martes, diciembre 23, 2008

Cuba, diciembre de 2008: 50 años después

Por Patricia Iriarte

Medio siglo. La Revolución cubana es hoy una venerable cincuentona. Y a los cincuenta, como dice Ana Oeding, una gran amiga, “las certidumbres intelectuales se han acabado, y es difícil aceptar el fin de cada ciclo de la vida, hasta que algunas señales anuncian que la etapa ha concluido, que no va más, que el escenario y los protagonistas ya no están, que a otra cosa, mariposa.”

¿Le pasa esto también a la revolución cubana? ¿Le llegó la hora de los grandes cambios pero se resiste a aceptarlo?

Hace 18 años, cuando cayó el muro de Berlín, la isla fue declarada en “período especial” por el gobierno para hacer frente a la crisis energética y de alimentos que sobrevino sin el soporte de las economías de Rusia y Europa del Este. No había una gota de gasolina, los enlatados enviados por las potencias amigas desaparecieron y en las calles sólo se conseguía té de hierbas. Fueron años terribles que por fortuna, ya superamos, dijeron varias personas con las que hablé sobre el tema, aunque, para muchas otras, el periodo se extiende hasta hoy. Y cuando Cuba intentaba levantar su economía permitiendo cierta apertura a la inversión extranjera y a la iniciativa privada, la naturaleza la volvió a azotar. En este momento la isla se afana en reparar los destrozos de los tres ciclones que la asolaron este año, causando inmensas pérdidas materiales que le costarán al país cientos de millones de dólares.

Sobre Cuba hemos tenido siempre dos versiones: la de un régimen totalitario atornillado al poder, en medio de la corrupción y las necesidades de las mayorías, y la del pueblo valeroso que resiste dignamente el bloqueo económico y político ejercido por el país más poderoso de la tierra. La Cuba de los balseros, deportistas, músicos y doctores que desertan de competencias y de misiones médicas, y la de los estudiantes y profesionales latinoamericanos que reciben becas del gobierno cubano para graduarse o especializarse en las prestigiosas instituciones del régimen socialista.

Mi sensación hasta ahora, pese a todas las vicisitudes y desaciertos que pueda tener del experimento castrista, es que Cuba supo hacer las cosas lo bastante bien como para tomarse el poder y 50 años después, mantenerlo. En ese imaginario de la izquierda que me tocó, la revolución fue la gran marcha que siguió a su líder y que en su gran mayoría, aún continúa acompañándolo; en el de la ciudadana consumidora de noticias, sé de otra “gran marcha” que se hace sentir desde su exilio en Miami o desde la disidencia interna, y sé que ha habido episodios oscuros de represión contra opositores del sistema.

Entre tanto, en el último año fue surgiendo ante nosotros una tercera versión de las cosas, más refinada, menos maniquea: la de una generación que tiene 30 años y que, a través del internet, se declara frustrada y decepcionada de la revolución. Con una nueva actitud que invita a revisar conceptos y esquemas archiconocidos, y la pluma brava de quien ha recibido una sólida formación intelectual, Yoani Sánchez, la autora del blog Generación Y, escribió esto en su bitácora este mes de diciembre:

“Mientras se preparan extensos dossiers sobre los cincuenta años de la Revolución Cubana, pocos se preguntan si lo celebrado es el cumpleaños de una criatura viva o sólo el aniversario de algo que ocurrió. Las revoluciones no duran medio siglo, les advierto a los que me preguntan. Terminan por devorarse a sí mismas y excretarse en autoritarismo, control e inmovilidad. Expiran siempre que intentan hacerse eternas. (…) Lo que comenzó aquel primero de enero lleva –según muchos– varios años bajo tierra. La discusión parece estar alrededor de la fecha en que ocurrió el funeral. (…) Mi madre vio agonizar la Revolución mientras dictaban la sentencia de muerte al general Arnaldo Ochoa. Marzo del 2003, con sus detenciones y juicios sumarios, fue el estertor final que escucharon algunos empecinados que la creían viva aún. Yo la conocí cadáver, se los digo. Aquel año 1975 en el que nací, la sovietización había borrado toda la espontaneidad y nada quedaba de la rebeldía que evocaban los mayores. … El resto ha sido el prolongado velatorio de lo que pudo ser, los cirios encendidos de una ilusión que arrastró a tantos. Este enero la difunta cumple un nuevo aniversario, habrá flores, vivas y canciones, pero nada logrará sacarla del panteón, hacerla volver a la vida. Déjenla descansar en paz y comencemos pronto un nuevo ciclo: más breve, menos altisonante, más libre.”

Frente a cosas como esta es inevitable preguntarse una vez más: ¿Qué diablos pasa allí? Una mesa de trabajo sobre cultura en el Gran Caribe, organizada por el Convenio Andrés Bello, me dio la oportunidad de conocer al mito face to face. La primera escala fue La Habana, ciudad donde se celebraría la reunión. Después de dos días escuchando y debatiendo propuestas para una soñada agenda cultural de la región, tomé un bus que me llevó a Santiago, la segunda ciudad de la isla en número habitantes pero la primera en importancia como plaza de la revolución.

Llegada del vuelo Copa 974

A las 9:15 de la noche del 30 de noviembre aterrizamos en La Habana, en medio de un “frente frío” que mantenía a la ciudad a una temperatura casi igual a la de Bogotá. En el aeropuerto José Martí nos recibe la empleada de una agencia de turismo que, supuse, sería la encargada de llevarnos al hotel. Una vez que todos pasamos por inmigración nos llevó al salón VIP del aeropuerto, una amplia sala con aire acondicionado a full donde, al parecer, los pasajeros, cubanos o extranjeros, esperan a quienes los van a recoger. En nuestro caso, Fadir Delgado y yo fuimos recibidas por Fina, una amable funcionaria del Ministerio de Cultura que hacía lo posible por rescatar nuestras maletas mientras buscaba a otro pasajero que venían al evento: Patricio Rivas, director de cultura del Convenio Andrés Bello, cuyo vuelo desde Chile sufrió un retraso de varias horas debido a una supuesta amenaza de bomba en el avión. El Convenio organizaba la Mesa Gran Caribe sobre cultura y para ello había invitado a intelectuales y gestores culturales de varios países de la región para trabajar un par de días con los delegados de Cuba en una agenda cultural que propicie la integración regional.

Finalmente, al filo de la medianoche, Fina nos deja con otra compañera suya del ministerio que sería la encargada de llevarnos al Hotel Panorama a Fadir, a una chica de Venezuela, y a mí. En el trayecto, la señora nos explica que el frente frío es común en esta época del año y nos recuerda que la ciudad está en la cara de la isla que mira hacia el norte, es decir, en la costa atlántica.

Para quien visita Cuba por primera vez no es fácil adaptarse a las condiciones del país. Los servicios de un hotel cinco estrellas en Cuba no son los mismos que los de un hotel similar en otra ciudad del mundo. Y los costos, comparativamente mucho más elevados, especialmente en los servicios de comunicaciones: al altísimo precio de las llamadas de larga distancia y del servicio de internet es la primera señal de que en efecto, algo en esta isla funciona diferente. Se llama bloqueo, me explican algunos. Sí, pero lo de internet es control del gobierno, me dicen otros. Luego fuimos encajando poco a poco aquello que ya habíamos escuchado: que existen dos cubas, la del turismo y la de los cubanos de a pié. La que cobra y paga en “divisa” o peso convertible, equivalente a casi un dólar, y la que se mueve en moneda nacional, equivalente a 0.25 de dólar. Las fronteras entre una y otra las determina lo que puedes comprar con cada moneda, y eso se aprende andando el camino.

Durante los dos días en La Habana viví en esa especie de burbuja que conforma el sector de los hoteles, de donde salimos en dos ocasiones: la primera para ver una función de gala que ofrecía el PNUD por sus 35 años de trabajo en Cuba, y la noche siguiente, a la inauguración del Festival del Nuevo Cine Latinoamericano. Después de ver una opresiva cinta argentina sobre una cárcel de mujeres intentamos una excursión rumbera a la Habana vieja, pero no hallamos nada esa noche de martes, aparte de un bar donde ponían reguetón y unos taxistas absortos en el juego inaugural de la serie nacional de béisbol.

De La Habana sale un bus

El 3 de diciembre a las 9:30 de la mañana abordo el moderno bus o “guagua” que me llevará en 16 horas a Santiago de Cuba, que está en el extremo oriente de la isla, cerca a las cálidas costas del Caribe. En la silla de al lado viajan dos turistas checas de 20 años que consultan en todo momento una guía de “Kuba” que lleva el sello de National Geographic. Me imagino que están aquí porque conocen parte de la historia y se han sorprendido de saber que esta isla es más grande y más poblada que su flamante República Checa.

En Santa Clara, segunda parada del recorrido, tomo mi primer almuerzo cubano: congris, (un arroz de caraota negra), con “ensalada” de repollo y algo dulzón parecido a la batata. Para los carnívoros el plato va con cerdo guisado. Para mi, que prescindo de la carne, el menú me sale por 15 pesos cubanos que unos compañeros de viaje me han facilitado para que me rindan un poco más los CUCs. De ahí en adelante el viaje me parece un retorno al pasado en un túnel de tiempo. La estética de las estaciones –todas con su debido sitial de honor para la revolución– los atuendos, los accesorios, los ambientes que veo en las paradas de Sancti Spiritu, Ciego de Avila, Camaguey, Las Tunas y Bayamo, me remiten a las películas de los años 60.

En el camino aprendo que los productos de exportación de Cuba son el azúcar, los habanos, el ron, la música y el Ché. Su imagen –más que la de Fidel- es omnipresente; está tatuada en cada calle, en cada almacén, en cada edificio (público o no), en los supermercados, en las tiendas de suvenires, en los parqueaderos, en los baños, en las escaleras, en las guaguas, en las sopas. Pero llevarse el verdadero, el original, el ícono, grabado en una camiseta, una boina, un vaso, un CD o un buen pedazo de papel es un lujo que cuesta y que se paga en divisa, no en moneda nacional. Lo mismo que la música cubana, cuya producción maneja el sello Egrem, de la Empresa de Grabaciones y Ediciones Musicales, y que solo se vende, también en CUCs, en los puntos de venta autorizados. Se aprende y sorprende, que en un computador doméstico (si lo hay) o de una oficina de gobierno, no es posible abrir los servidores de Hotmail o de Yahoo. Se aprende a comprar pan en pesos cubanos y a viajar en mototaxi, de los que, oh sorpresa, hay tantos en Santiago como en la misma Barranquilla. ¿Alternativa de empleo para obreros calificados y profesionales?

Se entera uno de que la tasa de natalidad ha bajado tanto que el gobierno, preocupado por la alta edad promedio de la población, decidió restringir la práctica del aborto, que siempre había sido legal en la isla. Se conoce lo que come una familia promedio en Santiago y se pregunta uno cómo es que hay todavía tanta gente incondicional con el régimen.

Entonces se aprende también que el 1 de enero de 1959, en el parque Céspedes de Santiago de Cuba, Fidel Castro anunció que la defensa del país y de la revolución no sería, en adelante, responsabilidad exclusiva de las fuerzas armadas sino de todo el pueblo cubano. Enseguida empezaron a conformarse en todo el país milicias populares espontáneas que el nuevo gobierno comenzó a organizar y a ensamblar en un complejo y efectivo aparato armado auxiliar del Ejército Rebelde, denominado Milicias Nacionales Revolucionarias, MNR. Un cuerpo centralizado, organizado a partir de los grupos que se habían creado en los sindicatos, asociaciones campesinas y centros de estudio. Pronto esos destacamentos fueron estructurados en batallones que se entrenaban en campamentos especiales durante quince días bajo la dirección de combatientes del Ejército Rebelde.

De esta forma, el país entero se involucró en la defensa de lo que el Ejército Rebelde había logrado y desde entonces la disciplina, la organización y la mística revolucionaria impregnaron a la población.

Quizás me equivoque, pero busco en ese periodo la explicación al compromiso indeclinable con el proceso que encuentro todavía entre profesores universitarios, profesionales, intelectuales y trabajadores rasos.

Porque también se aprende que en este medio siglo de revolución Cuba se convirtió en una gran casa, de alguna manera, para muchas causas perdidas: la educación, la música, la salud y todas las artes. A pocos meses de estrenada la revolución, el gobierno creó el Instituto Cubano de Arte e Industria Cinematográficos (ICAIC), puntal del cine latinoamericano y caribeño, y la célebre Casa de las Américas, toda una institución en cuyo mítico auditorio cantara por primera vez Silvio Rodríguez y el resto de la tropa de la Nueva Trova Cubana, y que ha desarrollado en 50 años una labor cultural de primer orden que muy pocos países de la región pueden ostentar. Cuba es también el Instituto Superior de Arte, la Escuela de Cine de San Antonio de los Baños, la Casa del Caribe, que organiza el Festival del Caribe y además investiga, rescata y divulga las expresiones de la cultura popular. Es también la sede de la Casa la Trova, de la Casa de la Tradiciones Populares, del Ballet Nacional y de una larga lista de escritores, músicos y bailarines que son, en sí mismos, toda una institución cultural.

Veo que, nacida en la resistencia, la población actual de Cuba sigue en la resistencia pero al parecer, no muy preparada para los grandes cambios, propios y del mundo. Ahora, después de diez días de recorrerla, gozarla y padecerla, creo que Cuba es todo lo que se dice y más: es el heroísmo, la historia viva, el recuerdo permanente de los mártires, la oposición acallada y una generación que no se conforma con lo que tiene porque se sabe merecedora de más.

sábado, diciembre 20, 2008

Conclusiones del Congreso


Apartes del documento preliminar de conclusiones del Congreso de Organizaciones Sociales por la Autonomía del Caribe Colombiano

Barranquilla 12 y 13 de diciembre de 2008:
"Este congreso tuvo una nutrida asistencia de diversas expresiones del movimiento social conscientes de la necesidad de construir desde las bases un proyecto incluyente de regionalización (entre otras, participaron organizaciones de mujeres, jóvenes, niñez, afrodescendientes, indígenas, LGTB, víctimas de la violencia, sindicatos, cooperativas, sector de la salud, comunales, educación, campesinas, ambientales y de periodistas).

La fuente de inspiración ética y política de esta apuesta es el maestro Orlando Falls Borda (q.e.p.d). a quien le fue dedicado el Congreso, de manera que las ponencias y discusiones giraron en torno a la construcción de un proyecto político de región que contemple: 1) una plataforma de desarrollo integral; 2) la institucionalización del proceso con presencia de los actores sociales de la región y 3) la formulación de un proyecto de reforma política constitucional para presentar ante el Legislativo en el 2010.

Cada uno de los doce sectores sociales participantes priorizaron dos propuestas de acción que sumadas constituyen una plataforma de trabajo para el 2009. Entre ellas se destacan:


  • Sensibilizar e impulsar el reconocimiento a las etnias al interior de los movimientos sociales para que contribuyan a la búsqueda de políticas que permitan promover la preservación y recuperación de la identidad pluriétnica desde lo urbano y rural, a través de cátedras de etno-educación.
  • Modificar el mapa político de la región Caribe a través de la participación activa de los movimientos sociales y organizaciones comunitarias, orientada a crear mayor autonomía en la región con perspectiva de género, derechos humanos, étnico y generacional.
  • Crear en toda la región centros de salud especializados en la atención integral a niños, niñas y adolescentes, que funcionen las 24 horas con atención gratuita y ofrezcan programas que mejoren las condiciones de vida de infantes con discapacidad.
  • Garantizar el cumplimiento de los derechos políticos, económicos, sociales y culturales de las mujeres en su diversidad, con énfasis en las afectadas por el conflicto armado, y exigir la construcción, implementación y permanencia de políticas públicas para las mujeres a nivel municipal y departamental.
  • Apostarle a una solución negociada del conflicto armado que parta de la recuperación del territorio, que permita una reparación integral y que garantice el desarrollo sostenible, propendiendo por las garantías de no repetición y respeto a los derechos sexuales y reproductivos.
  • Introducir la Cátedra Caribe en las facultades de Comunicación Social, Humanidades y Ciencias Sociales de las universidades de la región.

Los rumbos de Sara Harb   Por Patricia Iriarte   Me sumergí en él, salí, pasaron días. Lo retomé y volví a leer uno de los últimos c...