Por Miguel Iriarte
1.
Foto de El Heraldo |
Era 1977. Deambulando por
el centro
de Barranquilla, me encontré en una
esquina unos libros viejos con el sello de
la Librería
Mundo , ofrecidos a
los transeúntes a la costumbre de
unos módicos pesos. El encuentro sirvió
para comprar las ediciones príncipe de
Todos estábamos a la espera, de Cepeda Samudio;
Marsolaire, la noveleta de Amira dela Rosa ;
y Alba de Olvido, el primer libro de
Meira Delmar, en aquella
extraordinaria edición de la vieja
Editorial Mejoras de Barranquilla.
De ñapa, me encimaron una edición del Breve tratado de la destrucción de
las Indias, de Fray Bartolomé de las Casas; y una Historia crítica de la
novela argentina, de Manuel Ruano. Aquella era la segunda vez que
tenía para mi deleite los poemas de Meira Delmar, luego de
aquel cuadernillo que le publicó Simón Latino y que yo
había descubierto años antes en la biblioteca de Sincé.
de Barranquilla, me encontré en una
esquina unos libros viejos con el sello de
los transeúntes a la costumbre de
unos módicos pesos. El encuentro sirvió
para comprar las ediciones príncipe de
Todos estábamos a la espera, de Cepeda Samudio;
Marsolaire, la noveleta de Amira de
y Alba de Olvido, el primer libro de
Meira Delmar, en aquella
extraordinaria edición de la vieja
Editorial Mejoras de Barranquilla.
De ñapa, me encimaron una edición del Breve tratado de la destrucción de
las Indias, de Fray Bartolomé de las Casas; y una Historia crítica de la
novela argentina, de Manuel Ruano. Aquella era la segunda vez que
tenía para mi deleite los poemas de Meira Delmar, luego de
aquel cuadernillo que le publicó Simón Latino y que yo
había descubierto años antes en la biblioteca de Sincé.
2.
En 1979 vivía yo a una
cuadra exactamente de la bella casona en
donde residía Meira con su hermana Alicia. Sin conocerla
todavía personalmente, allí la veía casi todas las tardes, a la luz
aromosa del jazminero de su ventana, en la terraza, sola o con
Alicia, conversando en la tarde barranquillera con amigos asiduos,
como Campo Elías Romero Fuenmayor, o aquel señor mayor, con aire
de antigua elegancia, que yo veía también entrar y salir de mi
casa vecina.
donde residía Meira con su hermana Alicia. Sin conocerla
todavía personalmente, allí la veía casi todas las tardes, a la luz
aromosa del jazminero de su ventana, en la terraza, sola o con
Alicia, conversando en la tarde barranquillera con amigos asiduos,
como Campo Elías Romero Fuenmayor, o aquel señor mayor, con aire
de antigua elegancia, que yo veía también entrar y salir de mi
casa vecina.
3.
Yo andaba en esos años cursando
mi licenciatura en Filología e
Idiomas enla Universidad del
Atlántico y revisaba los
relatos precolombinos en un texto titulado Horas de Literatura Colombiana
de Javier Arango Ferrer. Un día, estudiando bajo el roble del
antejardín, recibí la visita del señor vecino que solía ver en la terraza
de Meira, y me preguntó qué estaba leyendo. Cerré el libro y le enseñé
la portada. El sonrió y me dijo: ah, ese libro lo escribí yo.
Y así era. El personaje que pasaba las tardes con Meira resultó ser
Javier Arango Ferrer, un extraordinario escritor antioqueño,
oftalmólogo de profesión, amigo de los nadaístas, Secretario
de Educación en el Atlántico en los años 50 y también embajador
en Argentina, en donde escribió precisamente ese libro que ya era
un referente obligado en la historiografía de nuestra literatura.
Pues, Javier, con ese aire suyo de príncipe desencantado, como lo
llamó X504, tenía una habitación alquilada en casa de mis vecinos
los Ballestas e iba donde Meira cada día a tomar sus alimentos
y a charlar en las tardes.
Idiomas en
relatos precolombinos en un texto titulado Horas de Literatura Colombiana
de Javier Arango Ferrer. Un día, estudiando bajo el roble del
antejardín, recibí la visita del señor vecino que solía ver en la terraza
de Meira, y me preguntó qué estaba leyendo. Cerré el libro y le enseñé
la portada. El sonrió y me dijo: ah, ese libro lo escribí yo.
Y así era. El personaje que pasaba las tardes con Meira resultó ser
Javier Arango Ferrer, un extraordinario escritor antioqueño,
oftalmólogo de profesión, amigo de los nadaístas, Secretario
de Educación en el Atlántico en los años 50 y también embajador
en Argentina, en donde escribió precisamente ese libro que ya era
un referente obligado en la historiografía de nuestra literatura.
Pues, Javier, con ese aire suyo de príncipe desencantado, como lo
llamó X504, tenía una habitación alquilada en casa de mis vecinos
los Ballestas e iba donde Meira cada día a tomar sus alimentos
y a charlar en las tardes.
Fue el principio de una interesante amistad con
un abuelo inteligente
y sabio, de largas conversaciones sobre literatura y arte, de
una indeclinable admiración por Meira y por su poesía, y en él
tuve también a uno de los primeros lectores agudos de mis
poemas iniciales.
y sabio, de largas conversaciones sobre literatura y arte, de
una indeclinable admiración por Meira y por su poesía, y en él
tuve también a uno de los primeros lectores agudos de mis
poemas iniciales.
4.
Otro día, hablando con Javier,
me comentó que estaba
conmovido porque había perdido sus espejuelos de leer y Meira
había tenido la amabilidad de cederle los suyos para que él revisara
un texto que le urgía. Y quería devolverle a Meira en gratitud algo
que compensara aquel regalo. Un libro, dijo, o un poema, quizás,
pero como se confesaba mal poeta a pesar de los esfuerzos, me pedía
a mí que con los insumos del episodio escribiera un poema para
Meira. Fue mi primer poema por encargo. Y lo hice asustado y gustoso.
conmovido porque había perdido sus espejuelos de leer y Meira
había tenido la amabilidad de cederle los suyos para que él revisara
un texto que le urgía. Y quería devolverle a Meira en gratitud algo
que compensara aquel regalo. Un libro, dijo, o un poema, quizás,
pero como se confesaba mal poeta a pesar de los esfuerzos, me pedía
a mí que con los insumos del episodio escribiera un poema para
Meira. Fue mi primer poema por encargo. Y lo hice asustado y gustoso.
5.
Hoy no recuerdo aquel
texto pero sí cuando lo vi doblar la esquina
esa tarde con el papelito en el bolsillo de la camisa, como un
colegial emocionado, mientras yo apretaba los dientes haciendo
fuerzas para conjurar el ridículo ante Meira. Varios días pasaron
para volver a hablar con Javier sobre el recibimiento del poema. Un
día tocó a mi puerta y me dijo: sólo ayer me atreví a entregárselo
y le encantó. Y agregó: Estamos invitados a cenar un día de estos.
esa tarde con el papelito en el bolsillo de la camisa, como un
colegial emocionado, mientras yo apretaba los dientes haciendo
fuerzas para conjurar el ridículo ante Meira. Varios días pasaron
para volver a hablar con Javier sobre el recibimiento del poema. Un
día tocó a mi puerta y me dijo: sólo ayer me atreví a entregárselo
y le encantó. Y agregó: Estamos invitados a cenar un día de estos.
6.
La cena nunca se dio
porque un buen día ya no lo volví a ver. Meira
me contaría después de su genio y su talante, y de cómo la
había emocionado, no tanto el poema como la ocurrencia de Javier.
Y supe también de su muerte años más tarde en Medellín.
me contaría después de su genio y su talante, y de cómo la
había emocionado, no tanto el poema como la ocurrencia de Javier.
Y supe también de su muerte años más tarde en Medellín.
7.
Pero yo conocí
personalmente a Meira después, entre los estantes
de literatura de la vieja Librería Nacional del centro de Barranquilla.
Yo asistía a las Tertulias del Gallo Capón que tenían lugar cada
sábado a media mañana en la cafetería de esa librería, en un convite
en el que el poeta Joaquín Mattos y yo éramos los benjamines
entre presencias como las de Alfredo Gómez Zurek, Carlos J.
María, Edmundo Ramos, Guillermo Tedio, Ramón Bacca, Ariel
Castillo, Oscar Darío Cárdenas y, de vez en cuando, la visita casual
del profesor Assa o Meira.
de literatura de la vieja Librería Nacional del centro de Barranquilla.
Yo asistía a las Tertulias del Gallo Capón que tenían lugar cada
sábado a media mañana en la cafetería de esa librería, en un convite
en el que el poeta Joaquín Mattos y yo éramos los benjamines
entre presencias como las de Alfredo Gómez Zurek, Carlos J.
María, Edmundo Ramos, Guillermo Tedio, Ramón Bacca, Ariel
Castillo, Oscar Darío Cárdenas y, de vez en cuando, la visita casual
del profesor Assa o Meira.
Ese día hojeaba ella un libro de poemas; me le
acerqué, le pregunté
su nombre y me le presenté como alguien que intentaba la poesía. Y
me alegró saber que recordaba gratamente algunos versos míos y
me llamó la atención, cariñosa y severa, por alguna palabra mía
atrevida que ella no compartía. Y fuimos amigos.
su nombre y me le presenté como alguien que intentaba la poesía. Y
me alegró saber que recordaba gratamente algunos versos míos y
me llamó la atención, cariñosa y severa, por alguna palabra mía
atrevida que ella no compartía. Y fuimos amigos.
8.
Tuve la oportunidad de
leer a su lado en Medellín y Cali; de ser
su compañero en un vuelo tempestuoso de Bogotá a Medellín, en el
que me invitaba a disfrutar de la belleza de los relámpagos en el
cielo oscurecido y de los truenos que estremecían el avión; me hizo
el honor de presentar mi segundo libro de poemas; me invitó a
compartir en su mesa las delicias árabes de su casa; hablé con
ella muchas veces de poesía o de música; me regaló su
exquisita colección de discos de vinilo y tuvo siempre una
opinión demasiado generosa sobre mi poesía.
su compañero en un vuelo tempestuoso de Bogotá a Medellín, en el
que me invitaba a disfrutar de la belleza de los relámpagos en el
cielo oscurecido y de los truenos que estremecían el avión; me hizo
el honor de presentar mi segundo libro de poemas; me invitó a
compartir en su mesa las delicias árabes de su casa; hablé con
ella muchas veces de poesía o de música; me regaló su
exquisita colección de discos de vinilo y tuvo siempre una
opinión demasiado generosa sobre mi poesía.
9.
En mi pequeña biblioteca
personal están sus libros. Y regados en
mi corazón están sus versos. Y allí mismo, una enorme gratitud
por su amistad.
mi corazón están sus versos. Y allí mismo, una enorme gratitud
por su amistad.
10.
Meira: “No es el tiempo
el que pasa / eres tú que te alejas”.
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