Llegué
30 minutos antes de la hora programada. El periódico decía que a las cinco y
treinta de la tarde debían llegar tus restos a la Catedral de Barranquilla.
Alrededor del templo había, a las cinco, unas mil personas regadas entre el
atrio y las carreras 45 y 46. Adentro, ni un puesto libre. Cinco policías
cuidaban a esa hora de un cuadrado vacío demarcado frente al altar con barreras
de contención. Hago un reconocimiento para ver dónde podría ubicarme. Los minutos caen pesadamente dentro de la alta
nave, caliente ya, casi húmeda.
Salgo
de nuevo. Afuera los bailadores y bailadoras
esperan pacientemente. Algunos músicos llevan consigo sus instrumentos; el
resto de la gente lee en el periódico el suplemento especial dedicado al Joe;
otros conversan, se ríen, lloran. “Llamadas” es el primer cartel que aparece
entre las cabezas de los caminantes. Abajo se parquean, uno junto a otro, los carritos de chuzo, raspao y pandeyuca,
instituciones infaltables en todo convite barranquillero.
A
eso de las cinco y cuarenta se escucha un rumor seguido por aplausos y vivas.
Dos hombres vestidos para actuar se bajan de un carro y encienden un equipo que
suena pésimo pero les sirve para hacer el show. El “Joe” y “Saoco” cantan y
bailan por lo menos media hora, formando a su alrededor un anillo de curiosos
del que salen espontáneos para echarse un pié con el ícono falso, en un acuerdo
fácil y tácito de que aquello hace parte del homenaje.
De
pronto veo dos filas formadas frente a la carrera 45. Me acerco a averiguar y
encuentro que se trata de una degustación masiva de una bebida energética. Dos hombres destapan miles de botellas que
sacan de dos barriles plásticos –sin hielo- y se las entregaban a la gente de la fila. Power
para todo el mundo gratis, por un ratico, caliente.
Seis
y veinticinco y no hay señales del Joe. Estoy de nuevo adentro, en la segunda
fila de la parte lateral de aquella catedral de calor. La espera desespera y la
gente ha comenzado a subirse a las bancas, ante los rumores de la inminente
llegada del féretro. Alguien, pienso,
debería hacer un reportaje sobre esta obra arquitectónica, sobre las tallas en
piedra que enmarcan el Cristo de Arenas Betancur, sobre los mosaicos que aparecen
a lado y lado del altar. ¿Quiénes los harían? ¿Dónde?
Regreso
al momento y escucho a la gente. Una mujer da la vida por saber quién es la joven
que camina, llorosa, de un lado a otro del altar, vestida de luto. ¿Será una de
las hijas? ¿Será una de sus mujeres?, se pregunta y le pregunta a sus
compañeras. “Ey, pregúntale a ella quién es, y por qué está aqui”, le ordena a
alguien que está más cerca, cual mujer celosa. Por fortuna ese alguien no le
hace caso.
De
pronto recuerdo que no le puse el seguro a la moto, así que, nadando contra la
corriente, salgo otra vez de la iglesia y me aseguro, primero, de que la Honda todavía
siga allí. Al regresar veo movimiento por la parte trasera de la edificación,
por donde se entra a los parqueaderos privados. En efecto, es el vehículo de la
funeraria que ha llegado.
Regreso
a toda carrera a la Catedral, junto con 50 personas más. Ahora el interior del
templo es un todo compacto, casi imposible de penetrar. Pero hay movimiento,
así que se van abriendo resquicios y por ahí
me voy metiendo, como raíz de cañabrava, hasta que llego, empapada en
sudor, bautizada por las lágrimas de esos hombres y mujeres de pueblo que han
acudido desde todas partes para despedirse de él. Como debe ser.
¿Cómo
no abrirme paso en aquel maremágnum por un cantante que lo ha dado todo por mí?
¿Que al componer y crear esos arreglos no hacía más que pensar en el bailador y
su pareja? ¿Que era capaz de concebir los versos más bellos y los acordes más sublimes
para su público? ¿Que se entregó en cuerpo y alma a la música para que
sintiéramos en el pecho la fuerza de su son, de su don, de su palabra? Aquello
no era nada comparado con el fuego sagrado que emanó de su mente.
Monseñor
se esfuerza en hacerse oír. Da instrucciones sobre cómo deben hacerse las
filas, por donde entrar y por donde salir, pero sus palabras caen en el mar. La
policía, ahora muy numerosa, intenta ayudarle. La gente intenta obedecer, pero
no puede. No hay barreras que valgan, vamos es pá allá, donde él está.
¿Dónde
estás ahora, Joe? ¿Dónde te ponemos? ¿Qué homenaje te hacemos para que veas que
eres nuestro ídolo, para que sepas cuánto te amamos? Porque sobre ti también
cayó, con todo su peso, aquello del profeta en su tierra. Oh, cuán grande eres,
ahora lo sabemos. ¿No lo sabíamos? Sí, lo sabíamos, pero una cosa es saberlo y
otra actuar en consecuencia.
¿Por
qué te fuiste tan pronto? ¿Por qué te destruiste tan rápido? ¿Por qué no duraste tanto como el viejo Jose,
como el viejo Toño, como el viejo Catalino, que todavía sopla su gaita con
fuerza? ¿Te imaginas cuantas canciones? Sí, Joe, es cierto; todos sabemos por
qué. Lástima que nadie te haya advertido a tiempo; qué triste que no hayas podido frenar cuando todavía tenías chance de hacerlo. No hay
cuerpo que lo resista, y la sociedad, esta sociedad que te dio congos pero no
buenos consejos, debería saberlo y evitar que se vayan antes de tiempo sus próximos
Joes.
Sé
que mañana vendrán a buscarte para una última ceremonia. Vendrán amigos
artistas y muchos funcionarios. Toda la farándula se dará cita en la liturgia y
las cámaras no dejarán de disparar. Por las calles te dirán adiós con blancos
pañuelos o con trapos de colores. Mañana es tu última función, pero yo prefiero
acompañarte en esta de hoy, que oficias con tu gente: la del mercado y los
estaderos populares de salsa, la de la parada del bus, la del colegio público,
la del vendedor de pescado. Tu gente Joe, esta que hoy suda la camiseta por ti,
como tú lo hiciste tantas veces por nosotros.
Que
la Luz y la Música te acompañen.
Que texto tan hermoso!!!! Gracias por este reportaje, por la reflexión frente a la farándula y la presión que ejerce la sociedad.
ResponderBorrarPor casualidades del destino, de regreso de mi cita, justo pasaba el Joe frente a mi, sin buscarlo, al cruzar la 20 de Julio, con un último adiós y un pase de salsa, celebro su partida y le doy las gracias por su talento, compromiso y amor para con el pueblo colombiano en cada 31 de diciembre y otras tantas fechas en donde dejó a su familia por estar allí para todos los colombiano. Joe a toda Colombia nos duele tu partir, permanecerás en nosotros por siempre.
Que bacano Patricia, leerte fue como estar ahí. Tu texto es más claro que las fotos sobre la muchedumbre... te paso uno mío, lo escribí hace unos meses, la última vez que lo vi... en Barcelona. www.alfredcohen.blogspot.com
ResponderBorrar¡Excelente, excelente crónica!! Me gustó lo de asegurar la Honda. Y respecto a todos esos interrogantes valiosos creo que la clave de las respuestas están en cada una de las canciones del grande e inolvidable Joe Arroyo. Bailaremos sus sones y cantaremos sus ritmos por siempre!!! Un abrazo montemariano Soraya Bayuelo CCMMaL21
ResponderBorrarHermoso y sentido su reportaje, apreciada bloguera. El Joe dedicò todo su talento para nosotros, los que nos arrebatamos bailando.
ResponderBorrarEse, el de tu reportaje (muy agradable de leer, gracias)era sólo un cuerpo, una casa vacía. A Joe le podemos cantar cómo en una de sus canciones: "NO TE HAS MUEERTOO"
ResponderBorrar¡VIVA POR SIEMPRE EL GRAN JOE! ...que vivaaa...
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