Yo le digo:
Me acordaré de ti por eso y por muchas
cosas más. Tu ciudad, la del corralito para adentro, está cada día más bella. Toda una “ciudad boutique”, llena de hoteles “boutique”. Ya casi no quedan casonas en ruinas, todo lo están comprando y restaurando para montar negocios y apartamentos para gente chic, de estrato 20.
Los gringos de los cruceros, rojos como camarones, llegan cada tanto en manada a mirar todo con la boca abierta, toman fotos y se van, y todo lo que se les atraviesa, incluyendo los parroquianos que vamos por ahí, quedamos como en una vitrina, mirados por esos ojos rubios detrás de lentes ahumados que luego no se acordarán donde vieron qué, si en Aruba, en Cartagena, en Panamá o en Bora Bora.
Si vieras el muelle de los Pegasos no lo reconoces, ya no hay quioscos que vendan jugos y patacones mosqueados sino una amplia tarima de madera pulida, pulcra y moderna, que deja ver el soberbio Centro de Convenciones.
Afuera, más allá de las avenidas uno sabe que está la otra Cartagena, donde viven los estudiantes que estudian o que hacen que estudian en la ciudad amurallada; las secretarias, las vendedoras
de los almacenes, las de fruta, los cocheros, los loteros, los emboladores, las pre-pago y los pre-pago, las y los simples prostis, los funcionarios de la alcaldía y la gobernación y en fin, toda esa gente que soporta la “boutique”, la que limpia su mierda, la que trabaja y la que roba, la que llega a las siete de la mañana a poblar ese sueño de ciudad y la desocupa a las siete de la noche, la que canta, la que baila, la que nos hace sonreír. Porque lágrimas no, esas están afuera, aquí solo respira la belleza.
Los gringos de los cruceros, rojos como camarones, llegan cada tanto en manada a mirar todo con la boca abierta, toman fotos y se van, y todo lo que se les atraviesa, incluyendo los parroquianos que vamos por ahí, quedamos como en una vitrina, mirados por esos ojos rubios detrás de lentes ahumados que luego no se acordarán donde vieron qué, si en Aruba, en Cartagena, en Panamá o en Bora Bora.
Si vieras el muelle de los Pegasos no lo reconoces, ya no hay quioscos que vendan jugos y patacones mosqueados sino una amplia tarima de madera pulida, pulcra y moderna, que deja ver el soberbio Centro de Convenciones.
Afuera, más allá de las avenidas uno sabe que está la otra Cartagena, donde viven los estudiantes que estudian o que hacen que estudian en la ciudad amurallada; las secretarias, las vendedoras
Me acordaré de ti con el sabor del anís en el frito y en el enyucado, con la cocada que venden en la puerta de la Universidad, con la cerveza en la terraza, y con el apunte diario en la pizarra del vendedor de bolita frente a la Catedral, que dice cosas casi cabalísticas, casi poéticas.
Esta ciudad no lo sabe a ciencia cierta, pero le haces falta. ¿Cuándo vienes?
Gracias... patricia...
ResponderBorrarmi partida es definitiva... hay demasiado mundo por delane para mirar hacia atras