miércoles, julio 27, 2011

P´al cantador


 
Barranquilla, julio 26 de 2011


Llegué 30 minutos antes de la hora programada. El periódico decía que a las cinco y treinta de la tarde debían llegar tus restos a la Catedral de Barranquilla. Alrededor del templo había, a las cinco, unas mil personas regadas entre el atrio y las carreras 45 y 46. Adentro, ni un puesto libre. Cinco policías cuidaban a esa hora de un cuadrado vacío demarcado frente al altar con barreras de contención. Hago un reconocimiento para ver dónde podría ubicarme.  Los minutos caen pesadamente dentro de la alta nave, caliente ya, casi húmeda.



Salgo de nuevo.  Afuera los bailadores y bailadoras esperan pacientemente. Algunos músicos llevan consigo sus instrumentos; el resto de la gente lee en el periódico el suplemento especial dedicado al Joe; otros conversan, se ríen, lloran. “Llamadas” es el primer cartel que aparece entre las cabezas de los caminantes. Abajo se parquean, uno junto a otro,  los carritos de chuzo, raspao y pandeyuca, instituciones infaltables en todo convite barranquillero.


A eso de las cinco y cuarenta se escucha un rumor seguido por aplausos y vivas. Dos hombres vestidos para actuar se bajan de un carro y encienden un equipo que suena pésimo pero les sirve para hacer el show. El “Joe” y “Saoco” cantan y bailan por lo menos media hora, formando a su alrededor un anillo de curiosos del que salen espontáneos para echarse un pié con el ícono falso, en un acuerdo fácil y tácito de que aquello hace parte del homenaje.

De pronto veo dos filas formadas frente a la carrera 45. Me acerco a averiguar y encuentro que se trata de una degustación masiva de una bebida energética. Dos hombres destapan miles de botellas que sacan de dos barriles plásticos –sin hielo-  y se las entregaban a la gente de la fila. Power para todo el mundo gratis, por un ratico, caliente.

Seis y veinticinco y no hay señales del Joe. Estoy de nuevo adentro, en la segunda fila de la parte lateral de aquella catedral de calor. La espera desespera y la gente ha comenzado a subirse a las bancas, ante los rumores de la inminente llegada del féretro.  Alguien, pienso, debería hacer un reportaje sobre esta obra arquitectónica, sobre las tallas en piedra que enmarcan el Cristo de Arenas Betancur, sobre los mosaicos que aparecen a lado y lado del altar. ¿Quiénes los harían? ¿Dónde?



Regreso al momento y escucho a la gente. Una mujer da la vida por saber quién es la joven que camina, llorosa, de un lado a otro del altar, vestida de luto. ¿Será una de las hijas? ¿Será una de sus mujeres?, se pregunta y le pregunta a sus compañeras. “Ey, pregúntale a ella quién es, y por qué está aqui”, le ordena a alguien que está más cerca, cual mujer celosa. Por fortuna ese alguien no le hace caso.

De pronto recuerdo que no le puse el seguro a la moto, así que, nadando contra la corriente, salgo otra vez de la iglesia y me aseguro, primero, de que la Honda todavía siga allí. Al regresar veo movimiento por la parte trasera de la edificación, por donde se entra a los parqueaderos privados. En efecto, es el vehículo de la funeraria que ha llegado.


Regreso a toda carrera a la Catedral, junto con 50 personas más. Ahora el interior del templo es un todo compacto, casi imposible de penetrar. Pero hay movimiento, así que se van abriendo resquicios y por ahí me voy metiendo, como raíz de cañabrava, hasta que llego, empapada en sudor, bautizada por las lágrimas de esos hombres y mujeres de pueblo que han acudido desde todas partes para despedirse de él. Como debe ser.


¿Cómo no abrirme paso en aquel maremágnum por un cantante que lo ha dado todo por mí? ¿Que al componer y crear esos arreglos no hacía más que pensar en el bailador y su pareja? ¿Que era capaz de concebir los versos más bellos y los acordes más sublimes para su público? ¿Que se entregó en cuerpo y alma a la música para que sintiéramos en el pecho la fuerza de su son, de su don, de su palabra? Aquello no era nada comparado con el fuego sagrado que emanó de su mente.



Monseñor se esfuerza en hacerse oír. Da instrucciones sobre cómo deben hacerse las filas, por donde entrar y por donde salir, pero sus palabras caen en el mar. La policía, ahora muy numerosa, intenta ayudarle. La gente intenta obedecer, pero no puede. No hay barreras que valgan, vamos es pá allá, donde él está.


¿Dónde estás ahora, Joe? ¿Dónde te ponemos? ¿Qué homenaje te hacemos para que veas que eres nuestro ídolo, para que sepas cuánto te amamos? Porque sobre ti también cayó, con todo su peso, aquello del profeta en su tierra. Oh, cuán grande eres, ahora lo sabemos. ¿No lo sabíamos? Sí, lo sabíamos, pero una cosa es saberlo y otra actuar en consecuencia.

¿Por qué te fuiste tan pronto? ¿Por qué te destruiste tan rápido?  ¿Por qué no duraste tanto como el viejo Jose, como el viejo Toño, como el viejo Catalino, que todavía sopla su gaita con fuerza? ¿Te imaginas cuantas canciones? Sí, Joe, es cierto; todos sabemos por qué.  Lástima que nadie te haya advertido a tiempo; qué triste que no hayas podido frenar cuando todavía tenías chance de hacerlo. No hay cuerpo que lo resista, y la sociedad, esta sociedad que te dio congos pero no buenos consejos, debería saberlo y evitar que se vayan antes de tiempo sus próximos Joes.


Sé que mañana vendrán a buscarte para una última ceremonia. Vendrán amigos artistas y muchos funcionarios. Toda la farándula se dará cita en la liturgia y las cámaras no dejarán de disparar. Por las calles te dirán adiós con blancos pañuelos o con trapos de colores. Mañana es tu última función, pero yo prefiero acompañarte en esta de hoy, que oficias con tu gente: la del mercado y los estaderos populares de salsa, la de la parada del bus, la del colegio público, la del vendedor de pescado. Tu gente Joe, esta que hoy suda la camiseta por ti, como tú lo hiciste tantas veces por nosotros.

Que la Luz y la Música te acompañen.


Texto y fotos: Patricia Iriarte

Tres países, siete ciudades (II)


Y le llegó el turno a Estrasburgo, la joya de la Alsacia, esa región francesa situada en la frontera con Alemania y Suiza que produce excelentes vinos blancos, cerveza y automóviles. Estrasburgo, con sólo un millón de habitantes en su área urbana, la mitad de ellos en la zona central, es sede del Parlamento Europeo, de tres universidades y de numerosos liceos nacionales; posee un teatro, una ópera y una orquesta sinfónica, por lo que se precia de su nivel cultural.


Arquitectura tradicional alsaciana, en Estrasburgo.

Tiene fama de ser tranquila, segura y atractiva para los viajeros, que difícilmente agotarían en una semana un programa que incluya un recorrido por el centro histórico -Patrimonio de la Humanidad-, la catedral, la ruta del vino y la zona de deportes extremos y centros de esquí. También hay que hacerle la visita al Museo de Arte Moderno; a la hemeroteca André Malraux, que en verano programa un hermoso espectáculo de fuentes luminosas; al Parque L’Orangerie y al puerto, que es el segundo en importancia sobre el Rin. Lástima el frio que nos atacó en las últimas noches, cuando esperábamos el cálido tiempo del verano, pero fueron días bonitos los que pasé en Estrasburgo.


Exterior de la estación de trenes de Estrasburgo.



Panorámica de Lyon desde Fourvière. 
La séptima ciudad, la sorpresa revelada a último momento fue Lyon, otra que se las trae con su actividad cultural, industrial y de turismo. También estudiantil, como la cercana Estrasburgo, la capital del Ródano tiene el encanto de dos ríos en su geografía y un no-se-qué romántico en sus calles. Se hace llamar también la Villa de Lyon, pues fue la capital de la Galia durante el imperio romano, y uno de los puntos importantes en la ruta de la seda. Productiva y muy próspera, la orgullosa Lyon dice tener el segundo PIB más alto de Francia después del de París. Imperdonable no visitar la  colina de Fourvière, el viejo Lyon, el teatro de marionetas y el Instituto Lumiere. Recuerden que fue allí donde vivieron y filmaron los hermanos Lumiere algunas de las primeras escenas en la historia del cine.

Una instantánea de Lyon
Uno de los tantos carteles que empapelan a la
Madrid de hoy.

Y de nuevo Madrid, para cerrar el ciclo. Con más tiempo esta vez para conocerla –pero también con más cansancio-  la capital española estaba candente por todos lados. Allí la actualidad se cuela en todas las conversaciones. En esos días los temas eran la crisis económica y los escándalos políticos:  la renuncia del presidente de la comunidad valenciana, por cuenta de unos trajes que recibió de regalo de una empresa con la cual había contratado. Que si se adelantan o no las elecciones, que si el PP vuelve por lo suyo, que si los indignados preparan una marcha para el sábado, que si los vecinos de Lavapiés prometen detener los desalojos con acciones directas, cansados de los abusos de los bancos y de la ceguera oficial ante los mismos…


Una anciana toca su violín en la noche
para recoger unas monedas. Madrid

Así, entre noticieros, gazpachos, "cañas" y reencuentro con amigas del alma, fuimos conociendo un poco más sobre la abuela patria y su ciudad principal. Había que ir a El Prado, pero no alcanzó el tiempo ni la batería (ni los euros). Me conformé con el Reina Sofía, por ver al Guernica –aquí entre nos, con menos emoción de la que esperaba-  y disfruté recorriendo Chueca, el Paseo de la Opera, El Retiro y la Plaza de Santa Ana. Para qué más.

Lo que me hubiera gustado traerme
Lo primero: las bicicletas públicas  (curiosamente, el día de mi regreso, desde la tele del avión, me enteré de que Medellín ya las tiene y Bogotá las prepara).  Lo otro: el sistema de reciclaje, aunque más de una persona me haya dicho que no le cree porque todo va a parar al final a la misma gran caneca. Yo de todas formas creo que es mejor que nada. Y lo último: la relación de las ciudades con sus ríos, que son una parte amable del paisaje y se integran a la vida cotidiana aportándole su ritmo sosegado.




Patricia Iriarte

domingo, julio 24, 2011

De nuevo, el placer de narrar


Después de casi un mes de quietud Cantaclaro retoma actividades con los relatos fotográficos y periodísticos de su editora, Patricia Iriarte, sobre su viaje a Europa, y de una autora amiga, Ana Victoria Oeding, de quien reproducimos en la sección de Plumas invitadas,  una crónica sobre las fiestas de El Carmen de Bolívar y un cuento corto de sabrosa factura.



Tres países, siete ciudades (I)

por Patricia Iriarte


Europa nunca me ha sido del todo lejana. Además de las referencias escolares, recuerdo que siendo muy pequeña tuve la noción de algo llamado España que quedaba en Europa, que mi padre había visitado cuando estaba en la Marina y que a mi madre debía gustarle mucho porque se había tomado una hermosa foto vestida de manola. Me cuentan que le encantaba la música española y que solía cantar algunas de las canciones que tocaban en la radio.

España siguió presente tiempo después de muchas formas. La música, el cine, la literatura. Luego algunas de mis más grandes amigas emigraron por diferentes razones. Una de ellas hace 14 años a Madrid, por motivos políticos; más adelante Cristina se marcha a ejercer la medicina en París; Luz se va a Barcelona, poco después, por estudios y deseos de un horizonte nuevo, y Patricia hace en la capital catalana sus estudios de postgrado en Economía. En la última década he tenido amigos y amigas de ese país, y a punto estuve yo misma hace diez años de ir a cursar una Maestría en la Universidad de Andalucía.

Pero no sólo fue  España. De repente, en 1990, Escocia se me convirtió en destino durante esa etapa de la vida en que se intenta mantener una familia; entonces conocí Londres, Edimburgo, Glasgow y París. El retorno fue más pronto de lo previsto, pero entre un verano y un otoño pude percibir de cerca los olores de estas ciudades antiguas, el eco de su historia, los logros de su gente, sus particularidades.

Holanda se apareció después en la bondad y estatura de un antropólogo que se enamoró de una manizalita que era mi amiga y socia a mediados de los 90, y terminó llevándosela consigo a Hilversum. La integración afectiva y cultural duró unos años más, y ahora ella vive y trabaja como periodista en La Haya, el corazón político y financiero de los prósperos Países Bajos.

A todo esto súmese que un hermano mayor realiza un doctorado con la Universidad de Salamanca  y otro emigra para trabajar como médico en la provincia de Málaga. Como si fuera poco, mi hija decide hace cuatro años establecerse en Estrasburgo para estudiar veterinaria, y se enamora de un francés.

Así es que la visita a la tal Europa se había vuelto ya un imperativo.

Barrio Chueca, Madrid


El viaje comenzó y terminó en Madrid, aparentemente la puerta más expedita para la entrada de los colombianos. Aparentemente porque nada más difícil que solicitar una visa Schengen al consulado de España en Colombia. Es mucho más rápido y cómodo solicitarla a los Países Bajos, que tiene un eficiente sistema de citas por internet que se realizan en su consulado en Barranquilla, sin tener que viajar a Bogotá, como lo exige España.

El 27 de junio, en un vuelo de Avianca, aterricé en Barajas, donde, contrario a lo que me habían advertido, mi maleta no fue objeto de requisas ni yo de interrogatorios. Esa misma tarde, para provechar las 48 primeras horas del viaje, salí a asomarme a esta ciudad con Rey. Madrid  caliente, Madrid visitado, Madrid atravesado por la política: el M-15, la crisis del euro, los inmigrantes… Madrid vertiginosa, joven, audaz, vieja, decadente. Rica, pobre. Como España.

Barcelona es otra cosa. Aunque sus calles comparten ciertos aires y estilos con Madrid, la mano de Gaudí la hace única y maravillosamente irrepetible. Y su cosmopolitismo es más certero. Sitiada por el turismo de verano, la ciudad deja sentir también su combatividad en la Plaza de Catalunya y en el discurso anarquista de sus principales panfletos. Por otra parte, Barcelona toda rezuma catalán, con una lengua tan oficial como es el español, que se le facilita con amabilidad al turista que lo requiera. Mucha gente en el metro, en las aceras, en los centros comerciales, en las ramblas, en los museos. Mucha, mucha gente de muchas, muchas partes, de visitantes y locales.

Sevilla, en cambio, se siente sosegada, señorial, hermosa. También previsible, conservadora, casi beata, con sus vírgenes y santos que miran a los sevillanos desde todas las esquinas. Una ciudad enamorada de su rio; un Guadalquivir enamorado de Sevilla. El asombro fue total ante maravillas como Los Alcázares, la Plaza España, la Catedral (la única ciudad que tiene tres monumentos patrimonio de la humanidad en una misma cuadra). Con ganas nos quedamos de asistir a un tablao y ver bailar unas buenas sevillanas, porque, curiosamente, nuestros magníficos anfitriones no gustaban de este arte ni parecían tenerlo en mucha estima. Aquí vimos por primera vez lo bien que funciona el sistema de bicicletas públicas, y gracias a él pudimos recorrer más y en mejor forma sus hermosos atractivos.

Vitrina en Amsterdam
Y después de la tranquilidad sevillana, de nuevo el frenesí turístico: se llama Amsterdam y, sin tanta gente, se le adivina deliciosa. Además de sus famosos canales y archiconocida cultura de la bicicleta,  Amsterdam está equipada con magníficos y abundantes museos (se dice que es la ciudad con más museos en el mundo), y una infraestructura hotelera, de transporte, restaurantes y servicios que le permiten atender sin problemas la millonaria afluencia de visitantes. Magnífica su biblioteca pública, con cultura y conectividad disponible para todo el que se acerque, sin restricciones, en un edificio de primer mundo. 


Faltó tiempo para recorrerla, conocerla y degustar algunas de las ventajas de ciudad madura y tolerante, que no se permite cucarachas en la cabeza.

De Amsterdam a Den Haag (La Haya) hay 45 minutos en tren. La sede del gobierno, y por tanto, la capital política y económica de los Países Bajos sorprende de entrada con el tamaño y calidad de su arquitectura, que se ha desarrollado a la sombra de multinacionales como Siemens, Shell, Price Waterhouse y muchas otras que tienen allí sus oficinas, y de instituciones como la Corte  Internacional de Justicia, el Tribunal de Yugoslavia y la Europol. Por todas partes se alzan las grúas de construcción levantando torres de líneas futuristas junto a los centenarios edificios de La Haya antigua. También aquí los rostros negros, los velos de las musulmanas, los rasgados ojos orientales, los infaltables indios de tez morena. La información oficial dice que actualmente hay unos 50.000 extranjeros que trabajan en la región y que estos representan más del 10 por ciento de la economía de La Haya y sus alrededores. En esos alrededores está la curiosidad de la Holanda en versión liliputiense y una playa con tradición de ser la última playa turística del Mar del Norte.

Continuará.

sábado, julio 23, 2011

Europa según mi lente

Barcelona
Plaza Catalunya de Barcelona, ocupada por los Indignados.

La Basílica de La Sagrada Familia, una maravilla
del mundo en permanente construcción.

El de los Okupa es otro movimiento que tiene fuerza en Barcelona
y Madrid, y busca ocupar inmuebles abandonados por parte de personas
que no tienen vivienda.

Sevilla

Catedral de Sevilla


Amsterdam


Museo van Gogh, todo un homenaje al artista y a su época.



La Haya
Dos épocas, dos mundos que conviven en La Haya,
capital política y administrativa de los Países Bajos. 



Strasbourg

La Petit France



Lyon

Mujer árabe pidiendo en una acera de Lyon.

La belleza que acecha en la vieja Lyon.





Madrid


Plaza del Sol a las 11:00 p.m., hora en que los vendedores ambulantes
pueden descansar de la policía.

Vecino de Lavapiés

En el Museo Reina Sofía.

Frente a la gran y oscura boca del Metro en una
estación de Madrid

Los rumbos de Sara Harb   Por Patricia Iriarte   Me sumergí en él, salí, pasaron días. Lo retomé y volví a leer uno de los últimos c...