miércoles, diciembre 26, 2007

Indispensable

Leer la carta-poema de despedida del poeta colombiano Hernán Vasgascarreño, al dejar la ciudad de Santa Marta después de vivir muchos años en ella y fundar Poetas al Exilio junto a un grupo de escritores e intelectuales samarios. Hernán se va para Bogotá dejando en nuestra región una importante revista de poesía, Exilio, con más de 15 números publicados. Es una lástima que se vaya de nuestro patio, pero sabemos que ese paso es de mucha trascendencia para nuestro querido amigo.

Aqui está el poema que Hernán nos ha dejado en el corazón y a la poesía caribeña. Porque lo sentimos nuestro.



PARTIDAS



Mas volver debe el alma…
Volver a la morada suya antigua.

Luis Cernuda


I
Vuelvo al inicio de mi viaje.
Regreso al final de todo hombre sabiéndome soñado.

Me despojo de esta máscara que tanto talla
y me ajusto al rostro apacible de la Nada.

II
Me voy despidiendo de todos
ahora que nadie me ve;

poco a poco he aligerado las valijas:
libros, trastes, ropas y asuntos
que ya no puedo soportar
porque mis fuerzas son livianas,
y no conozco dónde sueñe el puerto
que urde un tramo de mi tiempo
desde siglos antes de nacer.

III
Mil veces hice las valijas,
previne rutas y estaciones,
me atafagué de ropas para inviernos,
de barbitúricos para noches desoladas;

agarré de allí a un amor
y de más allá me despedí de los paisajes
que siempre presintieron mis huidas;

pero nunca partí porque huí antes de la hora
y me quedé mirando cómo se alejaba
el barco que nunca se alejó,
el barco que se llevó lo que retuve
a fuerza de luchar y pactar con los recuerdos.

IV
Mañana asomará la hora precisada,
los boletos los tengo en el bolsillo.

He dicho adiós a los vecinos
que solían saludarme cuando estaban vivos;

abrí la puerta de la jaula a los pájaros
que nunca apresé: soltaron vuelo;

me deshice de mis duelos, de mis huesos,
de un tanto de mí para poder ser espantajo,
y saludé como siempre a las nubes y montañas
engañándolas para que no sepan que me voy.

V
Qué hacer con este día que ahora pesa,
cómo borrar el regusto de este atardecer
y no ver los pájaros que ya vuelven a sus nidos
ni escuchar sus gritos de días ya gastados.

Para mañana me alisto sin afanes,
me pongo todo lo que no tengo,
desecho todo lo que me falta.

Pero mañana fue un día,
hace años…
Ya no recuerdo cuándo.

VI
Concebí el libro que no soñé mientras el alma
se evadía en el lenguaje de los cuerpos;

deshice los versos que no escribí –y que ahora leo-
cuando soñaba sabiéndome despierto;

buscando su silencio leí el mundo hacia atrás
borrando tonadas que aprendí, pasos que olvidé,
palabras que no soy y no puedo cantar.

Todo es vano.
El pasado es más presente que el ahora.

VII
Perdí mi ruta sin moverme de mi puerto,
aposté al lujo de amar y gané tres veces en mi vida,
mis tres amores van conmigo y no sé cómo ocultarlos,
todos llevan su mirada delatora: otra vida más dichosa.

Estas manos conocen tu última morada, cuerpo casi
mío que a veces confundí con el ulular de la noche;

navegué en tu sangre a brazo fuerte y tuve miedos,
arrié velas, erigí casa y dormí bajo sus árboles;
de sus ramajes imité algunas trinadas
para alejar la larga sombra del ahorcado matutino;

sentí crecer los hijos que de tanto no ser ya son ancianos
y hasta el final acaricié fielmente el lomo de mis perros;

pero nada era mío, salvo el irme permanente;
perdí mi ruta sin moverme de mi cuerpo.

VIII
Para ayer me preparé …porque mañana.
Para huir de mí me puse un nombre …porque yo.
Para este día me alisté …porque me fui.

Vuelvo al inicio de mi viaje.
Regreso al final de todo hombre sabiéndome soñado.

Me despojo de esta máscara que tanto talla
y me ajusto al rostro apacible de la Nada.

Pero mañana fue un día,
hace años…
Ya no recuerdo cuándo.


Hernán Vargascarreño
Dic. de 2007

jueves, diciembre 20, 2007

Desde la hamaca




Deberíamos, pero no

Por Mara del Rio


Agosto de 2007

Deberíamos hablar de la primavera tropical por estos días; de las explosiones de color que suceden en los árboles y del verde renacido con las lluvias. Pero la realidad nos obliga a mirar, y a pensar en otros temas: agrios, cruentos, desoladores como las imágenes que nos asedian por doquier.

El país está sembrado de muertos, lo demuestran los hallazgos, penosamente comunes, de las fosas. Los ríos, salidos de madre, arrastran casas, cadáveres, culpas, cultivos, verdades. En la ciudad o en el campo, la gente es avasallada por tropas color verde, color gris, color negro, color muerte. Los representantes del pueblo no son tales y el pueblo sigue sin saber elegirlos. Los políticos se sientan a manteles con los “señores” de la guerra. Los corruptos se siembran cada vez más en los cimientos sociales. El deterioro avanza; y como en las novelas de Rojas Herazo, no cesa el rumor de la plaga que carcome los bienes, las conciencias y las instituciones.

Deberíamos mirar las cometas flotando en el cielo, pero en su lugar vuelan helicópteros. Deberíamos respirar aliviados por la confesión de los verdugos y la esperanza de justicia, pero sus palabras siguen siendo tan oscuras como sus intenciones. Deberían los gobernantes ser superiores a sus retos, pero descienden hasta el lodo y son pendencieros. Alientan la justicia por mano propia, juegan sucio, mienten, timan, chantajean.

Diciembre de 2007

La horrible noche todavía no cesa. La soberbia cercena todo intento humanitario. La carta de Ingrid, su imagen minada, su dolor, nos golpea a todos. Los políticos, todos, siguen sin saber qué hacer: ni los presidentes de la potencia europea, ni los viejos líderes de la guerrilla colombiana.

Deberíamos hacer lo que hace un pueblo digno: levantarse, decir basta, apartar la niebla de sus ojos, revocar, derogar, desobedecer; construir otra casa, otro país, incluso otro himno, otro escudo, otra bandera si es preciso. Porque todo emblema está arruinado, y todo símbolo pervertido.

Deberíamos tomar ciertos ejemplos, rescatar ciertos sueños, estrenar ciertos derechos. Deberíamos, pero no… Alguien nos detiene, algo nos paraliza. ¿Está dentro de nosotros? ¿Dónde está? ¿Qué es? ¿Quién es? ¿Hasta cuándo, hasta dónde? Pero sobre todo, ¿Por qué?

lunes, septiembre 17, 2007

Féminas

La Carta a Isolda

Por Mara del Río

El texto que sigue es un fragmento de un artículo titulado “Carta a Isolda”, publicado en la página www.ciudaddemujeres.com, el pasado 24 de abril. En esta pieza del género epistolar, la autora, Pilar Cabanes Jiménez[1], asume la personalidad de Leonor, una abuela que transmite a su nieta su sabiduría en torno a la condición femenina en los tiempos que le tocó vivir. Pero la carta, en tanto pieza literaria, no es más que un recurso para introducir a sus potenciales lectoras en la obra de la escritora medieval Cristina de Pisán, como parte de de un trabajo mayor titulado “Antología didáctica de escritoras en la Historia”.

“Querida Isolda, luz de mi vida, nieta más amada, te escribo esta carta que espero que entregues un día a tu hija y ésta a la suya, pasando de generación en generación; hasta que amanezca el día en que no se haga necesario porque nos reconozcan y nos reconozcamos.
Una poetisa griega, a la que leí a hurtadillas de tu tatarabuelo, Safo, decía estas palabras: Os aseguro que alguien se acordará de nosotras en el futuro. Y eso pretendo yo, mi niña, al escribir estos folios, de nuevo casi a escondidas, pues sabes bien que la lectura y la escritura, en nuestra era, no son cosas femeninas. Pero mi cielo, aunque te instiguen a coser, a fregar, a tomar marido y a criar hijos, como labores mujeriles; nunca dejes de leer, de escribir tus sentimientos en primera persona; aunque debas hacerlo en secreto o con un pseudónimo masculino, porque llegará el día en que alguien se acuerde de ti. Llegará el día en el que las mujeres puedan despojarse de esta máscara impuesta por la sociedad; el día en que podamos elegir marido; escribir, leer, sin que sintamos que usurpamos un territorio de hombres; investigar, pintar, operar, hacer lo que nos plazca sin tener en cuenta nuestro género.

Isolda, a través de mis palabras te quiero transmitir unos conocimientos para mí muy valiosos. Quiero que tengas una imagen de la mujer plasmada por otra mujer; para que seas justa a la hora de valorar a tu propio sexo. A menudo, los hombres ofrecen una visión un tanto distorsionada de nosotras, plasmándonos en sus escritos, como ángel o como diablo, como la madre de Dios o como la perdedora y tentadora del hombre. Imagen ésta tendente a los extremos que no se corresponde con la realidad femenina.

Por otra parte, nuestros escritos, nuestras composiciones musicales, nuestros inventos, no gozan de la misma popularidad que los realizados por el hombre; pasando desapercibidos, por ser obra femenina; o, en el peor de los casos, siendo incluso robados por aquellos que nos rechazaron.”
A continuación, la abuela pasa a narrarle a su nieta “algunas de las cosas que pude descubrir al leer algunos libros y al escuchar algunas conversaciones privadas”, entre ellas, que Sócrates había reconocido que algunas mujeres tenían una sabiduría superior a la suya, refiriéndose a la ilustre Aspasia, de quien habría aprendido el método filosófico que luego la historia le atribuyó a él. Más adelante continúa la abuela, refiriéndose a las cartas de Abelardo y Eloisa: “Mi niña, si sientes curiosidad y quieres leer estas cartas, acude a mi buena amiga Cristina de Pisán. Ella las consiguió y me las leyó al calor de la chimenea. Recuerdo que brotaron lágrimas de nuestros ojos.”

De esta forma la autora presenta la figura de Christine de Pizan o Cristina de Pisán, escritora de ideas adelantadas que desarrolló la mayor parte de su trabajo literario entre 1400 y 1418. Defensora de la educación femenina y según dicen, tenaz contradictora de los hombres en sus críticas a las mujeres, se le considera la primera francesa de letras que consiguió vivir de su profesión. Pasó varios años pleiteando para recuperar su herencia, lo que hizo que tuviera que ganarse la vida escribiendo. Compuso tratados de política y de filosofía, y libros de poesía.
Es sorprendente que en esa época una mujer lograra expresar algo que describe la experiencia de muchas mujeres hasta hoy: “Y si alguna mujer aprende tanto como para escribir sus pensamientos, que lo haga y que no desprecie el honor sino más bien que lo exhiba, en vez de exhibir ropas finas, collares o anillos.”



[1] Licenciada en Filología Hispánica en la Facultad de Filosofía y Letras de Cádiz. Realizó el Doctorado en la misma y ha escrito diversos artículos relacionados con el mundo medieval: la muerte, la medicina, los ungüentos, la sexualidad, las enfermedades venéreas, el aborto, el deseo femenino, las escritoras, la tipología femenina en las cantigas de escarnio, entre otras, publicados en revistas sobre Historia, Arqueología y viajes. Ha sido directora artística de varios musicales, el último, sobre La Vida de Santa Juana de Lestonnac. Actualmente trabaja como profesora de lengua y literatura, en el Instituto Fernando Savater, en Jerez de la Frontera.

jueves, enero 11, 2007

Página de poesía





Árbol, pájaro, nido

Esta mañana el ajetreo de los pájaros me resulta insultante. Son casi las once y divago, me distraigo y me debato entre hacerme el desayuno y estrenar los libros relucientes.

Qué hago aquí, me pregunto, como si tuviera una respuesta. Como si tuviera que tener una respuesta. Son casi las once y los pájaros parecen recién levantados. Vuelan por todas partes, diseminando semillas y anunciando algo de lo que no nos percatamos; discutiendo, silbando, resolviendo cosas del almuerzo, supongo. ¿No era pues, al amanecer cuando encendían sus gargantas para después volverse invisibles entre el rumor de la ciudad, hasta la hora del ocaso?

¿Qué hago yo aquí, ociosa, inútil y humana entre tantas aves laboriosas que no cesan de poblar esta mañana? Por todas partes se escuchan; por el manglar, por la playa, por la avenida; alargando el día con su sola presencia, con el solo sonido de su palabra: pájaro, que es toda música y libertad, libertad y desorden en las horas.

Pájaro, árbol y nido se confabulan en un himno elemental, en una imagen esencial de la naturaleza que persiste en su quehacer, en su milenaria colaboración para producir más árboles, más pájaros. Para arrullar la semilla que vuela y luego se sumerge en la tierra oscura y tiembla y se deshace en hojas que guardarán al nido y así pueda producirse, entonces, una mañana como esta en la que no me queda más remedio que escribir este poema.

Patricia Iriarte



A LA VIDA SE VIENE A VIVIR

Impresiones acerca de “PAIS INTIMO”, de Hernán Vargascarreño

Fondo Editorial Universidad del Magdalena, 2006


Patricia Iriarte


Cada región de este País Íntimo nos depara una sorpresa. No porque sorprenda la calidad literaria de Hernán, pues ya la conocíamos, sino porque el poeta sabe cuándo y cómo tocarnos con su palabra, a veces dulce y otras brutalmente, allí donde más la vamos a sentir.

El país de Hernán tiene viajeros, trenes, estancias, confesiones, advertencias, juegos de infancia, rituales, imprecaciones, diatribas. Lo recorren trenes de equívocos trayectos; lo surcan imágenes luminosas, plenas de significado; lo atesoran las casas en sus altos muros que devienen en tumbas; lo define un invierno que dejó en la memoria su tristeza fecunda; lo habita un hombre que se confiesa culpable, vivo, hastiado, rebelde, acusador, dispuesto a lanzar la piedra de la poesía contra nuestra conciencia para sacarla de su cómodo sueño.

Su íntimo país, como el de cualquiera de nosotros, tiene una hermana, una abuela, un padre –ausente, por variar-, una carta, y ese inevitable inventario de posesiones donde caben el agua, los frutos de los árboles y “una que otra tormenta con sus bellos relámpagos.”

Lo maravilloso es que el poeta transmuta esos lugares comunes en su único y particular universo, y al mismo tiempo logra que ese universo, que le es tan propio como su sangre y sus recuerdos, lo reconozcamos también como nuestro. Es nuestra esa casa, esa Colombia en que vivimos, esos dones que compartimos y esas mismas cicatrices que parecen hacer parte de nuestro código genético; que llevamos casi como una bandera.

Y es así porque el país de Hernán, es decir, su poesía, no ha salido del cubilete de un mago. Se ha macerado en lecturas y se ha nutrido en algunas de las vetas más hermosas de la poesía colombiana: allí palpita Arturo, con su amor desmesurado por la naturaleza; allí está la huella de Gaitán Durán, con su rumor de fuentes y su certeza de estar vivo; allí resuena el País secreto que cantara Roca en los ochentas y que hoy regresa, con el dolor intacto, golpeándonos el rostro.

Vargascarreño se indigna, como lo hizo y lo hace aún la generación desencantada, pero ya no sufre esa indignación sino que la ejerce como un sagrado derecho, sin importarle de lo que se le tache, sin hacerle concesiones a las modas como tampoco a las ideologías. A la vida se viene a vivir, ha dicho, y eso es lo que hace, sin olvidar que la vida tiene su reverso:


El poema quinto de “País de agujeros”

Que los árboles persistan

en su antigua agonía,

que de mi boca verde

se siga deslizando este país de hormigas

que se pudre en silencio.

La palabra de Hernán es viril cuando enumera, con triste y delicado sarcasmo, los oficios que atentan contra la poesía, como ese de Persuadir a cierto cuchillo/para que ignore el pan/y solo se ocupe de los enemigos, o ese otro de: Dirigir la flecha/al corazón del único guerrero/que podría libertar a su pueblo.

Pero también es femenina su palabra cuando pronuncia la “Oración” e incluye en la plegaria “...las rosas no abiertas que presienten el roce/de tu aliento”.

En su País Íntimo, Hernán grita, llora, exige y acaricia, subvierte crucigramas, insulta diccionarios y se da el lujo de decir todo aquello que muchos, aún en la intimidad de sus alcobas o en el confesionario de sus analistas, no se atreven a decir (mucho menos a pensar, presos de culpa). Como aquello de desear que un enorme enorme/ meteorito se estrelle contra la tierra y ¡zas! /todo (y todos) quedemos convertidos en pavesas, /en polvillo del universo...

Sí, a la vida se viene a vivir, y eso incluye el hastío, pero también, y por fortuna, el prodigioso recurso de escribir hermosos y profundos versos capaces de salvarnos de ese hastío.

Los rumbos de Sara Harb   Por Patricia Iriarte   Me sumergí en él, salí, pasaron días. Lo retomé y volví a leer uno de los últimos c...