Después de casi un mes de quietud Cantaclaro retoma actividades con los relatos fotográficos y periodísticos de su editora, Patricia Iriarte, sobre su viaje a Europa, y de una autora amiga, Ana Victoria Oeding, de quien reproducimos en la sección de Plumas invitadas, una crónica sobre las fiestas de El Carmen de Bolívar y un cuento corto de sabrosa factura.
Tres países, siete ciudades (I)
Europa nunca me ha sido del todo
lejana. Además de las referencias escolares, recuerdo que siendo muy pequeña
tuve la noción de algo llamado España que quedaba en Europa, que mi padre había
visitado cuando estaba en la Marina y que a mi madre debía gustarle mucho
porque se había tomado una hermosa foto vestida de manola. Me cuentan que le
encantaba la música española y que solía cantar algunas de las canciones que
tocaban en la radio.
España siguió
presente tiempo después de muchas formas. La música, el cine, la literatura.
Luego algunas de mis más grandes amigas emigraron por diferentes razones. Una
de ellas hace 14 años a Madrid, por motivos políticos; más adelante Cristina se
marcha a ejercer la medicina en París; Luz se va a Barcelona, poco después, por
estudios y deseos de un horizonte nuevo, y Patricia hace en la capital catalana
sus estudios de postgrado en Economía. En la última década he tenido amigos y amigas
de ese país, y a punto estuve yo misma hace diez años de ir a cursar una
Maestría en la Universidad de Andalucía.
Pero no sólo fue España. De repente, en 1990, Escocia se me convirtió
en destino durante esa etapa de la vida en que se intenta mantener una familia;
entonces conocí Londres, Edimburgo, Glasgow y París. El retorno fue más pronto
de lo previsto, pero entre un verano y un otoño pude percibir de cerca los
olores de estas ciudades antiguas, el eco de su historia, los logros de su
gente, sus particularidades.
Holanda se apareció después en la
bondad y estatura de un antropólogo que se enamoró de una manizalita que era mi
amiga y socia a mediados de los 90, y terminó llevándosela consigo a Hilversum.
La integración afectiva y cultural duró unos años más, y ahora ella vive y
trabaja como periodista en La Haya, el corazón político y financiero de los
prósperos Países Bajos.
A todo esto súmese que un hermano
mayor realiza un doctorado con la Universidad de Salamanca y otro emigra para trabajar como médico en la
provincia de Málaga. Como si fuera poco, mi hija decide hace cuatro años
establecerse en Estrasburgo para estudiar veterinaria, y se enamora de un
francés.
Así es que la visita a la tal
Europa se había vuelto ya un imperativo.
Barrio Chueca, Madrid |
El viaje
comenzó y terminó en Madrid, aparentemente la puerta más expedita para la
entrada de los colombianos. Aparentemente porque nada más difícil que solicitar
una visa Schengen al consulado de España en Colombia. Es mucho más rápido y
cómodo solicitarla a los Países Bajos, que tiene un eficiente sistema de citas
por internet que se realizan en su consulado en Barranquilla, sin tener que
viajar a Bogotá, como lo exige España.
El 27 de
junio, en un vuelo de Avianca, aterricé en Barajas, donde, contrario a lo que
me habían advertido, mi maleta no fue objeto de requisas ni yo de interrogatorios.
Esa misma tarde, para provechar las 48 primeras horas del viaje, salí a
asomarme a esta ciudad con Rey. Madrid caliente, Madrid visitado, Madrid atravesado
por la política: el M-15, la crisis del euro, los inmigrantes… Madrid
vertiginosa, joven, audaz, vieja, decadente. Rica, pobre. Como España.
Barcelona
es otra cosa. Aunque sus calles comparten ciertos aires y estilos con Madrid,
la mano de Gaudí la hace única y maravillosamente irrepetible. Y su
cosmopolitismo es más certero. Sitiada por el turismo de verano, la ciudad deja
sentir también su combatividad en la Plaza de Catalunya y en el discurso
anarquista de sus principales panfletos. Por otra parte, Barcelona toda rezuma catalán,
con una lengua tan oficial como es el español, que se le facilita con
amabilidad al turista que lo requiera. Mucha gente en el metro, en las aceras,
en los centros comerciales, en las ramblas, en los museos. Mucha, mucha gente
de muchas, muchas partes, de visitantes y locales.
Sevilla,
en cambio, se siente sosegada, señorial, hermosa. También previsible,
conservadora, casi beata, con sus vírgenes y santos que miran a los sevillanos
desde todas las esquinas. Una ciudad enamorada de su rio; un Guadalquivir
enamorado de Sevilla. El asombro fue total ante maravillas como Los Alcázares,
la Plaza España, la Catedral (la única ciudad que tiene tres monumentos
patrimonio de la humanidad en una misma cuadra). Con ganas nos quedamos de
asistir a un tablao y ver bailar unas buenas sevillanas, porque, curiosamente,
nuestros magníficos anfitriones no gustaban de este arte ni parecían tenerlo en
mucha estima. Aquí vimos por primera vez lo bien que funciona el sistema de
bicicletas públicas, y gracias a él pudimos recorrer más y en mejor forma sus
hermosos atractivos.
Vitrina en Amsterdam |
Y después
de la tranquilidad sevillana, de nuevo el frenesí turístico: se llama Amsterdam
y, sin tanta gente, se le adivina deliciosa. Además de sus famosos canales y
archiconocida cultura de la bicicleta,
Amsterdam está equipada con magníficos y abundantes museos (se dice que
es la ciudad con más museos en el mundo), y una infraestructura hotelera, de
transporte, restaurantes y servicios que le permiten atender sin problemas la
millonaria afluencia de visitantes. Magnífica su biblioteca pública, con
cultura y conectividad disponible para todo el que se acerque, sin
restricciones, en un edificio de primer mundo.
Faltó
tiempo para recorrerla, conocerla y degustar algunas de las ventajas de ciudad
madura y tolerante, que no se permite cucarachas en la cabeza.
De Amsterdam a Den Haag (La Haya) hay 45 minutos en tren. La sede
del gobierno, y por tanto, la capital política y económica de los Países Bajos
sorprende de entrada con el tamaño y calidad de su arquitectura, que se ha
desarrollado a la sombra de multinacionales como Siemens, Shell, Price Waterhouse y muchas otras que tienen allí sus
oficinas, y de instituciones como la Corte Internacional de Justicia, el
Tribunal de Yugoslavia y la Europol. Por todas partes se alzan las grúas de
construcción levantando torres de líneas futuristas junto a los centenarios
edificios de La Haya antigua. También aquí los rostros negros, los velos de las
musulmanas, los rasgados ojos orientales, los infaltables indios de tez morena.
La información oficial dice que actualmente hay unos 50.000 extranjeros que
trabajan en la región y que estos representan más del 10 por ciento de la
economía de La Haya y sus alrededores. En esos alrededores está la curiosidad
de la Holanda en versión liliputiense y una playa con tradición de ser la
última playa turística del Mar del Norte.
Continuará.
nos compartes una foto de la biblioteca? no me imagino su arquitectura....
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