durante los regresos no para de hablar, me cuenta acerca de todo, la gente, la decoración, la comida, el servicio, la película. Dice que soy un despistado, que no me doy cuenta de nada. La escucho, me divierten sus ocurrencias, me cautiva la forma como su mirada minuciosa recorre la vida. Piensa que no le pongo atención porque le respondo poco, se molesta, le digo que para ella soy todo oído, me mira sospechosa, consiente, me sigue contando. Pero anoche estuvo callada. Lo único que logré fue que me contara que el tal Carlos trabajó un par de años en la empresa y que hace unos meses consiguió un empleo mejor pago en otra ciudad. Cuando llegamos dijo que estaba muy cansada, se desvistió rápido y se convirtió en una crisálida acostada a un lado de la cama. Me tragué en seco las ganas de sacarle el pantalón rojo.

Hoy salió de la cama antes que yo, ella, que dice categórica que las mañanas de los domingos son para dormir. La encontré ojerosa en el balcón, sentada al lado de la mata que revivió desde que me obliga a cuidarla, absorta en el libro de la historia triste, apática a todo plan que propuse para salir. Y el día que amaneció soleado, perfecto. En la cocina encontré media jarra de café.  No tengo hambre, me dijo apenas, concentrada en la maldita novela.

Quisiera sentarme a su lado en el balcón, pero sólo caben ella y la mata. La miro a ratos asomado desde la pantalla del portátil. Estoy a la vista mal acomodado en el sofá, haciendo el ruido que puedo sin ser muy obvio, pero es inútil. Tiene los ojos ensombrecidos como por un dolor añejo. No me ha leído nada, pasa las páginas, se detiene, mira lejos, vuelve al libro. Yo me pregunto qué hace leyendo sobre amores que se fueron el único día de la semana que pasamos juntos.

Hace un rato casi tropiezo con la tetera china que consiguió emocionada el domingo pasado en un pulguero. Me tiene invadido con baratijas arrumadas en un rincón que este apartamento no se puede dar el lujo de ofrecer, el rincón de la vida que sueña, de la que a veces me habla, cuando la situación mejore, pero la que no sé todavía si sueña vivir conmigo.

Tengo ganas de hacer sonar las llaves, luego vuelvo, salir sin decir nada más, cerrar de un portazo, hacerme notar, irme un rato al carajo, no contestarle el celular, volver tarde. Pero mejor me calmo y practico lo de mirar en perspectiva, estoy cansado de cagarla. Quizás es uno de esos días de ella a los que mejor me voy acostumbrando. Quizás más tarde se aburra de leer y me cuente sobre el libro después de hacer el amor, quizá demos un paseo antes de dejarla en casa de su tía. Quizás el próximo jueves me asalte con fragmentos de una nueva novela, quizás no haya más encuentros con amores que se fueron para volver un sábado a joderlo todo, quizás el próximo domingo la encuentre en la cama cuando despierte, diciéndome que hace demasiado calor como para que la abrace. Quizás preparemos el desayuno juntos.

Mientras me sirvo un vaso de agua, suena su celular. Lo tiene al lado de ella en la poltrona. Mira quien llama, pero no contesta. No me atrevo a preguntarle quién es. Deja el libro. Me sonríe cuando pasa rumbo al baño. Seguro va a dejarme aquí plantado para ir a encontrase con el malparido flaco.

Me mira cuando sale del baño envuelta en la toalla. Amor, ¿estás bien? ¿Tienes hambre?



**********************************


El Caribe imaginado: complejo hotelero sin cultura y con mucho “sol y playa”


Por Yusmidia Solano Suárez1
Fotos: Patricia Iriarte


En el No. 33 del periódico Saber2 , (año IV), del martes 13 de marzo de 2012, aparece como titular de primera plana: “El mejor viaje de la vida universitaria” y debajo de una gran foto de una maleta con un mar de fondo se anuncia… “El Caribe es el destino más solicitado por los estudiantes [en el viaje] que realizan en su último año de carrera, seguido del crucero por el Mediterráneo que coge fuerza debido a los grandes descuentos que se lanzan”. Ya en la página 2, en desarrollo del artículo que tiene como titulo interno “Análisis”, y que nos hace suponer que es el artículo central de la edición, se lee otro titular: “Más sol y playa que visitas culturales”. Y debajo: “El Caribe es la opción más solicitada por los estudiantes como destino para el viaje de fin de carrera. Los alumnos se organizan y sondean las agencias en busca de un destino que no supere los 1.000 euros. La elección de un crucero coge fuerza cada año debido a los descuentos”.

Después de explicar la importancia y la tradición de hacer un viaje de fin de carrera y de cómo, pese a las dificultades económicas actuales, el viaje sigue teniendo acogida, se detiene a presentar el problema: “El dilema surge a la hora de elegir el destino: playa o cultura. Pero lo cierto, es que el binomio sol-playa se impone a las visitas a monumentos y museos”. Más adelante se explica que el Caribe sigue siendo el destino más elegido por la mayoría de los estudiantes, según informan especialistas del sector turístico. “Punta Cana –cabo situado al este de la República Dominicana -, y Riviera Maya, en México son los lugares preferidos. La calidad de las playas, la bachata, las fiestas, diversión y el servicio completo del complejo hotelero son los grandes atractivos. En el precio va incluido la estancia completa”.

Entonces parece ser que la calidad de las playas, la bachata y las fiestas en Punta Cana no son cultura, mientras que los museos y monumentos sí lo son, como se colige de la anterior descripción y de este otro párrafo: “la siguiente opción es un recorrido por el centro de Europa que va perdiendo fuelle año tras año. Es una elección cargada de cultura ya que su principal atractivo es el recorrido por los principales museos del viejo continente y por los monumentos más destacados”.

Esta visión nos remite a los estereotipos que se han tenido en Europa sobre el Caribe. Pasamos de ser las islas plagadas de antropófagos, los “Caribes”, a los cuales había que exterminar para poder poblar y civilizar las nuevas tierras con las culturas europeas, mediante el uso de la espada y de la cruz que fue la manera como se realizó la invasión al continente Abya Yala (luego denominado “América”), a ser las islas donde todo se reduce a sol y playa, donde no hay culturas por conocer, aunque sería más propicio hablar de “reconocer”. Pero para no generalizar, digamos que en el artículo se están reflejando los prejuicios de quien lo escribió, el periodista David Azuaga. 


Pero ¿será una idea sólo de éste comunicador social considerar que las vacaciones, la actividad que se realiza en una playa, los deportes, la música y las fiestas no son cultura? Si entendemos por cultura esa totalidad compleja de actividades, conocimientos, creencias, costumbres, artes, construcciones materiales y espirituales de los seres humanos para vivir en sociedad, de acuerdo a las condiciones ambientales e históricas, todo eso que hacen las chicas y los chicos españoles en Punta Cana es parte de una cultura, aunque en este caso es más su propia cultura la que ponen en evidencia que la de los pueblos Caribes y lo que se estaría reflejando es que prefieren esas “prácticas culturales” a los recorridos por monumentos que resumen los más de 5.000 años de construcción de civilizaciones al ritmo de batallas, guerras, victorias y derrotas de las diversas naciones europeas para constituirse como tales, así como el proceso de esplendor, poderío y enriquecimiento que siguen manteniendo las iglesias de estas culturas, representado en sus imponentes catedrales, que quizá a la juventud no le diga mucho, pero que son aspectos trascendentes de esas culturas al fin y al cabo. 

Mujeres artesanas de Rincón del Mar (Sucre)


Lo cierto es que el turismo tipo “todo incluido” no permite ver las culturas de los pueblos que se visitan sino mediante espectáculos organizados para turistas. No se promueve que las chicas y chicos y los visitantes en general tengan una verdadera inmersión en la cultura de esos lugares, que conozcan los elementos históricamente reconocidos como representativos de la cultura local. Se puede ir y volver de uno de estos viajes conociendo poco (quizá algo de la bachata y el merengue dominicano y del reggaetón de las islas) de las tradiciones culturales de estos países, que se conciben solo como balnearios y no como pueblos con complejas, ricas y diversas culturas que son resultado de los procesos de mestizajes más intensos de la humanidad.


Llama la atención que para financiar estos viajes los estudiantes, según un recuadro del periódico, recurran a realizar rifas, fiestas y a editar calendarios “con fotos de ellos ligeros de ropa o incluso desnudos. Esta medida, suele tener bastante éxito de ventas” (pág.3). Esto es, lo decimos sin ninguna ironía, una muestra de una nueva práctica cultural de las y los jóvenes andaluces.

1 Profesora Asociada Universidad Nacional de Colombia, Sede Caribe. Realiza actualmente estancia doctoral en la Universidad de Granada,  España. Correo electrónico: yussolano@yahoo.com.

2 Se autodefine como “El periódico de la Universidad Andaluza”. Es editado por el Grupo Joly. Es una publicación de los periódicos: Diario de Cádiz, diario de Jerez, Europa Sur, Diario de Sevilla, El Día de Córdoba, Huelva Información, Granada Hoy, Málaga Hoy y Diario de Almería y en él se recogen mensualmente las noticias más destacadas de las universidades de esta comunidad autónoma.



Granada, 14 de Marzo de 2012


******************************************


Miami Beach Blues N° 5

El escritor y periodista colombiano residente en Miami, Jaime Cabrera, ha hecho llegar a un grupo de lectores amigos varios envíos de una especie de pseudo blog o blog privado, como él lo llama, que se titula Miami Beach Blues y que va por su quinta entrega. Lo hace para “mantenerme en forma como atleta de la palabra” y lo define como apuntes que hablan de su experiencia vital, intelectual, artística; de sus lecturas, de lo que le rodea, de lo que recuerda. En esta sección reproducimos el más reciente texto, que explora, en una prosa fresca y llena de datos interesantes, la experiencia de la maratón y de los escritores caminantes.


1.

Primeras luces del domingo. Los atletas han partido del AmericanAirlines Arena, cruzan las calles de Miami Beach, toman el Venetian Causeway hasta Biscayne Boulevard rumbo al Bayfront Park en donde está la meta del ING Marathon. Una vez me atreví a correr el maratón (¡Qué problema con el género!). A pesar de haber sido corredor de velocidad, el fondo no dejaba de atraerme. Era un reto. Pero como dice el escritor japonés Haruki Murakami al comparar la creación de un cuento con una novela, no es lo mismo “plantar un jardín que plantar un bosque”. Y hasta ahí llegó mi atrevimiento. Me quedé con las distancias cortas y los pies literarios en los cuentos. A propósito, Murakami ha escrito en De qué hablo cuando hablo de correr acerca de su experiencia como maratonista (aunque también es triatleta); sobre el impulso que lo llevó a desatender un bar para competir en más de 20 maratones, según él, para no ganarle a nadie, sino a su propio cronómetro porque aunque haya otros alrededor suyo, como la escritura o la lectura, es un acto solitario.


2.

Mario Vargas Llosa ha dicho que nada le hubiera gustado más en la vida que correr una maratón. En Correr, placer intelectual, un artículo publicado a finales de los años setenta, dice qué lo llevó a abandonar el sedentarismo del escritor y el cigarrillo y de cómo Occidente ha orientado desde la cuna de que se es intelectual o deportista. Pero que la gente tendrá que convencerse que como un gran libro existe una cultura física “fuente de conocimiento, combustible para las ideas y cómplice de la imaginación”. Cuando cumplió 60 años, Vargas Llosa, dejó de correr y empezó a caminar una hora diaria. Tal como sucede con la escritora norteamericana Joyce Carol Oates que llueva, truene o relampaguee, corre (o camina) cada tarde. La autora de La fe de un escritor (2003), dice en Correr y escribir, que lo suyo es una actividad “feliz, emocionante y nutriente para la imaginación” que comenzó en su niñez cuando iba por el campo y con el tiempo se convirtió en una adición gratamente extenuante como la escritura (o como hacer el amor).


3.

Charles Dickens nunca corrió maratón alguna –aunque este año con ocasión del bicentenario de su nacimiento en varios sitios se celebra una maratón de lecturas—, pero caminó y caminó y caminó (más que loco nuevo, hubieran dicho en Barranquilla). Y escribió, escribió, escribió (y sigue vigente). Dickens fue un escritor “superstar”: cobraba grandes sumas por sus conferencias, firmaba autógrafos, peleaba sus derechos de autor, viajaba a promover sus libros, acudía a la fotografía y a los medios, hacía lecturas públicas. Una vez, tras una crisis de insomnio, se lanzó a las calles de Londres a caminar sin descanso en la oscuridad y bajo la lluvia pertinaz. Y luego varias noches más. De ahí nació Night Walks. Con Dickens hay una senda de escritores caminantes en diferente latitudes, géneros y épocas, tales como Thoreau, autor del ensayo Caminar; Henry James, los grandes poetas románticos ingleses, Walt Whitman, Rimbaud, el colombiano Fernando González y tantos otros que han dejado constancia de su viaje a pie. O las carreras como Eratóstenes que no sólo fue poeta, matemático, geógrafo, orador y filósofo, sino un atleta completo.

4.

Camino por el boardwalk, frente al mar, cada mañana (cada tarde en verano), una hora. Y en ese lapso pasan las mujeres judías con sus turbantes y sus coches dobles, un hombre que practica la marcha atlética, la muchacha que da saltos cosacos y, de repente, hello, aquel 20 de enero de 1992, “¿Lloverá?”, un peregrino del camino de Santiago extraviado; un tema de Art Pepper, “¿Hablar con Teresa?”, Emil Zatopek disecado, el término barzonear, “¿el corazón como un colibrí?”, un descendiente tarahumara y otro chasqui, el doble de Johnny Walker, “¿Es Lola?”, un cuento que le debo a… “¿nos bañamos?”.

Y hasta aquí alcanzó el papiro.


Jaime Cabrera González.
Mirador del mar desde Collins Avenue
Febrero 10 de 2012, Miami Beach




******

Inmigración y orgullo

La poeta y periodista
colombiana Eva Durán
Soy una colombiana residente en Alemania. Vengo de un país en guerra, una larga, dolorosa y purulenta guerra, una conflagración ignorada por el mundo  y sepultada por una hábil y astuta diplomacia y el silencio cómplice de los medios de comunicación masiva; una hecatombe que a nadie importa en realidad.
Vengo pues del otro lado del mundo, de un lugar hermoso, mágico y sangrante, un lugar donde el caos y la maravilla, la dolor y el talento, la más patológica crueldad y el heroísmo más sublime se funden incesantemente.

Soy una mulata cartagenera, mi abuelo Suta fue un negro descendiente de esclavos  propiedad del infame marqués español de Herrera y Villalba.

Cuando nací mi madre guardó mi ombligo en una cajita de cristal, en la que luego se sumaron los ombligos de sus otros tres hijos. Esa costumbre tiene un origen especial. Desde tiempos inmemoriales en algunas regiones de África, cuando el niño nace, la madre siembra el ombligo de su hijo en la madre tierra para de esta manera darle pertenencia al mundo, a su país, a su familia.


Cuando llegaron a América encadenados como esclavos, los africanos empezaron a guardar  los ombligos de sus hijos sin enterrarlos, pues sentían que esa no era su tierra, y tenían la esperanza de poder regresar algún día a su país a sembrarlos. Esa es la razón por la cual mi madre conserva, 500 años después del inicio de la trágica invasión genocida de Europa a  América, los ombligos de sus hijos en una caja de cristal.

La pregunta ahora es… ¿Que haré yo con los ombligos de los hijos que pariré en Europa?

II

Una de las cosas que más llama la atención y gusta cuando se vive en Alemania es su multiculturalismo y la gran cantidad de razas que aquí convergen: ir por la calle y escuchar dialectos de todos los paises del globo a cada instante. Es una delicia la posibilidad de comer en restaurantes de todos los paises y de sentir olores y tradiciones culturales tan diferentes.

Pero el hecho de que aquí vivan personas de diversos orígenes no quiere decir que exista realmente la posibilidad de vivir expansivamente la propia cultura, ni de que todas las ideas y formas de ver el mundo sean respetadas y apoyadas. Para empezar, partamos de lo básico. La filosofía occidental se ha impuesto arbitrariamente como la única forma válida de asumir el mundo. Occidente sometió al resto del planeta con el poder de las armas, y contradictoriamente consiguió, a punta de barbarie, sangre e invasiones, erigirse como paradigma máximo de todo lo contrario: cultura, religión y filosofía.

Occidente ganó por la fuerza, el chantaje y la barbarie. La grandeza de Europa se alimentó (se alimenta aún) de la increíble riqueza natural de América y de Africa, de la sangre y el dolor de los ancestros. Ganaron a la fuerza, luego se asumen erróneamente mejores.

Las conquistas del pensamiento europeo han sido impuestas como el summun de la creación, y nosotros, LOS OTROS, los que hemos construido nuestro universo personal con postulados diferentes somos considerados en el mejor de los casos "Pre modernos", y lo máximo a lo que podemos aspirar, cuando ya no al respeto, que no es posible para muchos de ellos, es a la sorna, la burla y la indiferencia.

III

El concepto que se tiene en Alemania de integración cultural es la de que nosotros, los extranjeros, los OTROS, tenemos que renunciar a lo que somos culturalmente, despojarnos de nuestros orÍgenes, desdibujarnos, invisibilizarnos por completo para adaptarnos a ellos, lo cual entraña una violencia sicológica profunda, ya que esta realidad no tiene en muchos casos nada que ver con nosotros, con nuestra esencia, con lo que amamos y esperamos del mundo, con nuestro acervo cultural y tradición. Y claro, está esa amenaza implícita de que “Si no te gusta, pues lárgate de mi país”.

La Alemania tradicional no es  flexible ni generosa con las otras culturas ni con las OTRAS formas de ver el mundo.

Esta bien… aquí hay dinero y tecnología y una organizacion social que ya quisiera yo para Colombia, y no se pueden desconocer iniciativas loables muy puntuales que podrían considerarse ejemplo de respeto y apoyo a la igualdad y los derechos humanos. Alemania es campeón mundial en derechos de los animales, por ejemplo, y es tambien el único país del mundo que cumplió al 100% el Protocolo de Kyoto.

Pero el eurocentrismo, el racismo, la xenofobia, la intolerancia, son la regla en el día a día. Y lo grave del asunto es que es una política brutal que se lleva a cabo no por una ley estatal sino en el día a día, y sufrida por el ciudadano de a pie.

Y es esa, la discriminiacion sutil, la mas peligrosa de todas ya que no hay forma de combatirla si no es el propio Estado el que decide agarrar el toro por los cuernos, aceptar que existe y hacerlo. Una solucion sería, por ejemplo, un programa de discriminacion positiva con los turcos de Alemania, que son casi el 10% de la población, como la que se ha llevado a cabo en USA con los negros.

La segregacion racial estadounidence fue posible acabarla porque era plenamente reconocida. ¿Cómo cambiar la situación de los turcos, que están aqui solo para servir a los alemanes sin la mas minima posibilidad de ascender laboralmente o de ser aceptados en sociedad?, ¿si esto es algo que hiede en el ambiente pero que está prohibido aceptar?

Si pudiésemos volver atrás estoy segura de que en los años treinta, para la opinión pública alemana el principal problema eran los judíos. Y si hago la odiosa comparación es porque estoy convencida de que Hitler no inventó absolutamente nada, sencillamente canalizó hábilmente un odio que estaba allí, en el ambiente. Así que pienso que si llegase a aparecer en la Alemania actual un líder carismático, capaz de canalizar el desprecio y el odio que la opinión pública siente hacia los turcos, algo muy grave ocurriría en este país.

En el evento (imposible por demás) de que los turcos residentes aquí desaparecieran de la faz de la tierra o regresasen a Turquía, o emigraran en masa al Africa, siempre estaria EL OTRO, el que se viste diferente, el que no habla alemán perfecto... entonces el problema, la mirada soberbia, la discriminacion vendría sobre los hispanos, los asiáticos, y cómo no, sobre los negros.

Algo muy interesante pasará en Alemania, pues aquí se perdió el concepto de familia y gran parte de la población no desea tener hijos, asi que nos dejan esa labor a nosotros los inmigrantes (yo deseo tener tres, como mínimo). Esto quiere decir que en 100 años los alemanes serán una minoría étnica en su propio país.

IV

Nosotros, Los Otros, Los Diferentes, Los Inmigrantes, los que por encima de todo estamos felices de asomar nuestras narices a esta otra realidad, a este otro planeta, a esta otra forma de ver y de concebir el mundo porque hacerlo nos enriquece y nos abre la mirada, nos limpia y nos expande el espíritu y las alas, pero por ello no estamos dispuestos a ceder un ápice en nuestra propia identidad ni a bajar la cabeza ni a suplicar nada.

Nosotros, Los Otros, Los Diferentes, Los Inmigrantes, los que jamás nos inclinaremos ante alemán o europeo alguno. Los que respetamos esta cultura y valoramos lo valorable que hay en ella pero que no tenemos la menor intención de asumirla como propia ni a mirarla como superior a la nuestra.

Nosotros, Los Otros, Los Diferentes, los Inmigrantes, exigimos con todas las mayúsculas que se nos respete nuestro universal derecho a la intimidad personal y a la diferencia, a la conservación, uso y promoción permanente de nuestro propio idioma y cultura, y a la libre y soberana autodeterminación.

Nosotros, Los Otros, Los Diferentes, Los Inmigrantes, deseamos la posibilidad de sembrar en esta fria y extraña tierra el ombligo de nuestros hijos.

Porque muchos de nosotros fuimos arrancados sangrienta y dolorosamente de nuestro verdadero hogar, y nunca es demasiado tarde para encontrar otro.

 Eva Durán
Colonia, Alemania
2011



*****************



¡La muerte del caimán sentipensante!


Homenaje al hombre caimán, de Alex García

Esa fue la frase que no pude evitar decirme a mí mismo en voz alta cuando Alex García desplegó frente a mí, en su estudio de Puerto Colombia, en una tarde de hace tres o cuatro años, aquella terrible y maravillosa pintura con la que él quiso rendir homenaje, como artista y como amigo, a uno de los seres humanos más valiosos que han dado las tierras, húmedas ahora de sangre y de ignominia, de este Caribe que Alfredo Correa D’Andreis tanto soñó de otra manera.

Y aunque el título que Alex ha dado a su obra es otro, el de Homenaje al hombre caimán, para mí ya no hay forma que pueda llamarle de otro modo que no sea este: La muerte del caimán sentipensante. E inevitablemente, cada vez que por alguna razón viene a mi mente la imagen o el nombre de Alfredo, se aparece también, como trágico telón de fondo, el lienzo enorme del cuadro de este artista que ha tenido el extraordinario acierto de ejecutar una de las obras alusivas a la violencia colombiana más importantes de los últimos tiempos en nuestra pintura,  luego de la propia Violencia de Alejandro Obregón, pincel bastante cercano, por cierto, a la vida y oficio de Alex García. Sin que esta asociación pretenda salirse, desde luego, de las debidas proporciones. Pero la obra está ahí para corroborarlo.

Sentipensante era una de las palabras favoritas de Alfredo para referirse a la aspiración de llegar a ser hombres cabales que pudieran combinar en la vida, con la misma validez y trascendencia, las dimensiones de la razón y la emoción, y conjurar así esa escisión esquizoide que acusa a nuestra cultura desde siempre. Esa era sin más la meta de su programa. Y Alex García, poseído de esa portentosa fuerza expresiva que siempre lo ha caracterizado, supo lograr en sólo unos rápidos y precisos trazos la imagen terrible de un hombre-caimán debatiéndose en la agonía de la muerte, tendido en la inmensa soledad del blanco, levantando la cabeza herida hacia un cielo turbulento, y derramando, a la orilla de un mar y un río apenas sugeridos, una lágrima azul y un solo hilo de sangre de la mano inocente.

El resultado es al mismo tiempo varias cosas: desgarramiento, erotismo, exquisitez creativa, conmoción estética, reclamo, denuncia y documento. Por eso, ningún homenaje más profundo y más hermoso que este que Alex García propone a la posteridad para recordar el nombre y la significación de Alfredo, el caimán sentipensante.


Miguel Iriarte
Poeta
Director Biblioteca Piloto del Caribe





oooooooo///////////////////oooooooo





Fiestas matronales en El Carmen de Bolívar


Por Ana Vicky Oeding


Kopfy es el apodo de un cibernauta colombiano, mi nuevo mejor amigo, residente en USA, que me manifestó recientemente "conflicto en el alma" frente a la alegría que observaba en los habitantes de nuestros míseros caseríos y poblados del sur de Bolívar, por donde trasegara como ingeniero hace más de veinticinco años, antes de emigrar. Lo comprendo sabiéndolo inventor de soluciones, creador de ingenios, mago de aparatos y aparatejos, constructor de organizaciones... en fin… ingeniero. Me acompañan sus palabras, en un "repeat" involuntario de la memoria,  durante estos días, viendo y viviendo un momento crucial del probablemente exitoso "retorno" a El Carmen de Bolívar -y a los Montes de María en general- después de casi quince años de guerra.  

Mis visitas se han dado cada vez con más frecuencia y en esta ocasión llego en plena celebración de las fiestas patronales de la Virgen del Carmen. Y me parece entender el secreto de esa alegría con todo y la pobreza material que atormentara  el alma de mi amigo: es el mismo secreto de la proverbial hospitalidad llena de risas de mis coterráneos montemarianos,  desdibujada por la guerra pero que ha retornado a los corazones. Proviene de la profunda, total, relación con la tierra, con “el monte” y sus olores y sobre todo, con su sonido: cuando el gran tambor de los montes suena, el corazón de cada montemariano late feliz en armonía perfecta. Es la misma armonía que se disfruta en el porro, es la misma felicidad nostálgica del vallenato sabanero, canto de la lírica vernácula.

Después de los recientes hechos bélicos, la resistencia carmera vuelve a reír y a hablar alto. “Imagínate niña lo que fue para uno, que es taaan bullero,  aprender a hablar bajititico, porque no se sabía quién lo estaba escuchando y cómo lo iba a interpretar”… comenta una de las más férreas representantes de los que permanecieron allí, en sus casas, pasara lo que pasara, a la buena de Dios, y con grandes pérdidas encima: la muerte de un hermano y de una sobrina, y la pérdida del sagrado derecho a “la saludadera” que nos heredaron los abuelos, debidamente  instalados en la mecedora o el taburete frente al andén vespertino de su casa.

Me voy a la procesión de la Virgen del Carmen el 16 de julio de este año de gracia de 2011. ¡Dios! caminar dos horas, de las casi diez que duró el evento, fue hermoso pero agotador. Una manifestación descomunal de caminantes, campesinos de todas las montañas de El Carmen, de todas las veredas, de las poblaciones aledañas donde también se escuchan los sigilosos pasos del retorno, vinieron a prenderle velas a la virgen; cargadores consuetudinarios de su imagen que se emborrachan al lento son del porro con el que la pasean y la bailan. Porque la Virgen del Carmen también es de la tierra feliz, le gusta bailar y está acostumbrada a que sus parejos estén ebrios de amor, de ron y de alegría. Por ello será, me digo, que también le gusta que la miren de frente en la procesión, aunque la fanaticada deba caminar de espaldas y que así la entren a su iglesia, para seguir sonriéndole a sus seguidores y a sus hijas, las mujeres montemarianas que han sostenido la tierra en las verdes y en las maduras.

La idea proviene del inconsciente colectivo, que comparto y que me permite percibir la sencilla ecuación: madre=tierra=virgen=montaña=maría. Todo apunta a un matriarcado. Eso es harina de otro costal, pero en todo caso también yo acurruco la imagen de mi hijo Alvaro Miguel bajo el manto protector de la Virgen del Carmen, la gran matrona.

Después… ¡a darse un delicioso baño de agua fría con totuma…! (ya no hay  muchas totumas en el casco urbano, así que en su defecto, caldereticas). Acueducto, no. En El Carmen no hay. Todavía no. Y aún se respira en algunas esquinas el aire de un pueblo abandonado con premura.  Pero también se nota la reconstrucción de casas, de negocios, el olor fresco de la pintura.  La juventud estudia,  juega fútbol,  elige reinas;  los coqueteos han vuelto a la plaza; la adrenalina de las bolas de candela se sigue pateando en los nueve días de la novena  a la virgen. El Carmen de Bolívar respira vida y esperanza. No más miradas de reojo, no más estigmas de región belicosa. Se siente de nuevo, en el fríito que viene desde la montaña por las noches, la “tierra de placeres, de luz y alegría” a la que cantara el insigne carmero, don Lucho Bermúdez, el maestro.

Allí nomás, a cuarenta minutos del Carmen… en mi pueblo natal, Zambrano, denominaban hace más de cuarenta años como “los blancos”, a los personajes con algún pecunio, lo mismo que a las familias que habitaban el marco de la plaza. El decir no estaba exento de afecto y las relaciones eran entonces bastante ingenuas de parte y parte. (Así lo recuerdo yo, por lo menos). Pues bien, también asisto en El Carmen de Bolívar al retorno de “los blancos”. Una “vuelta a la tierra de uno”,  no tan mediática como la de las primeros saladeños protegidos por la Ley de Justicia y Paz. De pronto tampoco tan ensangrentada ni triste. Pero una vuelta tremendamente odiseica, en su nivel de la humana añoranza por la tierra donde aprendieron a amar, a bailar y a gozar fandango con banda.

Este año se dio el más grande retorno y reencuentro de “los blancos” del Carmen después de la reciente guerra.

Incluso fue meteóricamente reconstruido el abandonado Club del Carmen, para realizar una espectacular fiesta del reencuentro el sábado 16 de julio en la noche.  Muchos de ellos apenas si  tuvieron tiempo, hace casi dos décadas, de trancar las casas y escapar sigilosamente a Cartagena o a Barranquilla, o a algún  camino aún más largo y azaroso. Cada uno tiene su historia… muchas no tan felices seguramente.

Ojalá”, pienso y comento a alguien que trata de escucharme al mismo tiempo que suenan los acordes de la Banda de Sahagún cerrando un día intenso a las doce de la noche con deliciosos whiskys en la mano, frente a la preciosa casa de una de las familias que siempre han creído en su pueblo y que hoy celebran el retorno. “Ojalá que quienes queremos retornar tengamos la amarga lección aprendida. Pensemos mañana mismo, mientras pasa el guayabo etílico, como arquitectos, abogados, profesores, comunicadores, ingenieros, hombres y mujeres de negocio etc., en que el bienestar material hay que procurarlo para todos.”

Son extraños estos tiempos en el mundo; algo susurra al oído de quien quiera escuchar, que todos y cada uno, somos uno solo. Es decir, somos el TODO humano, y que -para nuestro caso- si uno solo de los hijos de la tierra montemariana es maltratado, olvidado, estafado, TODOS sufrimos las consecuencias.

Sí, mi Kopfy…¡eeesss cantar!




****   ****   ****


TIGRES Y POLLITOS


Ana Vicky Oeding


Vivimos en una ciudad infestada de tigres. “¡GO TIGERS…GO!”, es el eslogan que anima a los estudiantes del más glamuroso colegio bilingüe de la ciudad, situado en la vieja carretera a Puerto Colombia. En esta ciudad de tigres, Ángela, Sara y Mercedes organizaron un grupo de lectura.

Los aprendices de tigre se hallan en cualquier calle de barrio; habitan en la jungla de los estratos sociales: se pega al pito de una moto el tigre cuarentón que va arrancándole la moneda al día, al tiempo que corcovea, en el carril de al lado,  un lindo y joven felino en una camionetona último modelo, polarizada y con una alarma que anuncia: “Este lindo felino está retrocediendo…este lindo felino está retrocediendo…este lindo…”.

Todo va bien… ¿Qué más podemos hacer las mujeres pensantes una noche de viernes en una ciudad de tigres despiadados, si no nos interesa andar de coqueteo por las destartaladas calles o en los bulliciosos centros comerciales? Además, a nosotras no hay quien nos engañe: no le jalamos a las religiosidades y sus escándalos mal entonados. “De pronto hasta un maestro hindú bien hermoso, rozagante de bondad con turbante y todo, para poner su estampita en la mesita de noche”, dice Ángela, graciosa y soñadora… “pero curas y pastores…nooo… ¡ni loca!”. Es ella quien me invita al club de lectura.

Hoy es viernes y hay grupo … qué rico…la cita es a las siete y media. Llegamos cinco mujeres. La anfitriona ha tendido colchas frescas y cojines grandes en el patio, sobre la hierba húmeda de hojas anchas y mullidas que trajeron los gringos a la ciudad hace años, cuando fundaron El Prado.

¡Todas las hermenéuticas son bienvenidas en nuestro grupo de lectura, qué maravilla! Disertaciones rápidas sobre magia y alguna que otra queja vedada sobre los maridos, las madres o los hijos.  Pero todo cargado de buena voluntad, la verdad sea dicha. Cero chismes. Cero malas intenciones de palabra y obra.  Confraternidad y sabiduría femeninas en estado de alta pureza. En serio, que le haríamos mucho bien a esta ciudad …si ella nos tuviera en cuenta para algo.

Esta noche de luna llena por ejemplo, nos sentimos lobas. Mujeres que corren con los lobos…el libro de este mes; nos ayuda.  Hermoso texto de respuestas y esperanzas que nos prodiga un segundo aire. Hora y media de lectura en voz alta con agradables entonación y comentario.

Es viernes y después de la lectura tenemos fiesta. Quedamos desde la última reunión en permanecer más tiempo hoy en el grupo, festejando cumpleaños y luna llena, con vino, torta y demás. Marialejandra, veintiañera, morena vivaz y rolliza, saca sin preámbulos un cigarrito de marihuana. Todas aceptamos con el silencio: bienvenidos los juguetes de la imaginación.

En nuestra ciudad nadie aprueba públicamente  la marihuana. Pasaron  más de 60 años desde el boom de Daniel Santos, inquieto “anacobero coletísimo”, y las primeras mamás que alertaron a sus hijos asustándolos con los mariguaneros del parque Almendra y del barrio Olaya yacen ha rato en sus tumbas.  Sin embargo, en todo este tiempo “la bareta” no ha logrado, por lo menos nominalmente,  trascender en el imaginario colectivo  los límites de  parques,  bailaderos de salsa, reuniones de los herederos de la bohemia sesentera…Ah claro, y los linderos de Bellas Artes.

Son las 11 pm  y ya somos nueve las chicas en el grupo.  En  los seis meses que tiene este club de lectura, la fiesta de hoy y la socialización de la “bareta” son novedad, pero todas hemos reaccionado bien.  Aunque varias lobas prefieren no fumar, no se pierde la conexión espiritual del grupo  y  en este punto de la conversación dejamos a un lado la crítica, por más tintes antropológicos que tenga. Es que las críticas sobre esta mediana ciudad en la que vivimos y sudamos, tarde o temprano derivan en chisme y eso está bien para los costureros, otro tipo de terapia de grupo de naturaleza femenina, más antigua y tradicional en nuestra ciudad. No para nosotras, ilustradas y progresistas.

Las más jóvenes van desapareciendo sin despedirse, para sacarle el jugo a la virgen noche de viernes.  Las cincuentonas hemos preferido ver el video de una cantante de fados. Como suele suceder cuando se integra una múltiple experiencia a través de comentarios, sale el humor al ruedo, a ganarse la partida.  Y como no hay profesores ni coordinadores ni autoridad alguna que controle, estalla una carcajada colectiva que irrumpe en el silencio de la medianoche en esta casa mediana y dormida.

La anfitriona se levanta afanada presintiendo los desastres de la algarabía, Ángela hace shshshsh…., conteniendo la risa. De pronto sale del fondo del  corredor el bramido soñoliento del tigre de la casa. Su voz bronca y en tono mayor no admite dudas. Está furioso con la bulla:  “¡NOJODA, CALLÉNSE VIEJAS H.P., DEJEN DORMIR!”

Lo que sucedió después  tendría que mostrarse en cámara lenta para poderlo  narrar.  En menos de  tres minutos se desarrollan  unos hechos que en circunstancias normales tomarían por lo menos media hora: en medio de absoluto silencio y semioscuridad se apaga el video, se reorganiza el espacio, se echan platos y cubiertos desechables a la basura, se recogen tendidos y cojines del patio, se apagan las pocas luces prendidas, cinco mujeres se ponen zapatos o sandalias, se ajustan brasieres que se habían desabrochado para descansar, se buscan y encuentran, sin prender la luz, bolsos y otros jotos  traídos a la velada, se llaman dos taxis a domicilio, se dan besos de despedida y se escucha la única voz: la de la anfitriona tratando de guardar un tono normal mientras dice realmente compungida: “¿Por qué se van? Frescas, frescas, en serio que no pasa nada”… Se montan tres mujeres como un solo hombre dentro de un taxi, se dan las direcciones a mil…¡y arrancamos!!

Después de otros dos minutos de silencio, con las caras frescas por la brisa que entra por la ventanilla, y respirando profundamente, las tres mujeres volteamos, y por primera vez después de la maratón, nos miramos las caras:

 “Ay, - se lamenta tiernamente Ángela- “me estoy orinando…”



- Yo también, anota Mercedes, la despistada…pero ustedes no me dieron tiempo de ir al baño.

- Qué baño ni qué nada, con ese energúmeno gritando había que salir en fuga, reprende Sara en broma.

- A propósito…¿a qué hora se fueron las lobas y nos convertimos en pollitos?


No hay comentarios.:

Publicar un comentario

Los rumbos de Sara Harb   Por Patricia Iriarte   Me sumergí en él, salí, pasaron días. Lo retomé y volví a leer uno de los últimos c...