domingo, julio 24, 2011

De nuevo, el placer de narrar


Después de casi un mes de quietud Cantaclaro retoma actividades con los relatos fotográficos y periodísticos de su editora, Patricia Iriarte, sobre su viaje a Europa, y de una autora amiga, Ana Victoria Oeding, de quien reproducimos en la sección de Plumas invitadas,  una crónica sobre las fiestas de El Carmen de Bolívar y un cuento corto de sabrosa factura.



Tres países, siete ciudades (I)

por Patricia Iriarte


Europa nunca me ha sido del todo lejana. Además de las referencias escolares, recuerdo que siendo muy pequeña tuve la noción de algo llamado España que quedaba en Europa, que mi padre había visitado cuando estaba en la Marina y que a mi madre debía gustarle mucho porque se había tomado una hermosa foto vestida de manola. Me cuentan que le encantaba la música española y que solía cantar algunas de las canciones que tocaban en la radio.

España siguió presente tiempo después de muchas formas. La música, el cine, la literatura. Luego algunas de mis más grandes amigas emigraron por diferentes razones. Una de ellas hace 14 años a Madrid, por motivos políticos; más adelante Cristina se marcha a ejercer la medicina en París; Luz se va a Barcelona, poco después, por estudios y deseos de un horizonte nuevo, y Patricia hace en la capital catalana sus estudios de postgrado en Economía. En la última década he tenido amigos y amigas de ese país, y a punto estuve yo misma hace diez años de ir a cursar una Maestría en la Universidad de Andalucía.

Pero no sólo fue  España. De repente, en 1990, Escocia se me convirtió en destino durante esa etapa de la vida en que se intenta mantener una familia; entonces conocí Londres, Edimburgo, Glasgow y París. El retorno fue más pronto de lo previsto, pero entre un verano y un otoño pude percibir de cerca los olores de estas ciudades antiguas, el eco de su historia, los logros de su gente, sus particularidades.

Holanda se apareció después en la bondad y estatura de un antropólogo que se enamoró de una manizalita que era mi amiga y socia a mediados de los 90, y terminó llevándosela consigo a Hilversum. La integración afectiva y cultural duró unos años más, y ahora ella vive y trabaja como periodista en La Haya, el corazón político y financiero de los prósperos Países Bajos.

A todo esto súmese que un hermano mayor realiza un doctorado con la Universidad de Salamanca  y otro emigra para trabajar como médico en la provincia de Málaga. Como si fuera poco, mi hija decide hace cuatro años establecerse en Estrasburgo para estudiar veterinaria, y se enamora de un francés.

Así es que la visita a la tal Europa se había vuelto ya un imperativo.

Barrio Chueca, Madrid


El viaje comenzó y terminó en Madrid, aparentemente la puerta más expedita para la entrada de los colombianos. Aparentemente porque nada más difícil que solicitar una visa Schengen al consulado de España en Colombia. Es mucho más rápido y cómodo solicitarla a los Países Bajos, que tiene un eficiente sistema de citas por internet que se realizan en su consulado en Barranquilla, sin tener que viajar a Bogotá, como lo exige España.

El 27 de junio, en un vuelo de Avianca, aterricé en Barajas, donde, contrario a lo que me habían advertido, mi maleta no fue objeto de requisas ni yo de interrogatorios. Esa misma tarde, para provechar las 48 primeras horas del viaje, salí a asomarme a esta ciudad con Rey. Madrid  caliente, Madrid visitado, Madrid atravesado por la política: el M-15, la crisis del euro, los inmigrantes… Madrid vertiginosa, joven, audaz, vieja, decadente. Rica, pobre. Como España.

Barcelona es otra cosa. Aunque sus calles comparten ciertos aires y estilos con Madrid, la mano de Gaudí la hace única y maravillosamente irrepetible. Y su cosmopolitismo es más certero. Sitiada por el turismo de verano, la ciudad deja sentir también su combatividad en la Plaza de Catalunya y en el discurso anarquista de sus principales panfletos. Por otra parte, Barcelona toda rezuma catalán, con una lengua tan oficial como es el español, que se le facilita con amabilidad al turista que lo requiera. Mucha gente en el metro, en las aceras, en los centros comerciales, en las ramblas, en los museos. Mucha, mucha gente de muchas, muchas partes, de visitantes y locales.

Sevilla, en cambio, se siente sosegada, señorial, hermosa. También previsible, conservadora, casi beata, con sus vírgenes y santos que miran a los sevillanos desde todas las esquinas. Una ciudad enamorada de su rio; un Guadalquivir enamorado de Sevilla. El asombro fue total ante maravillas como Los Alcázares, la Plaza España, la Catedral (la única ciudad que tiene tres monumentos patrimonio de la humanidad en una misma cuadra). Con ganas nos quedamos de asistir a un tablao y ver bailar unas buenas sevillanas, porque, curiosamente, nuestros magníficos anfitriones no gustaban de este arte ni parecían tenerlo en mucha estima. Aquí vimos por primera vez lo bien que funciona el sistema de bicicletas públicas, y gracias a él pudimos recorrer más y en mejor forma sus hermosos atractivos.

Vitrina en Amsterdam
Y después de la tranquilidad sevillana, de nuevo el frenesí turístico: se llama Amsterdam y, sin tanta gente, se le adivina deliciosa. Además de sus famosos canales y archiconocida cultura de la bicicleta,  Amsterdam está equipada con magníficos y abundantes museos (se dice que es la ciudad con más museos en el mundo), y una infraestructura hotelera, de transporte, restaurantes y servicios que le permiten atender sin problemas la millonaria afluencia de visitantes. Magnífica su biblioteca pública, con cultura y conectividad disponible para todo el que se acerque, sin restricciones, en un edificio de primer mundo. 


Faltó tiempo para recorrerla, conocerla y degustar algunas de las ventajas de ciudad madura y tolerante, que no se permite cucarachas en la cabeza.

De Amsterdam a Den Haag (La Haya) hay 45 minutos en tren. La sede del gobierno, y por tanto, la capital política y económica de los Países Bajos sorprende de entrada con el tamaño y calidad de su arquitectura, que se ha desarrollado a la sombra de multinacionales como Siemens, Shell, Price Waterhouse y muchas otras que tienen allí sus oficinas, y de instituciones como la Corte  Internacional de Justicia, el Tribunal de Yugoslavia y la Europol. Por todas partes se alzan las grúas de construcción levantando torres de líneas futuristas junto a los centenarios edificios de La Haya antigua. También aquí los rostros negros, los velos de las musulmanas, los rasgados ojos orientales, los infaltables indios de tez morena. La información oficial dice que actualmente hay unos 50.000 extranjeros que trabajan en la región y que estos representan más del 10 por ciento de la economía de La Haya y sus alrededores. En esos alrededores está la curiosidad de la Holanda en versión liliputiense y una playa con tradición de ser la última playa turística del Mar del Norte.

Continuará.

1 comentario:

  1. nos compartes una foto de la biblioteca? no me imagino su arquitectura....

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