"De pronto me quedo en el Caribe"
Cuando Aline Helg comenzaba sus estudios en la Universidad de Ginebra,
comenzaba también en el Cono Sur la época de las dictaduras, y Suiza fue uno de los países que recibió una
gran cantidad de exiliados políticos de los países suramericanos. Muchos de
ellos fueron sus compañeros de estudios pero uno en particular, un
chileno-suizo que se había sido su gran amigo, fue desaparecido después en la
Operación Cóndor del régimen de Pinochet.
“Eso me movilizó enormemente”, dice la historiadora en una entrevista que
concedió a Cantaclaro en la recepción
de un hotel en Riohacha, donde había sido invitada por la Expedición Padilla
para dictar una conferencia y presentar su libro sobre el Caribe colombiano,
publicado por primera vez en Colombia.[1]
En unos minutos el bus de la expedición nos llevaría a conocer la
Laguna Salada y el sitio aproximado donde estuvo la Villa de Pedraza, la cuna del
héroe de la Independencia José Padilla, la figura histórica a la cual esta
mujer le ha dedicado años de investigación.
Pero ¿cómo se interesa esta investigadora por una figura hasta
entonces ignorada de la historia de Colombia?
Después de haber estudiado Historia, Español y Ciencia Política, y tras
su doloroso contacto con la realidad de América Latina, Aline se interesa en
trabajar con la Unesco; pensando quizás en vivir un tiempo en París. Sin
embargo, para ello necesitaba tener un doctorado y pensó que uno muy
interesante podrían ser el de Historia de la Educación, pero ¿dónde? “Mirando
el mapa de Suramérica el único país que
no estaba bajo una dictadura era Colombia. Estaba en estado de sitio pero no en
dictadura.” Así fue como en 1979 llegó a
Colombia para hacer la investigación en terreno, y se vinculó nada menos que a
la Universidad de los Andes, en Bogotá, como profesora visitante. De esa temporada
cuenta, a manera de anécdota, que sus estudiantes –la mayoría de clase alta- se
negaban a ir a las oficinas del DANE para buscar los documentos que ella les
pedía consultar porque consideraban –al menos, eso les decían sus padres- que
la Avenida El Dorado era un sitio peligroso. Lo chistoso era que la misma Aline
vivía en ese sector, y el único peligro que encarnaba para un joven uniandino
era, digo yo, la cercanía de la Universidad Nacional. Eran los años 80, con gobierno de Turbay, Estatuto de Seguridad y sonoros
golpes del M-19.
Esa pesquisa sobre la educación la llevó al otro tema que le ha apasionado
en los últimos 20 años: el de la raza. Durante su tesis doctoral sobre educación
en Colombia Aline Helg encontró que ésta comenzó a desarrollarse cuando los
primeros gobiernos de la República lanzaron programas para promover la
inmigración europea y así “blanquear” la raza. Era lo que se hacía en ese
entonces en otros países, dice la profesora Helg, pues se pensaba que de esa
forma la raza iba a mejorar notablemente… sólo que no había una inmigración suficientemente
importante en Colombia, y entonces decidieron tomar la vía de la educación y la
salud para mejorar a los colombianos: 1930-40
Así fue emergiendo el papel decisivo que había jugado la cuestión
racial en la educación. Por ejemplo, dice Helg: “Cuando se estableció la
educación pública las clases medias y altas crearon los colegios privados para
que sus hijos no se mezclaran con los pobres o los de piel más oscura.”
El asunto la intrigó tanto que luego realizó un estudio sobre teorías
raciales en América Latina para ver cómo los pensadores e intelectuales
latinoamericanos trataban de conciliar esas teorías europeas y norteamericanas
con la realidad que vivían en países mestizos, encontrado escritos que
confirmaban un pensamiento racista muy fuerte en esta parte del continente. Lo
hizo comparando a Cuba y Argentina, que sí pudieron atraer una importante inmigración
europea.
En Cuba encontró que existían organizaciones negras muy fuertes desde
1840, y que allí se había creado el único partido negro del continente después
de las guerras de independencia. El resultado de este trabajo se publicó en
inglés y español bajo el título Lo que
nos corresponde. La lucha por la igualdad de los negros y mulatos en Cuba, estudio
que le valió varios premios en Estados Unidos y el Caribe.
Después hizo planes para hacer una investigación sobre el oriente de
Cuba pero la situación era tan difícil en ese momento en la isla que decidió volver
con su hija a Colombia y ver lo que ocurría en el Caribe colombiano, región de condiciones
similares al Caribe insular. Observando esto se planteó las siguientes
preguntas: “¿Por qué no hubo una movilización basada en la raza en la Costa
Caribe colombiana durante la guerra de Independencia, periodo en que se
desbarató todo el sistema de control?” O “¿Por qué la nación colombiana se
presenta como mestiza y andina y no como caribeña?”
“Algunos amigos en Estados Unidos ni siquiera sabían que Colombia
tiene la tercera población afrodescendiente más numerosa de América”, dice
Aline Helg, quien revisó archivos de España, Inglaterra, Francia, Estados
Unidos y Colombia para responder esas preguntas, y poco a poco se dio cuenta de
que el caso de Colombia era totalmente distinto al de Cuba, entre otras porque
no había medios de comunicación, el sentido de pertenencia a Africa se había
perdido y tampoco había una élite de hacendados fuerte, que utilizara la raza
para dominar, como la hubo en Cuba, donde aún se utiliza el término “raza de
color”.
Además, veía Aline en sus estudios, el Caribe colombiano había sido durante
mucho tiempo parte de una gran periferia no conquistada, con poco control de
Estado y de la iglesia, por eso no se explicaba cómo en esas sabanas y montes,
a la sombra de las rochelas y sitios de libres, no había florecido una insurrección
de los sectores mestizos y blancos pobres. Y fue por esos estudios sobre el tema
racial como llegó al personaje llamado José Prudencio Padilla.
Personaje que, curiosamente, no apareció cuando investigaba los hechos
de la Independencia sino cuando leía la correspondencia del Libertador Simón
Bolívar, quien decía en algunas de sus cartas -palabras más, palabras menos -que
había que hacer algo con ese militar costeño que amenaza con imponer en la Gran
Colombia una “pardocracia” como la que habían impuesto los negros en Haití. Así
llega también a las cartas que el mismo Padilla envía a Bolívar y a Santander.
“En ese momento digo: ¡Aquí tengo mi héroe!”, recuerda emocionada
Aline, pues mientras que en Cuba había encontrado muchos héroes enaltecidos por
la Revolución, en el Caribe colombiano no había encontrado ninguno. Finalmente entendió
por qué Padilla no había podido ejercer aquí
un liderazgo como el que ejerció en Cuba un Antonio Maceo: “por la geografía,
por las terribles maniobras políticas y por la debilidad de la Costa, a la cual
nadie le paraba bolas”, dice la investigadora suiza en su español desparpajado.
“Era una región despreciada, y yo traté de entender por qué, pues toda
esa gente también fue independentista, murió en las guerras. Uno de los pocos
que sobrevivió fue Padilla; también Juan José Nieto, pero él era muy joven en
la época de Independencia.”
Cuando recibía de manos del alcalde su diploma como hija adoptiva de Riohacha. |
Algunos historiadores dicen hoy que a pesar de todas las críticas que
se hacen a los caudillos, estos sembraron las semillas de la nación con sus redes
de clientelismo y arraigo en las masas. En la región Caribe no hubo ese
caudillo. Padilla era un hombre honesto, sin deseos de riquezas; su riqueza era
su honor, su figura y su única ambición el reconocimiento de su papel en la
guerra de Independencia.
Sus estudios sobre el Caribe colombiano le tomaron
casi diez años, hasta la publicación en 2004 de Libertad e igualdad en el Caribe Colombiano 1770-1835, obra que
recibió el Premio
John Edwin Faggde de la Asociación Americana de Historia en 2005. Su primer artículo sobre el Almirante
guajiro[2]
había salido en 2001, y fue antes de que descubriera el panfleto Al respetable público de Cartagena, que
dio origen a otro artículo: Bolívar,
Padilla y la pardocaracia. Un tema en el que Helg ve toda una veta de
trabajo.
-
O sea que podría seguir trabajando sobre Padilla,
le digo.
“Ah, si me dan documentos, sí, estoy lista”, responde sonriendo.
Ahora está terminando algo sobre el pensamiento social de Bolívar,
tiene un “pequeño” proyecto sobre historias de mujeres esclavas que lucharon
por su libertad, y finalmente, le da los últimos toques a su Historia general de la resistencia de los
esclavos en las Américas.
Tenía también un proyecto sobre historia del Pacífico “pero con esta
Expedición Padilla tengo tanto corazón aquí, que voy a tener que decidir. De
pronto me quedo en el Caribe”.
Por ahora seguirá con sus cursos en Ginebra, pero tiene tantos amigos
aquí que lo más seguro es que regrese. Además, ahora es hija adoptiva de
Riohacha.
Ver otra entrevista y artículos sobre Aline Helg en:
[1]
Libertad e igualdad en el Caribe Colombiano 1770-1835. Banco de la República/Fondo Editorial Universidad EAFIT, Bogotá/Medellín,
2011
[2] “El general José Padilla en su
laberinto: Cartagena en el decenio de 1820”, en Haroldo Calvo Stevenson y
Adolfo Meisel Roca, eds., Cartagena de Indias en el siglo XIX, (Cartagena:
Universidad Jorge Tadeo Lozano/Banco de la República, 2002), pp. 3-29.
Entonces, ¿Padilla tendría una segunda faceta que lo proyecta igualmente, como pre-figurador de un hombre de talante pacífico? Buen caribe, sin duda. Gracias por interesante entrevista, cantaclaro.
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