"La esclavitud no nació del racismo;
más bien podemos decir que el racismo
fue la
consecuencia de la esclavitud.”
Carátula de la primera en edición en español, de Ediciones Siglo XX, Argentina, 1944. |
La afirmación del epígrafe pertenece a Eric Williams en su libro
Capitalismo y Esclavitud, publicado originalmente
en inglés en 1944, traducido y publicado en Argentina en 1973 y ahora reeditado
en España por Traficantes de sueños. Esta editorial y distribuidora altermundista ha publicado un
millar de ejemplares impresos para quienes aman el papel, y lo ha puesto al
alcance de todo el mundo a través de su página web, en PDF y con licencia Creative
Commons, es decir, con derecho a copiar, distribuir y comunicar públicamente la
obra siempre y cuando sea sin fines comerciales, con reconocimiento de autoría
y sin derecho o obras derivadas.
Es realmente estimulante tener ahora al
alcance de la mano la obra maestra de uno de los más importantes intelectuales antillanos
del siglo XIX, quien fuera Primer Ministro de Trinidad y Tobago desde 1956 hasta
su muerte, en 1981. Capitalismo
y esclavitud es un libro capital para conocer y comprender la historia
del Caribe y la relación entre la esclavitud y la economía capitalista mundial.
Hoy, cuando asistimos a la revuelta de
los ánimos en Oriente y en Occidente y el inconformismo llega a la matriz misma
del capitalismo mundial, es esclarecedor encontrar un trabajo con tanta
vigencia que recorre el fenómeno del comercio esclavista y le hace una
disección hasta ahora no superada que demuestra la relación directa entre el
desarrollo de éste y la aparición del capitalismo.
Carátula de la edición de Traficantes de sueños, 2011 |
Diez años dicen que tardó Williams en investigar
y escribir los 12 capítulos de este volumen en el que revela la verdadera dimensión
de las ganancias generadas por la plantación azucarera y por un comercio que no
se valió solo de la mano de obra africana sino que esclavizó casi por igual a
blancos, chinos e indios: “El trabajador
no libre en el Nuevo Mundo fue moreno, blanco, negro y amarillo, católico,
protestante y pagano.”
De hecho, según el autor, una vez
exterminados los indígenas en las islas del Caribe, sus inmediatos sucesores en
las colonias fueron blancos pobres que eran traídos al Nuevo Mundo bajo diferentes
modalidades de contrato, siempre ventajosas para el dueño del viaje. Una de
ellas les otorgaba a éstos el derecho de vender al redemptioner al mejor postor en caso de que no fuese capaz de pagar
su pasaje en el tiempo estipulado.
En el capítulo sobre el comercio
británico y el comercio triangular, Eric Williams demuestra, por una parte, las
enormes ganancias que le dejaban a la potencia los negocios de la caña y el
algodón, y por otro, los efectos que la esclavitud y el comercio de mercancías tuvo
sobre la industria textil, el transporte naval, el desarrollo de las ciudades
costeras de la metrópoli y la producción metalúrgica. En otras palabras, fueron
las riquezas del Caribe, sacadas con el trabajo de los esclavos, las que le
dieron a Gran Bretaña el dinero para financiar la revolución industrial y con
ella, la posición preeminente que tuvo desde entonces en Europa.
Eran los albores del siglo XX y el
racionalismo campeaba; el hombre dominaba, por fin, a la naturaleza y extraía
de ella lo necesario para proveerse de nuevas comodidades. La clase que así
pensaba, que había concebido y financiado la empresa colonizadora y que había recibido
e invertido sus ganancias no era, por supuesto, la de los trabajadores -esclavizados
o no-; era la de las élites ilustradas.
“La prosecución del tráfico de esclavos
no fue tarea de la escoria de la sociedad inglesa. La hija de un traficante de
esclavos aseguraba que su padre, aunque era un capitán esclavista y corsario,
era un hombre bondadoso y justo, un buen padre, esposo y amigo. (…) Los hombres
más activos en este tráfico eran hombres dignos, padres de familia y excelentes
ciudadanos.” (pág. 85)
James Ramsay, uno de los primeros abolicionistas,
reconoció esto pero alegó a su favor que «ellos nunca habían examinado la
naturaleza de este comercio y se introdujeron en él y actuaron como otros lo
habían hecho antes que ellos, como si se tratara de algo natural…». Era “natural”
porque el negocio hacía prosperar a la nación, pero además, no era
pecado. Por lo contrario, la Iglesia pensaba que era voluntad de Dios.
Da para pensar este trabajo en el que se
conjugan la historia, la economía y la sociología. Y parece inevitable
establecer cierto parangón con los problemas actuales de corrupción y tráfico de drogas, tan “normalizados” en sociedades como la nuestra en la medida en que permiten acumular rápidamente, mueven la economía e involucran a sectores tanto de las élites como de las masas.
Los conceptos de Adam Smith, las
contradicciones de los abolicionistas, la influencia de la Revolución
Norteamericana y las incidencias de los movimientos emancipatorios en las Antillas
son algunos de los tópicos que los lectores y lectoras verán magistralmente desarrollados
en esta obra que ahora, gracias a la licencia Creative Commons (CC) y a
Traficantes de sueños, dejará de ser una ilustre desconocida.
Patricia Iriarte
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