El miércoles 9 de diciembre en el Museo de Arte Moderno fue presentado en sociedad el primer libro de Cristina Duncan Salazar:
Tallulah.doc, publicado gracias a una beca de coedición otorgada por la Secretaría de Cultura, Patrimonio y Turismo de Barranquilla en su segunda convocatoria del Portafolio de Estímulos 2009.
Cantaclaro reproduce aquí apartes de la presentación que hace del libro la periodista Patricia Iriarte, y una de las cartas de Jenny Dummock recogidas en este hermoso y especial epistolario.
Este libro es algo más que la colección de cartas que una amiga le escribió a otra desde un país lejano. Para comenzar, se trata de mensajes escritos para ser enviados por el correo electrónico, a manera de postales interiores que iban describiendo los avatares de una larga estadía en Europa en condición de inmigrante. La otra parte de la historia es que sólo fueron enviados a su destinataria siete años después de haberse escrito el último de ellos, en un archivo que los reunió a todos bajo este nombre: Tallulah.doc. Este moderno epistolario relata en un tono íntimo y profundamente honesto, el proceso vivido por una mujer que llega a otro país en compañía de su marido. Pero más allá de las impresiones de una extranjera y su proceso de adaptación a otra cultura en estos tiempos paradójicos de globalización y xenofobia -lo cual ya es de por sí interesante- estos mensajes constituyen el testimonio de una experiencia interior narrada desde la condición de mujer, de latina, de profesional y de ser humano, que al escribir su historia se reencuentra, se reinventa y se sana.
Cristina Duncan escribió para otra persona pero también para sí misma, y al cabo de muchos años encontró que el contenido de aquel "atado" de mensajes bien podía compararse con las vivencias de millones de personas que abandonan, por diversas razones, su país de origen y deben construirse una vida en otra nación. (...) Cada carta de este libro es, en sí misma, un capítulo del proceso de adaptación: ser subvalorado, resistir, escapar de, recordar, añorar, necesitar, defender su identidad, y en consecuencia, todo aquello que implica adaptarse: reaprender su propia lengua, crear estrategias de supervivencia, protegerse y al mismo tiempo abrirse, aprender, insertarse en, legalizarse. Es decir, conquistar un espacio no sólo físico sino también emocional, social y espiritual. Tallulah.doc es la ruta interior y exterior seguida por Jenny, narrada en una amena, clara y conmovedora prosa en la que brillan el humor, la sensibilidad y la inteligencia.
Patricia Iriarte
Mujeres, jabones y hombres
Mientras llega el autobus:
Mi querida Tallulah:
Las veo andar con ese paso decidido, pisando fuerte. Las escucho hablar con esas voces fuertes, hablando recio. Las veo trabajar, hasta el cansancio. Sentirse responsables de todo y de todos. Mujeres. Dicen que hay abuso físico de los hombres y se registran denuncias por malos tratos a diario. Las veo gritar y encomendar el trabajo del hogar a las hijas, las oigo criticar casi exclusivamente a otras mujeres; las veo despreciar sus cuerpos hasta la inanición o hasta la obesidad y es que detrás de cada mujer maltratada por un hombre, hay otra mujer que ya la ha maltratado. Y el pobre Freud que pensaba que las mujeres eran moralmente inmaduras como resultado de no tener prohibido amar a otra mujer. Y digo yo: esto del hemisferio izquierdo (¿o es el derecho?) en las mujeres, ¿no lo habremos conseguido convertir en dominante a golpe de lavarlo, jabonarlo, restregarlo, plancharlo, apaciguarlo, educarlo, criticarlo, mecerlo y alimentarlo? Porque no es poco el poder que tiene una pastilla de jabón en manos de una mujer: El abuelo tenía patentado un jabón medicinal y había hecho de él una empresa próspera. Contra el sarpullido, el sarampión y un montón de dolencias de la piel, aquel jabón había sido el protagonista en más de una ocasión. La hermosa y diminuta abuela de ojos azules se vengaba de los andares nocturnos y fortuitos del abuelo comprando jabón Camey y poniendo una pastilla en cada jabonera de la casa. El jabonoso orgullo del abuelo resbalaba y caía para luego recobrar los bríos a la hora del almuerzo, cuando se quitaba la dentadura postiza antes de sentarse a la mesa. Devolvía cada plato servido farfullando, con la boca llena, que la comida estaba dura. Y es que en casa de jabonero el que no cae, resbala. Eso decía mi papá.
Mujeres, cerebro, amores, jabones y hombres. El otro día esperábamos ya una hora y media al autobús que se retrasaba por la nieve que estaba cayendo en el cerro. Algunos leíamos, otros conversábamos y algunos se habían ido al bar a tomar café. Levanté los ojos al sentir que todos se levantaban y recogían bolsas y maletines y le vi de perfil: piel dorada, huesos finos, rotundos, cabello largo hasta los hombros y un par de ojos tan azules como blancos los dientes. Tarzán andaba por mi pueblo y yo sin enterarme. Podía adivinar que olería a jabón y a champú de uso frecuente. Y así fue. Se sentó a mi lado y conversamos quedo hasta llegar a la ciudad. De todo y de nada. De su hermana que ordenaban como monja, de su trabajo como profesor de pre escolares, de sus hijos, de mi marido, de su mujer y de mis piedras. Debo encontrar a Jane y ponerle una pastilla de jabón para que pise.
Suspirando, resbalosa se despide,
Jenny
No hay comentarios.:
Publicar un comentario