Desde La Guerra de las Galaxias, Blade Runner, Alien y quizás, Matrix, el cine de ciencia ficción no nos ofrecía un plato tan delicioso como este, preparado pacientemente por James Cameron durante más diez años.
Pero si la crítica mundial y el público la han respaldado con elogios y entradas masivas, no es sólo por los méritos técnicos y estéticos, que obviamente, la película tiene de sobra, sino por algo más que eso, y es una lástima que los comentarios de la prensa colombiana se estén concentrando sólo en el récord de taquilla y en la comparación con la que tuvo Titanic.
Avatar es una película oportuna, en el sentido de que llega a las pantallas en un momento en que sectores cada vez más amplios de la sociedad se están cuestionando el asunto del agotamiento de los recursos de la Tierra y la relación que los humanos tenemos con ella. En la superficie, la película se trata de una batalla entre marines y Na’vis, con avatares (que en este caso son como alter egos de los humanos en el cuerpo de los nativos) atrapados en medio de los dos bandos. Un poco más allá de la superficie, la historia habla de la ambición de un país, los Estados Unidos --que pretende siempre actuar en nombre de la humanidad—por obtener ganancias de un recurso escaso que abunda en el planeta Pandora; de una científica que está tratando de entender ese mundo asombroso, y de la lucha de una especie por proteger su hogar de la destrucción que viene con las excavadoras.
Pero en esencia, la historia nos recuerda la conexión profunda entre todo lo viviente. La bellísima metáfora de la unión con plantas, animales y tierra a través de las hebras del cabello; la importancia de conocer y no alterar esas conexiones y la presencia cierta y respetable de un ser superior, en este caso Eywa, la gran Madre creadora, lo que hacen es poner en un lenguaje claro y atractivo para el público un mensaje que la ciencia y el movimiento ambiental de todo el mundo ha tratado de insertar en la conciencia colectiva en los últimos 50 años.
Los Na’vi y su mundo increíblemente bello son la metáfora de lo que la humanidad perdió hace mucho tiempo y es ese conocimiento y esa relación de iguales que saben mantener con el entorno natural, donde nadie es superior a nadie y todos dependen de todos. Y aunque es inevitable pensar que muchos pueblos indígenas todavía conservan esa capacidad, la película se encarga de recordarnos cuán frágil es ese reducto de saberes frente al poder de la empresa extractiva y sus aliados militares.
Personalmente lamento que la cinta caiga también en las gringadas de siempre: despliegue de armas, mesianismo blanco y algunos lugares comunes, como flechas versus tanques, pero esto es conjurado con un desenlace inesperado que en últimas es fiel al sentido original de la película y deja en la memoria el sabor bonito de algo que vale la pena volver a mirar.
Avatar es un buen ejemplo de lo que el arte cinematográfico puede hacer cuando tiene algo que decir. Que El Vaticano haya salido a descalificarla, antes que un handicap es un elogio para la película.
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