Qué
quién era Fernando, me preguntaba el poeta Leo Castillo ante mi lamento
esa tarde en la red social por la muerte de quien fue mi maestro en el
periodismo y en la vida. Lo fue y no dejará de serlo. Porque cada vez que
escribo, ante cada palabra que elijo, con cada frase que completo, por cada
idea que logro transmitir, con cada emoción, recuerdo a Fernando. Recuerdo sus
lecciones, siempre implacables -e impecables- de redacción; recuerdo sus
terapias peripatéticas, que de patéticas no tenían nada pero si mucho de enriquecedoras
y reveladoras de su verdadero temperamento.
Fernando
era, ante todo, un poeta en el sentido vital de la palabra, y para esa
generación de periodistas que nos iniciamos bajo su tutela a finales de los
ochentas, Garavito, como le decíamos cariñosamente, fue un padre intelectual y una
cátedra viviente de buen periodismo, de independencia, de pasión creadora, de acérrima
honestidad y sensible inteligencia.
Fue
hermosa la época en que conocí a Fernando. Se iniciaba el año 88 y él tenía la
responsabilidad de inaugurar una nueva propuesta periodística en Colombia. Yo, con
un par de años de experiencia que había adquirido en el Noticiero de las Siete
y en el Semanario Zona, me fui a buscar trabajo en La Prensa, un tabloide dirigido
por Juan Carlos Pastrana que se preparaba para hacerle competencia en Bogotá a
los tradicionales periódicos capitalinos, incluyendo El Espacio. Lo de que
fuera dirigido por un Pastrana no me gustaba ni cinco, pero sabía que su jefe
de redacción era Fernando Garavito y de éste ya tenía referencias.
El
periódico, además, iba a ser diagramado por el artista Gustavo Zalamea, y a él
llegaron, durante ese primer y apasionante año, plumas como las de Eduardo
Arias, Pedro Badrán, Miguel Silva, Sonia López, Olga Sanmartín, y muchos otros que tuvieron luego un brillante
recorrido por el periodismo. Yo tenía al menos dos meses de embarazo cuando me
dijo que era una firme candidata a formar parte del equipo, así que se lo
confesé con una mezcla de pudor y de miedo, preguntándole si él creía que eso
representaba algún problema para mi contratación. “¡Faltaba más!”, fue su respuesta. “¿Cómo así que las mujeres no van a tener derecho a quedar embarazadas?
Ni que se les ocurra.” Y siete meses más tarde, cuando mi hija nació,
tituló con su nombre una esquela preciosa en la sección de cosas del día.
Era
un “neura”, sí, y más de una vez me sacó piedras y lágrimas al colgarme un
artículo o rehacerme una crónica. Pero me alegré profundamente por la suerte de
tenerlo otra vez como editor en Cromos, unos años más tarde. Fue la apasionante
y al mismo tiempo dolorosa época de la Asamblea Constituyente, y de los
homicidios de Carlos Pizarro y Bernardo Jaramillo Ossa.
En
1992 prologó mi primer libro de poemas después de haberme acompañado en la difícil
etapa de corregir, reescribir y descartar versos que no tuvieran un mínimo de
decencia literaria. También eso le agradezco hasta hoy. Y su amistad, que
muchos años más tarde, a pesar de los exilios y los éxodos que cada cual vivía,
se mantuvo intacta en su calado y calidez.
Patricia
Iriarte. Barranquilla, octubre 29 de 2010
Ejercicios de soledad
Estamos solos la mosca y
yo
en esta tarde de sábado.
No intento sorprenderla como ella,
que surge sin saber cómo
mientras levanto la vista del libro donde leo
de atardeceres y congojas.
Lo más admirable de la mosca no es su vuelo geométrico
ni su lenguaje de figuras,
sino esa suerte echada que la distingue
y que la obliga a aceptar el destino
de haber llegado a morir a este sitio sin boñigas,
donde el único horizonte posible es la almohada.
Es evidentemente joven la mosca,
de pequeño tamaño, silenciosa, casi aséptica,
ni siquiera con el deseo de encontrar una borona,
un compañero,
con el que pueda hablar de sus preocupaciones de mosca
-que yo ignoro-,
de viajes al basurero y a los desperdicios,
que ella haría con actitud deportiva en caso de no haberse
extraviado aquí
lejos de sus hermanas.
Sé bien que las moscas no son acariciables
menos con el pensamiento,
de suerte que me acostumbro a pensar en ella
como un hecho súbito que surge y desaparece,
para nada necesitada de mí o de mi creencia,
satisfecha consigo misma en sus esguinces y rincones.
Esta mosca es lo menos mosca que haya conocido,
pero ella debe saberse mosca para ser tan encantadoramente solitaria:
toda clasificación parte de mí, a ella la tiene sin cuidado
ser mosca u hombre o elefante,
en su fuero íntimo le importará poco que ella sea hombre y yo mosca,
y no se extrañará de no verme volar
cuando compruebe que llevo mis dos patas a la cabeza
y la sacudo para que produzca palabras y pensamientos,
o cuando suene el teléfono trayéndome tus noticias
o cuando me siento descuidadamente cerca del periódico,
mientras le ayudo a que aparezca muerta y ya. Como yo, como todos.
en esta tarde de sábado.
No intento sorprenderla como ella,
que surge sin saber cómo
mientras levanto la vista del libro donde leo
de atardeceres y congojas.
Lo más admirable de la mosca no es su vuelo geométrico
ni su lenguaje de figuras,
sino esa suerte echada que la distingue
y que la obliga a aceptar el destino
de haber llegado a morir a este sitio sin boñigas,
donde el único horizonte posible es la almohada.
Es evidentemente joven la mosca,
de pequeño tamaño, silenciosa, casi aséptica,
ni siquiera con el deseo de encontrar una borona,
un compañero,
con el que pueda hablar de sus preocupaciones de mosca
-que yo ignoro-,
de viajes al basurero y a los desperdicios,
que ella haría con actitud deportiva en caso de no haberse
extraviado aquí
lejos de sus hermanas.
Sé bien que las moscas no son acariciables
menos con el pensamiento,
de suerte que me acostumbro a pensar en ella
como un hecho súbito que surge y desaparece,
para nada necesitada de mí o de mi creencia,
satisfecha consigo misma en sus esguinces y rincones.
Esta mosca es lo menos mosca que haya conocido,
pero ella debe saberse mosca para ser tan encantadoramente solitaria:
toda clasificación parte de mí, a ella la tiene sin cuidado
ser mosca u hombre o elefante,
en su fuero íntimo le importará poco que ella sea hombre y yo mosca,
y no se extrañará de no verme volar
cuando compruebe que llevo mis dos patas a la cabeza
y la sacudo para que produzca palabras y pensamientos,
o cuando suene el teléfono trayéndome tus noticias
o cuando me siento descuidadamente cerca del periódico,
mientras le ayudo a que aparezca muerta y ya. Como yo, como todos.
HOMENAJE DE LA POETA YIRAMA CASTAÑO
Del Libro inédito Memoria de Aprendiz
Un ángel en Lisboa
A Fernando Garavito
Me imagino que se levanta cada día
con ganas
de zumbar,
que se despliega sobre el papel
con la rabia propia
y las miradas ajenas puestas
sobre él.
Me imagino que despierta
y persigue los olores más extraños,
aquellos rancios, aquellos agrios.
Me imagino que da vueltas sobre la palabra
y se posa sobre ella,
multiplicándola.
Me imagino que busca la luz,
limpia sus alas,
se guarda de sí mismo
y espera el golpe por venir.
Me imagino que sigue atento,
más allá de toda sombra,
que busca los desechos,
que los lame y los escupe.
Me imagino que tiene frío
que su cuerpo ya es poema
y que la ciudad,
adoquín por adoquín,
se parece a él.
Para conocerlo más:
http://criticaypunto.wordpress.com/2010/08/
* Nota de la revista colombiana Razón Pública, a la cual se había sumado este año Garavito como editor adjunto.
* Entrevista de Mónica del Pilar Uribe para Rebelión:
* Página de la Fundación Lannan, que le había otorgado en 2006 el Cultural Freedom Award.
* Una de sus acciones más sonadas recientemente: la carta que envió al presidente de la Universidad de Georgetown, a raíz de la vinculación del ex-presidente Alvaro Uribe Vélez a esa institución:
*Artículo titulado "Los cuatro jinetes de nuestro apocalipsis"
http://www.bonavet.com/page66.htm
* Nota de la revista Cambio en noviembre de 2008 sobre su libro Banquete de Cronos:
http://www.cambio.com.co/culturacambio/734/ARTICULO-WEB-NOTA_INTERIOR_CAMBIO-3648723.html
* Sobre su visita a Bruselas a comienzos de este año, donde ofeció una conferncia para el Palamento Europeo:
http://www.senadoragloriainesramirez.org/index.php/2010/03/visita-de-fernando-garavito-a-bruselas-y-el-parlamento-europeo/
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