jueves, agosto 07, 2014

Mónica Lindo, la danza por encima de todo

Todos conocen el trabajo que la bailarina Mónica Lindo hace cada año para las grandes celebraciones del Carnaval de Barranquilla. Sus coreografías para la lectura del bando y la coronación de la reina se han hecho famosas y son motivo de orgullo para los barranquilleros, pero pocos conocen la historia de esta mujer que se ha formado para  hacer de la danza un arte mayor en nuestra ciudad y un medio de vida digno para miles de personas.



Por Patricia Iriarte

El 1 de mayo de este año la Corporación Cultural Barranquilla cumplió 20 años de creada. La flor de la juventud, se diría, en una persona, pero en una organización artística representa ya una interesante edad adulta. Para celebrar la ocasión, Mónica Lindo y Robinson Liñán con su troupe  de bailarines se inventaron una fiesta en el patio de la sede en ese jueves festivo. Artistas escénicos al fin y al cabo, los anfitriones colgaron telas de colores, sacaron los instrumentos y armaron una mesa en las que podían verse algunos de los 15 Congos de Oro ganados por la escuela y varios  álbumes con recortes y fotos que atesoran buena parte de la historia de la danza en Barranquilla.
Mónica Lindo de las Salas, coreógrafa y bailarina barranquillera.

Los pasabocas y el coctel habían comenzado a circular, por supuesto, desde el principio del convite, y tan pronto se fue la luz del sol comenzó la proyección de los saludos que habían enviado desde diferentes ciudades del mundo tres ex bailarines de la escuela. Un momento emocionante en el que no faltaron las lágrimas ante los sentimientos de gratitud y cariño que expresaban los compañeros desde otras tierras.

De pronto alguien anunció que había llegado el momento de las anécdotas. Fue la parte más divertida de la fiesta porque, ya habiéndose saludado todos y todas, comido alguna cosita y compartido un vaso de jugo salpicado con ron, varios invitados se lanzaron al ruedo a recordar en voz alta, con toda la gracia del caribe, algunas de las más disparatadas situaciones vividas tanto en sus giras como en el brete cotidiano. Una bailarina contó, por ejemplo, lo que pasó delante y detrás de bambalinas en una presentación del grupo en Nueva York, cuando a una compañera se le comenzó a caer el corpiño de su vestido. O el tan temido susto del primíparo que olvida los pasos de la coreografía en su primera salida a escenario. Las risas se elevaron esa noche sobre la música de los locales vecinos y los niños, que los había muchos, gozaron de lo lindo viendo a sus padres pasar al frente para echar sus cuentos y ganarse unos aplausos.

Todos allí eran gente sencilla; trabajadores, padres y madres de familia, amas de casa, habitantes de una Barranquilla popular y descomplicada que tienen en la danza un patrimonio común al que no cambian por nada y que los hace sentirse tan orgullosos que tampoco se cambiarían por nadie en el mundo.

La directora de la Corporación y de la Escuela de Danzas estaba vestida de negro, con el peinado clásico de las bailarinas, que recogen y atan su cabello en un moño perfecto sobre la nuca. Con su voz firme y de timbre alto, como el de toda maestra, Mónica leyó esa tarde un mensaje y les entregó a 12 miembros y exintegrantes destacados de la compañía un diploma de reconocimiento y gratitud.

Mónica, el centro de gravedad
El nombre de Mónica Lindo es un nombre atado a la danza; de una manera honrosa y apasionada, como en las grandes historias de amor; pero también como en ellas, no exenta de dolor y sacrificios. Su historia de amor con este arte comenzó cuando aún usaba el uniforme del colegio. No porque la danza hiciera parte desde el principio del pénsum educativo sino porque siempre que había un acto cívico cada curso tenía que organizar algo para el programa, y como ella era tan “cambambera”, que es otra forma de decir entusiasta y participativa, era la primera en ofrecerse para montar la coreografía, el musidrama o la fonomímica de turno.

Cuando estaba en 11° en la Enseñanza Rápida Comercial, el colegio decidió contratar a una profesora de danza y ella fue María Primo, una de las mejores bailarinas de la Escuela de Danzas Folclóricas de Barranquilla, la academia del folclorista y coreógrafo barranquillero Carlos Franco. María se dio enseguida a la tarea de identificar a las mejores para formar el grupo del colegio y escogió a 17 muchachas, algunas de ellas con suficientes cualidades como para participar en una audición que la Escuela iba a hacer por esos días, así que las llamó aparte y les pidió que se inscribieran.

“En esa época yo no tenía la más remota idea de quién era quién en la danza en Barranquilla. Solo sabía que mi profesora asistía a una escuela y quería que estudiáramos en ella. Por supuesto, nosotras tampoco sabíamos qué era una audición y nunca habíamos ido a una escuela de danza”. El entusiasmo y la emoción ante el nuevo reto se apoderó de todo el grupo, sin embargo, para Mónica no iba a ser nada sencillo asistir a esa audición.

Hoy, como en una película que pone en los subtítulos: “Veinte años después…”, vemos en la pantalla cómo esa niña asustada se convirtió en una excelente intérprete de ritmos folclóricos universales, en una dedicada maestra y en una gestora cultural de primer orden. Para escuchar el relato de labios de su protagonista hagamos entonces un flashback en este relato.




El primer obstáculo
Mónica Patricia estaba aún muy pequeña cuando Julia, su madre, tuvo que irse a trabajar a Curazao, y la dejó al cuidado de sus abuelos, Germán  y Josefa, quienes tenían una casa y un taller en la zona de Barranquillita. “Toda mi vida: mi educación, mis referentes, mis imaginarios, mi mundo fantástico, vino de mis abuelos”, dice Mónica con un brillo en sus ojos. Su abuela era una hermosa afrodescendiente de ojos azules nacida en Usiacurí y su abuelo, German de las Salas, un descendiente de españoles que mostraba orgulloso el escudo de armas de su familia. Él fue uno de los primeros mecánicos automotrices que tuvo la ciudad y fue muy reconocido por las empresas de vapores y los dueños de los primeros carros que llegaron a Barranquilla. Con él, que además de una cultura universal tenía unos valores sólidos, Mónica tuvo una relación muy estrecha de la que aprendió muchas cosas, complementando la formación que recibía en el colegio. Con su abuela, en cambio, la relación se volvió difícil desde su conversión a la religión evangélica, cuando todo lo que tuviera relación con fiestas, música o danzas comenzó a parecerle ‘cosa del demonio’.

“Recuerdo que fue un domingo de septiembre y tenía que decirle a mi abuela que iba a dar una audición para entrar a un grupo de danza. Eso fue un trauma porque ella me había dicho que me educaba hasta el bachillerato y de ahí en adelante no me iba a dar para los buses ni para ninguna de esas cosas mundanas. Sin embargo, como éramos un combo de amigas nos las arreglamos y fuimos a la audición.”

Mónica fue una de las primeras en llegar, así que al entrar le preguntó a un muchacho que estaba en la puerta quién era Carlos Franco, porque ella iba a la audición. El muchacho se llamaba Robinson Liñán y antes de que pudiera responderle el director de la academia comenzó a bajar las escaleras y con un gesto muy serio se presentó: Yo soy Carlos Franco. Mónica recuerda que llevaba puesta una trusa negra que resaltaba su cuerpo perfecto.

Momentos después, cuando ya había completado un formato que Carlos les entregó a las aspirantes, Mónica miraba embelesada a las bailarinas profesionales haciendo calentamiento en la barra.

Y comenzó la audición
El director hizo pasar a cada novel bailarín al centro del salón; solos y en pareja, y fue poniendo en cada caso los discos con los diferentes ritmos que quería examinar. Al final preguntó si alguien quería hacer alguna otra cosa.

“Yo enseguida dije que quería bailar un joropo, pero ese joropo mío de entonces parecía más un baile texano. Cuando pregunté quién me podía prestar unos tacones Carlos me preguntó si en verdad yo iba a bailar joropo y yo le dije que sí, que claro. Entonces me preguntó si quería uno rápido o uno lento y yo le dije que el rápido. Cuando empiezo a bailar veo cómo él comienza a respirar profundo y viniendo hacia mí me dice: quítate los zapatos y me sigues. Fui la única persona en la audición con la que él bailó, para enseñarme cómo se ejecutaba el joropo.

A los pocos días María Primo llegó al colegio con las cartas en las que nos decían quiénes habíamos quedado y quiénes no. Cuando yo leo en la mía que había sido seleccionada le pregunto a la profe que eso qué implica y ella me responde que ahora empezaban unas jornadas de clase y ensayos casi todas las noches. Yo le dije, con mucha pena, que no iba a poder ir porque yo vivía en Barranquillita, donde los buses solo pasaban hasta las 6 de la tarde y yo no podía llegar más tarde a mi casa. De todas maneras comencé, pero solo iba los domingos, y también había clases los martes y los jueves.”

Un día, por supuesto, el director de la escuela le preguntó por qué no estaba yendo entre semana a los ensayos y ella le contó la razón. Entonces el profesor, en un tono que a Mónica le pareció muy duro, le dijo que no importaba donde viviera ella tenía que ir a los ensayos, de lo contrario para qué había ido a la audición. Con ese pensamiento se llenó de valor para hablar con su abuela, pero ésta se mantuvo firme en su posición de no patrocinarle por nada del mundo su deseo de bailar.

La solución, de todas maneras, estaba en su propia casa. El administrador del taller de la familia era el tío “Chule” que quería mucho a Mónica y a quien no fue difícil convencer de que la llevara a la academia en su carro y la esperara para volver a la casa. Así lo hizo el tío durante seis meses, hasta que comenzó a acercarse el Carnaval y los ensayos a prolongarse más allá de lo habitual. Varias veces tuvo Mónica que salir a decirle al tío que la esperara un poco más. Hasta que un día Carlos dio una orden terminante: “Hoy nadie se va hasta que esto no quede listo”. Esa noche el tío le dijo que se buscara a otra persona que la llevara porque él no iba más. Y se fue.

Mónica no se molestó; lo entendía perfectamente, pero tenía un problema que resolver y entró de nuevo al salón para pedirle a Carlos que la dejara quedarse allí por esa noche. Al principio –dice Mónica– no veía la magnitud del problema, pero ella todavía no había terminado el bachillerato y por tanto, seguía dependiendo de sus abuelos. En diciembre de ese año se graduó y se hizo urgente, entonces, conseguir un trabajo que le diera independencia. Gracias a una amiga suya, Viviana Pérez, consiguió un puesto como vendedora de mostrador en el almacén Zodiac.

“Allí me volví una experta en cuestiones esotéricas, porque tenía que leer los resúmenes de todos los libros que importaban desde España y de Argentina sobre esos temas para poderlos vender. Yo de sólo pensar que esas cajas habían viajado meses por el océano me emocionaba mucho, así que me quedaba toda una mañana abriendo las cajas y leyendo.”

Para entonces su abuela le dijo que no le gustaba verla llegar tan tarde a la casa, aunque lo hiciera en taxi, así que le sugirió quedarse a dormir en la academia, madrugar, llegar a la casa para cambiarse y estar en el trabajo a las ocho en punto. Eso le implicaba levantarse todos los días a las cinco de la mañana, pero logró hacerlo durante casi tres años. Luego decidió retirarse porque tenía que pedir tantos permisos para los ensayos y las giras que era caótico para el almacén.

Quizás en esas lecturas sobre astrología, espiritualidad y magia, la hoy directora de la Corporación Cultural Barranquilla y de la Fundación Centro Artístico Mónica Lindo encontró algunas claves para crecer interiormente y poder expresarse a través de una carrera artística que siempre ha tenido, por demás, una fuerte proyección hacia la comunidad.

Una historia de tesón y de lealtad
Pero en la renuncia de Mónica a su empleo también influyó la decisión de entrar a la universidad. La disyuntiva fue entre Comunicación Social y Educación Física, y terminó imponiéndose la segunda por razones económicas pero además porque era la única carrera que tenía danzas en su plan de estudio.

Inicios de los años 90: Robinson y Mónica con su maestro, Carlos Franco.
Lo que seguía era negociar con su maestro de danza los horarios para poder estudiar y trabajar al mismo tiempo. Lo que no se esperaba es que él, de inmediato, le ofreciera trabajo en la escuela. Lo primero que ella hizo fue llevarlo a comprar carpetas, máquina de escribir, recibos y todo lo necesario para ordenar la oficina y administrar la corporación. “Me organicé como toda una secretaria –recuerda Mónica– y él estaba emocionado porque finalmente podía sacar las cosas de la escuela del clóset donde las tenía guardadas. Me pidió que le organizara los discos y los casetes, y yo fui feliz conociendo y organizando todo aquello. Obviamente esto era sin sueldo, pero él ofreció ayudarme con la universidad y el transporte; esa era mi paga.”

Con el tiempo Mónica se convirtió en su mano derecha, asistente artística y representante ante las instituciones cuando él no podía atender sus compromisos por problemas de salud.

Los amores furtivos 
“Carlos Franco no aceptaba que entre los miembros del grupo hubiera relaciones sentimentales, y yo tenía muy claro que no iba a sacrificar mi vida artística por tener un novio. Robinson estuvo tres años enamorándome, pero yo siempre lo veía como un pelaíto y seguía concentrada en mis cosas.”

A pesar de esa indiferencia Robinson no se desanimó. La acompañaba siempre a la casa y aceptó cambiar la pantaloneta por los pantalones largos para que don Germán de las Salas, que era un hombre de saco y corbata, lo recibiera en su casa. Y así, entre largas visitas en las que hablaba durante horas con los abuelos, Robinson fue ganándose la confianza de la familia y el corazón de Mónica.

“Cuando Carlos muere, en enero de 1994, nosotros ya teníamos ocho años de noviazgo clandestino. Absolutamente nadie lo sabía, porque además nosotros peleábamos mucho, y yo no dejaba ni que me mirara en los ensayos. Él sufrió mucho pero yo tenía claro que a mí no me iban a echar del grupo por eso. Ya en los últimos años, especialmente en el último, yo creo que Carlos se había dado cuenta porque nos dijo que nosotros éramos sus hijos y que teníamos que continuar con su escuela, que él nos había preparado para eso.”

Algunos meses más tarde Mónica y Robinson reunieron a la compañía y le contaron que se iban a casar en diciembre. Desde entonces, con todo y sus altibajos, los dos construyeron también un hogar que luego creció con su hijo Moisés.

Una nueva corporación
 Mónica Lindo y Robinson Liñán en su matrimonio.
Carlos Franco, quien también fue director del grupo de danzas de la Escuela de Bellas Artes, había hecho una labor fundamental de investigación, de enseñanza y de proyección de los bailes tradicionales del Caribe colombiano, y llegó a ser un maestro querido y respetado por sus discípulos. Por eso no era de extrañar que después de su deceso los bailarines quisieran continuar el trabajo iniciado por Franco. Ya un año antes de morir él había dado los pasos legales para que Mónica Lindo quedara al frente de su Escuela. Sin embargo, desavenencias de la familia del coreógrafo con Mónica y Robinson obligaron a los miembros a crear otra razón social: la Corporación Cultural Barranquilla.

La decisión vino después de una difícil asamblea con la familia Franco en la que quedó planteada la imposibilidad de continuar trabajando juntos desde la Escuela de Danza Folklórica de Barranquilla,  creada por Carlos. Fue tal su decepción, que Mónica Lindo le dijo ese día al grupo que no quería saber más de danza ni de escuelas. Los bailarines, por supuesto, la persuadieron de lo contrario y le dieron su respaldo para seguir adelante.

“Cuando vi que los pelaos tenían ganas de seguir entonces dije listo, vamos a empezar. Ahí mismo cogimos un bus para mi casa en Barranquillita para planear las cosas. Andrés, uno de los bailarines de entonces, se encargó de elaborar los estatutos e impulsó los trámites junto con Robinson, quien sería a partir de ese momento el representante legal.

Al día siguiente sacaron un comunicado de prensa anunciando la conformación de la Corporación Artística y Cultural Carlos Franco, nombre que finalmente no pudieron llevar  porque la familia había establecido legalmente la prohibición de usar el nombre de Carlos.

Fue el maestro Antonio Grass gran amigo de Carlos y autor del logo de la Escuela, quien convenció a Mónica de que ellos podían construir su propio camino, que le hicieran un homenaje a Barranquilla como lo había hecho Carlos. Por eso la llamaron Corporación Cultural Barranquilla, la identificaron con la imagen del hombre caimán donado por Grass y dejaron en los estatutos el compromiso de ser continuadores de la filosofía de Carlos Franco.

“Enseguida armamos un evento para el lanzamiento en el teatro de Bellas Artes. Al principio fuimos muy afortunados de contar con mucha gente que nos ayudó, pues sin recursos para comenzar de nuevo teníamos que conseguir todo con cartas: los sombreros, la tela de los vestidos, la utilería, todo.”

Con el tiempo se limaron las asperezas con la familia Franco y para los 10 años de fallecimiento fue invitada la mamá de Carlos y se le hizo un reconocimiento.

Proyectando el Carnaval de Barranquilla y la cultura caribe
La primera función paga de la nueva etapa de la escuela fue para la Fiscalía General, donde les pagaron 700 mil pesos. De ahí en adelante vino un itinerario nacional e internacional en el que cada presentación era cerrada con una salva de aplausos del público.

“Nosotros tuvimos la suerte, en los primeros años, de ganar el premio Alé Kumá como uno de los cinco mejores grupos de Colombia.  Algo estaba pasando en ese momento en el Ministerio de Cultura y en el de Relaciones Exteriores, pues ya no querían mandar sólo al grupo de Sonia Osorio como estandarte de Colombia ante el mundo y organizaron este concurso para escoger los grupos que iban a representar al país en el exterior.

Allí comenzaron los viajes, primero a Venezuela y luego a los Estados Unidos para la celebración del Día de la Hispanidad con una función en la embajada en Washington. Tanto gustó el trabajo de la Corporación que siempre la recomendaban y su fama fue creciendo hasta el punto de  ser invitados, en 1998, como parte de la delegación cultural que acompañaría a la selección nacional de fútbol al Mundial de Francia. Cuando Colombia fue eliminada del campeonato todos pensaron que los devolverían a Colombia, pero la gira siguió durante dos meses por otras ciudades de Europa, incluyendo una función en la Expo Mundial de Lisboa, de donde salió la invitación a la Expo de Hannover.

Pero la gira más significativa e inolvidable para Mónica y el grupo sería la de 1999 al Japón, para los primeros 100 años de la llegada de los inmigrantes japoneses a Colombia. Se trataba de una función especial en Tokio ante la familia imperial, razón por la cual les anunciaron desde el principio que aquella iba a ser una gira diferente, comenzando por que iban a recibir la visita de los productores de la famosa compañía Min-on de Tokio.

“Los tipos nos contactan por el rústico internet de la época y nos anunciaron su llegada para una Semana Santa, cuando teníamos que hacerles una función completa. De nuevo prestamos el teatro de Bellas Artes e hicimos una función de dos horas con todo el repertorio del Caribe. Ellos instalaron sus cámaras y sus equipos de sonido y cuando terminamos felicitaron a los muchachos y nos felicitaron a Robinson y a mí pero nos dijeron: ‘Es muy bonito, pero tiene que ser perfecto´. Una frase que a mí me quedó grabada y he aplicado desde entonces en todo el trabajo de la escuela. Fuimos aprobados, pero teníamos que mejorar los detalles y sobre todo, aprendernos una canción en japonés. Era una canción insignia de Tokio que todos los grupos que habían pasado por el teatro Min-on habían presentado, así que nos mostraron las versiones de todos y nos pidieron una que contrastara con ellas. Teníamos tres meses para prepararnos y trabajar por esa perfección. Mandamos a hacer vestuario nuevo y preparamos una versión de la canción japonesa “La madre”  basada en los tambores y cantada a capela.  El resultado fue apoteósico.”

Llegada a Tokio con visa diplomática
La llegada al país nipón fue un preludio del éxito que les esperaba: alfombra roja, flores, limosina, bus de lujo y dos motos delante de la caravana abriendo paso hacia la sede de la compañía Min-on. Un complejo enorme que incluye un teatro de primera línea, museo de instrumentos musicales y hotel para los artistas. El grupo barranquillero nunca había visto algo así. Era, ni más ni menos, como estar en una película. Cuando el bus se detuvo en la puerta había dos hileras de secretarias y empleados recibiéndolos. El presidente de la compañía les dio la bienvenida y mientras les hacía el tour por el lugar le dijo a Mónica que escogiera a 10 personas del grupo para la cena de esa noche.

Al día siguiente la agenda comenzó a las ocho de la mañana con las pruebas de sonido; luego ensayos de coreografía y un descanso para seguir a las seis de la tarde con una función completa para la prensa. A las ocho en punto era la gala para el público y la familia imperial.

“Fue la primera vez que trabajamos con las condiciones ideales, como nunca las hemos  visto aquí: una señora con la mesa de planchar para planchar los vestidos, camerinos con circuito cerrado de televisión y todos los técnicos de iluminación y sonido disponibles, y como no podíamos encender velas en el escenario, en menos de cinco horas nos armaron unas velas eléctricas que parecían naturales. A Robinson le dijeron que la guitarra que él llevaba no servía y que le iba a prestar una, que resultó ser la que Paco de Lucía le había donado al museo. Faltando diez minutos para la función pidieron que los directores y una pareja estuvieran afuera de la sala para el recibimiento. La doctora Nora Trujillo, funcionaria de la Cancillería me dice: Mónica, no tengo que recordarles la importancia de esta presentación, es la primera vez que los príncipes aceptan una invitación y la primera vez que un grupo de Colombia se presentan para ellos. No se preocupe, le dije, que todo va a salir bien.”

Y todo salió a pedir de boca. Bailaron para cinco mil personas y antes de terminar la guía e intérprete japonesa les dijo que los emperadores querían entrevistarse con ellos, que fueran los directores y dos o tres músicos. El anuncio venía acompañado por las recomendaciones de rigor: Por favor no pasarse de siete minutos, no tocarlos,  inclinarse para saludar, etc. Al bajarse el telón y sudorosos, seis miembros del grupo subieron las escaleras llevando en sus manos una máscara precolombina que entregarían como regalo a los monarcas. El gaitero, el maraquero, Robinson, Mónica y una pareja de baile recibieron entonces unos pañitos calientes para secarse el sudor antes de entrar al salón.

Registro de la prensa  japonesa de la función en el Teatro Min-On
“Apenas entramos, la esposa del príncipe nos dijo que estaban muy emocionados, y cuando yo le pregunté cuál era el baile que más les había gustado hicieron la mímica del mapalé, entonces yo le dije que los íbamos a invitar al Carnaval de Barranquilla. Mientras, Isadora de Norden ya me hacía señas con los ojos de que se había acabado el tiempo, pero a Robinson se le ocurrió decir que quería regalarles la gaita, mostrándole al príncipe cómo se tocaba. El príncipe se la recibió y enseguida la tocó y pensé yo: tanta vaina con el protocolo y se pasaron el pito de la gaita de la boca de uno al otro…”

El sueño parecía haber terminado cuando al día siguiente hicieron las maletas para partir con rumbo a China, pero camino al aeropuerto el guía recibe una llamada y, nervioso, le dice a Mónica que tienen que cambiarse porque va a haber una recepción en la sala VIP del aeropuerto. El motivo: siguiendo una vieja costumbre del teatro en la que el público deposita en una urna su voto por el mejor grupo de la temporada, les iban a entregar el Premio al Arte Min-on. Y la entrega la hacía el presidente de la compañía, así que sacaron de las maletas la chaqueta del blazer y se la pusieron con los bluyines que llevaban puestos.

“Cuando llegamos a esa sala había tremenda recepción. Nos tomaron las fotos, nos pusieron las medallas y supimos que solo dos grupos latinoamericanos se habían ganado ese premio: uno de Argentina y nosotros. Después fue que digerimos todo eso, porque la gira por China fue tan intensa que tomamos 36 aviones en un mes.”

Profesionales para un nuevo siglo
No podían haber tenido una mejor entrada al siglo 21 que regresar al país repletos de triunfos. A partir de allí se desplegaron nuevas velas: intercambio artístico con una escuela del Japón, consolidación del trabajo local y creación de la Fundación Centro Artístico Mónica Lindo como centro educativo para la formación intermedia en danza y música. La iniciativa de organizar una escuela aprobada por la Secretaría de Educación obedecía a una preocupación que el sector de la danza en la ciudad había expresado por décadas. La fuerza que ganó el Carnaval de Barranquilla con la declaratoria como Patrimonio Inmaterial de la Humanidad en 2003 y la focalización en 10 danzas tradicionales amenazadas hacían cada vez más urgente contar con un cuerpo de profesionales capaces de formar a las nuevas generaciones pero también de producir, de gestionar y de interpretar cualquier género de la danza.

Entre tanto, Mónica atendía su cátedra en el programa de Educación Física de la Universidad del Atlántico, y desde allí tendió puentes con la Facultad de Bellas Artes para que, apoyados en el Plan Nacional de Danza, se creara el primer Programa Profesional de Danza de la región y el primero con esa denominación en el país. Guillermo Carbó, Decano de Bellas Artes, apoyó la propuesta y en 2011 se realizó el primer taller institucional para la creación del programa, en el que Mónica actuó como coordinadora académica. El siguiente paso fue solicitar al Ministerio de Cultura un asesor externo y con este acompañamiento se logró, en diciembre  13 de 2012, el registro calificado de la carrera.

La primera promoción inició clases con 30 estudiantes en el segundo semestre de 2013, y a la fecha ofrece también el programa de profesionalización para bailarines, gestores y coreógrafos adultos o que residen en otras ciudades del Caribe. Un logro que no hubiera sido posible sin la experiencia y la dedicación de Mónica Lindo, como lo reconocen personas del medio danzístico y cultural de Barranquilla.

La bailarina Claribel Cera, arquitecta y ex alumna de Mónica Lindo, la define como “un proceso de evolución constante, como un libro que se abre para compartir su conocimiento y hacer que otros también crezcan.”
Mónica Lindo dirigiendo a los alumnos del Programa de Danza de la Universidad del Atlántico
durante la clausura de semestre en julio pasado.

“Yo soy arquitecta, pero me haló tanto la pasión por el baile que ella cultivó en mí, que terminé dedicándome a la danza.  Una pasión que es de fuentes reales y fieles, porque Mónica nos enseñó a investigar, a no quedarnos con lo primero. Creo que otras de sus virtudes son la responsabilidad y la disciplina, y le admiro esa capacidad de entrega total, de respirar danza las 24 horas del día.”

Claribel, quien actualmente trabaja con la Escuela de July Donado y el Country Club, pertenece a la primera promoción de la carrera técnica de la Fundación Centro Artístico Mónica Lindo y es miembro permanente de la corporación. Estuvo en todas las giras de la compañía hasta el 2006, por eso conoce a fondo a su maestra y considera que uno de sus logros más importantes ha sido el de instalar la idea de respeto por la danza y los bailarines y cambiar los códigos de rivalidad que existían entre los grupos de la ciudad.

Otra persona que ha sido testigo de esta historia es el profesor Julio Adán Hernández; pedagogo, sociólogo y comunicador social, creador del programa radial Voz infantil-Hola Juventud y del Carnaval de los Niños. Él conoce a Mónica Lindo desde que estudiaba en la escuela de Carlos Franco y piensa que ella encarna el ideal de la educadora que quiere dejar una huella acorde con los tiempos: “Hablar con ella es llegar a la fuente misma de la danza en Barranquilla, porque es una autoridad, pero al mismo tiempo es humilde y sencilla, dispuesta a darle participación a todo el mundo. Es un orgullo nuestro.”

Por su parte el escritor e investigador Alvaro Suescún, autor del libro biográfico sobre Carlos Franco “Danza en el recuerdo”, afirma que entre las asistentes que Franco tuvo en diferentes épocas, entre ellas Maribel Egea, Chechi de la Rosa y Angélica Herrera, quien logró proyectarse más y de mejor manera fue Mónica Lindo. “Es una coreógrafa que se surte con la creatividad y la observación para asumir un serio compromiso con los valores auténticos de las expresiones de nuestro carnaval. Junto con su esposo, Robinson Liñán, ha conformado una institución en la que mantiene, como columna vertical, una forma de hacer y de reproducir nuestros bailes típicos y nuestra música a partir de la observación cotidiana y el respeto por la legitimidad de las tradiciones estéticas."

La considera seria, estudiosa y disciplinada. “Las fuentes artísticas la han conducido por el camino de la interpretación –agrega Suescún- observando y proponiendo nuevas alternativas para el desarrollo de sus planteamientos estéticos, sin que ello implique el interés sin medida por la innovación ni el menoscabo del patrimonio cultural. Su compromiso con nuestra cultura, y su fidelidad a nuestras tradiciones, la hacen la mejor exponente de los procesos formativos a nivel de la danza en nuestra región.”



Ahora estamos de nuevo en el presente. La película se sigue rodando desde la Escuela de Danzas Mónica Lindo, desde el grupo musical Los Chamanes y su semillero, desde la comparsa El Torito en Carnaval y a través de las múltiples actividades que esta hiperactiva mujer, quince veces reconocida y condecorada, despliega incesantemente para hacer que la danza en esta ciudad sea un arte mayor y una forma digna de vida para miles de personas. Si su abuela la viera…

martes, agosto 05, 2014

Por Palestina

Estremecen con sus puños el abandono


Foto tomada de http://santiagoactual.com.ar/tregua-en-gaza-rescatan-mas-de-40-cadaveres/

Fundado en mi corazón

un antiguo dolor.

Ignoro entre qué lluvias nació,

sólo sé que en mí

se fue forjando un amor puro.

No conozco de tu tierra

más que el perfume que insinúa la luna,

aunque sé frágilmente

que navegan tus palabras en mis venas.

Dime,

          pequeña,

qué pájaro sangrado  ha volado en mí

para quererte tanto,

qué dulce luz se prendió a mi pupila

para sufrir tus días

y levantarme con la lluvia de tus hijos,

con el alma en la mano

implorando un poco de esperanza.

Cómo vivir tan lejos de ti

y presentir tus luces y tus sombras

mientras solo devoro el almuerzo

o cansado llego a casa

y mi pequeño me recuerda a otros

que también amo

y que estremecen con sus puños el abandono.

Cómo no amarte,

                         Palestina.

¡Duele tanto la sangre

de la que nace tu libertad!


Poema de Roberto Carlo Núñez


Tomada de http://www.lanueva.com/sociedad-impresa/223728/
el-drama-de-gaza-en-conmovedoras-im-225-genes.html

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