jueves, mayo 01, 2008

A una trabajadora de la palabra

Marvel, tía Marvel


Por Patricia Iriarte


La primera noticia sobre ti la tuve en una sala de cine, cuando fui a ver la película de Fina Torres basada en ese cuento tuyo, Oriane, tía Oriane. El más bello cuento, quizás: una niña, María, explora una casa enorme y vieja, junto al mar; las manos de la tía dibujan figuritas; sus ojos recorren un álbum con fotos color sepia; un columpio mecido por el viento; unos pasos en la noche. Un misterio, un sueño roto por la luz del sol que rasga una habitación en penumbras.

“Sentía deseos de correr al cuarto de su tía y besarla sin decirle nada, vagar por los corredores arrastrando telarañas bajo la mirada cómplice de los espejos, descender ahora que el reloj del vestíbulo anunciaba gravemente la medianoche, así, descalza, caminando en puntillas mientras el viento bamboleaba el columpio y oía con inquietud el crujido de las argollas oxidadas.”

Si vivieras, Marvel, tendrías la edad de una tía abuela y te hubiera escrito una carta dándote las gracias por crear a Oriane, porque a mí me hubiera gustado tener, de niña, una tía silenciosa y serena cuyos ojos pálidos me miraran “con indulgente nostalgia”. Una tía parecida a mí, con las mismas trenzas y los mismos gestos, que se pasara la tarde dibujando figuritas junto a una ventana que mira hacia la playa.

Tendrías 10 años menos que Gabo, que Héctor Rojas, que Alvaro Cepeda, y serías, me temo, una mujer decepcionada. Habrías mantenido una columna en el diario local desde donde lanzabas diatribas furiosas contra los bobales y contra esa doble moral que ya estarías harta de ver; la misma de hace 50 años, imperturbable, impertérrita. Hiciste bien en marcharte; en no volver jamás. De haber sucumbido a la nostalgia de tus tripas tendrías aquí muchos enemigos, y, de todas maneras, un cáncer incurable. Para bien o para mal, la enfermedad se anticipó y te ayudó a escapar antes de que tuvieras que ver más y más gobernantes corruptos asolando la región, más funcionarios ineptos, más mujeres maltratadas y más psicópatas en potencia o, en pleno ejercicio, conduciendo a sus huestes.

Marvel Moreno, la de la pluma malvada, dirían las crónicas locales que se cocinan en los bingos de la 79; la que por fortuna se casó con un cachaco y se fue; la loca, la puta, la que se olía las ollas podridas de su clase social; la que no soportó, la que no quiso vivir más su decadencia. Pero sobre todo, la que denunció sin ascuas la brutalidad de sus hombres:

“Todas las tentativas de Benito Suárez para sacar a Dora de aquella inercia habían fracasado…Un día, por exasperación, quizás, trató de hacerle tragar a la fuerza unos comprimidos y al ver que ella los escupía le partió la boca de un pescozón y amarrándola a la mecedora le inyectó en las venas un supuesto euforizante consiguiendo tan sólo producirle un síncope que la dejó sin conocimiento durante quince horas.”

No podías quedarte, por supuesto. No podías participar ni asistir más a estas escenas. No podías permanecer allí, impotente, estupefacta, frente a la violación de tus amigas, o de las madres de tus amigas. No te culpamos. Pero las cosas siguen sucediendo así, menos veladas, pero en esencia iguales. Y aquí estamos, otra generación más padeciéndolas, pretendiendo ignorarlas, o, por fin, rebelándose contra ellas.

“A través de mi feminismo reacciono contra la opresión. Soy solidaria con las mujeres como lo soy con los negros, los judíos o los árabes cuando son perseguidos o humillados por su condición de seres que presentan características diferentes a las de quienes detentan el poder.” Así le respondió una vez a Jacques Gilard en una entrevista en la que también habló de Barranquilla como una ciudad que se construye y se destruye sin dejar vestigios de lo que alguna vez fue. Una ciudad de fantasmas donde el pasado “no se deja expulsare así no más; queda dando vueltas en lo que se dice, pero, sobre todo, en lo que se calla.”

Sería interesante saber qué diría hoy frente a este presente de construcciones y demoliciones casi frenéticas. El teatro Metro, las casas, las calles, las instituciones: todo cae, en ese afán que ella atribuía al esfuerzo de sus inmigrantes por adaptarse a la nueva vida, y que finalmente despoja a la ciudad de cualquier sentido de perennidad. Ya lo había dicho en su primera novela (traducida al francés como Las damas de Barranquilla) en la voz de Lina Insignares:

Muchas cosas han cambiado al parecer en la ciudad que dejé para siempre después de la muerte de mi abuela. Muchas cosas. Nuestras casas desaparecieron por la misma época en que llegaron a Barranquilla, en camionetas de vidrios azules, los marimberos…que levantarían palacetes de mármol y en nombre de viejas vendettas tribales se dispararían tiros en las calles, antes de ser absorbidos también por la ciudad, como muchos años atrás lo fueron inmigrantes, buhoneros y prófugos de Cayena.”

Ahora son otros los traficantes que levantan palacetes en modernos materiales; son otros los que se matan a tiros sobre los peldaños del negocio, pero estos, como aquellos, terminan siendo absorbidos por la "metrópoli", hoy con Transmetro y aún con arroyos, cuya crónica ella nunca pretendió escribir pero que sin duda retrató, con enorme valor y sensibilidad, en sus más profundos pliegues.

Su obra, de una “lucidez dolorosa” como dijo Juan Goytisolo, es una obra tejida y escrita con alma y sensibilidad de artista. Sí, Marvel lo fue. Una artista nacida en esta tierra; una flor cuya creatividad voló y nos envió, desde lejos, una obra deslumbrante. Sí, Marvel grabó su huella en la memoria de la ciudad. En sus cuentos Barranquilla encuentra un relato de sí misma, un relato que complementa y enriquece el nuestro, el que tenemos todos a partir de su historia y de su punzante realidad cotidiana.

Muchas cosas han cambiado, pero parece que en realidad, nada ha cambiado.

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