jueves, enero 11, 2007

Página de poesía





Árbol, pájaro, nido

Esta mañana el ajetreo de los pájaros me resulta insultante. Son casi las once y divago, me distraigo y me debato entre hacerme el desayuno y estrenar los libros relucientes.

Qué hago aquí, me pregunto, como si tuviera una respuesta. Como si tuviera que tener una respuesta. Son casi las once y los pájaros parecen recién levantados. Vuelan por todas partes, diseminando semillas y anunciando algo de lo que no nos percatamos; discutiendo, silbando, resolviendo cosas del almuerzo, supongo. ¿No era pues, al amanecer cuando encendían sus gargantas para después volverse invisibles entre el rumor de la ciudad, hasta la hora del ocaso?

¿Qué hago yo aquí, ociosa, inútil y humana entre tantas aves laboriosas que no cesan de poblar esta mañana? Por todas partes se escuchan; por el manglar, por la playa, por la avenida; alargando el día con su sola presencia, con el solo sonido de su palabra: pájaro, que es toda música y libertad, libertad y desorden en las horas.

Pájaro, árbol y nido se confabulan en un himno elemental, en una imagen esencial de la naturaleza que persiste en su quehacer, en su milenaria colaboración para producir más árboles, más pájaros. Para arrullar la semilla que vuela y luego se sumerge en la tierra oscura y tiembla y se deshace en hojas que guardarán al nido y así pueda producirse, entonces, una mañana como esta en la que no me queda más remedio que escribir este poema.

Patricia Iriarte



A LA VIDA SE VIENE A VIVIR

Impresiones acerca de “PAIS INTIMO”, de Hernán Vargascarreño

Fondo Editorial Universidad del Magdalena, 2006


Patricia Iriarte


Cada región de este País Íntimo nos depara una sorpresa. No porque sorprenda la calidad literaria de Hernán, pues ya la conocíamos, sino porque el poeta sabe cuándo y cómo tocarnos con su palabra, a veces dulce y otras brutalmente, allí donde más la vamos a sentir.

El país de Hernán tiene viajeros, trenes, estancias, confesiones, advertencias, juegos de infancia, rituales, imprecaciones, diatribas. Lo recorren trenes de equívocos trayectos; lo surcan imágenes luminosas, plenas de significado; lo atesoran las casas en sus altos muros que devienen en tumbas; lo define un invierno que dejó en la memoria su tristeza fecunda; lo habita un hombre que se confiesa culpable, vivo, hastiado, rebelde, acusador, dispuesto a lanzar la piedra de la poesía contra nuestra conciencia para sacarla de su cómodo sueño.

Su íntimo país, como el de cualquiera de nosotros, tiene una hermana, una abuela, un padre –ausente, por variar-, una carta, y ese inevitable inventario de posesiones donde caben el agua, los frutos de los árboles y “una que otra tormenta con sus bellos relámpagos.”

Lo maravilloso es que el poeta transmuta esos lugares comunes en su único y particular universo, y al mismo tiempo logra que ese universo, que le es tan propio como su sangre y sus recuerdos, lo reconozcamos también como nuestro. Es nuestra esa casa, esa Colombia en que vivimos, esos dones que compartimos y esas mismas cicatrices que parecen hacer parte de nuestro código genético; que llevamos casi como una bandera.

Y es así porque el país de Hernán, es decir, su poesía, no ha salido del cubilete de un mago. Se ha macerado en lecturas y se ha nutrido en algunas de las vetas más hermosas de la poesía colombiana: allí palpita Arturo, con su amor desmesurado por la naturaleza; allí está la huella de Gaitán Durán, con su rumor de fuentes y su certeza de estar vivo; allí resuena el País secreto que cantara Roca en los ochentas y que hoy regresa, con el dolor intacto, golpeándonos el rostro.

Vargascarreño se indigna, como lo hizo y lo hace aún la generación desencantada, pero ya no sufre esa indignación sino que la ejerce como un sagrado derecho, sin importarle de lo que se le tache, sin hacerle concesiones a las modas como tampoco a las ideologías. A la vida se viene a vivir, ha dicho, y eso es lo que hace, sin olvidar que la vida tiene su reverso:


El poema quinto de “País de agujeros”

Que los árboles persistan

en su antigua agonía,

que de mi boca verde

se siga deslizando este país de hormigas

que se pudre en silencio.

La palabra de Hernán es viril cuando enumera, con triste y delicado sarcasmo, los oficios que atentan contra la poesía, como ese de Persuadir a cierto cuchillo/para que ignore el pan/y solo se ocupe de los enemigos, o ese otro de: Dirigir la flecha/al corazón del único guerrero/que podría libertar a su pueblo.

Pero también es femenina su palabra cuando pronuncia la “Oración” e incluye en la plegaria “...las rosas no abiertas que presienten el roce/de tu aliento”.

En su País Íntimo, Hernán grita, llora, exige y acaricia, subvierte crucigramas, insulta diccionarios y se da el lujo de decir todo aquello que muchos, aún en la intimidad de sus alcobas o en el confesionario de sus analistas, no se atreven a decir (mucho menos a pensar, presos de culpa). Como aquello de desear que un enorme enorme/ meteorito se estrelle contra la tierra y ¡zas! /todo (y todos) quedemos convertidos en pavesas, /en polvillo del universo...

Sí, a la vida se viene a vivir, y eso incluye el hastío, pero también, y por fortuna, el prodigioso recurso de escribir hermosos y profundos versos capaces de salvarnos de ese hastío.

Los rumbos de Sara Harb   Por Patricia Iriarte   Me sumergí en él, salí, pasaron días. Lo retomé y volví a leer uno de los últimos c...