domingo, noviembre 20, 2011

Bajo vigilancia

Por Eva Durán
Especial para Cantaclaro
Desde Colonia, Alemania



Pablo Castro* es mi mejor amigo desde que fijé mi residencia en la ciudad de Colonia. Es un adolescente dulce, callado y discreto, ha estado a mi lado protegiéndome y cuidándome como el más solícito de los enfermeros durante una bronquitis, una tosferina y una larga convalecencia en la cama fruto de un dolor en la columna vertebral que durante siete meses me hizo revolcar de dolor.

Le conocí en mi primer curso de alemán. Al mes de estar estudiando el idioma me dejó tirada (apenas si sostengo una conversación básica) mientras él ya lo habla fluido y sin acento; además habla perfecto inglés, francés y holandés. Vamos juntos a los mismos grupos de meditación, tenemos el mismo concepto de Dios, de la vida y del mundo; nos curamos los chichones de la vida, nos aconsejamos y consentimos el uno al otro. En otras palabras, Pablo es mi pana, mi carnal, mi llave, mi uña y mugre.

Es además el perfecto compañero de compras, no se impacienta cuando me demoro probándome vestidos o camino de un lado al otro buscando ofertas de un euro.

Confío tanto en él, que sé que de faltar yo, un hijo mío estará seguro a su lado, y no tengo problema en confiarle grandes cantidades de dinero, pues su honestidad y rectitud moral están para mi más que probadas.  Alguna vez me subí al tren sin pagar boleta, solo por una estación, y puso una cara de desaprobación que me hizo sentir como la más vil de las cucarachas.

Pablo y Viviana* su madre, quienes son colombianos y lucen un bellísimo color ébano en la piel, están viviendo una verdadera película de terror psicológico en estos días. 

La señora, una negra exuberante, popular y simpática a quién conocí en las pasadas fiestas de año nuevo, se va a casar con Jurgen* un alemán residente en Colonia, quien firmó ante el Estado alemán todos los documentos y compromisos de rigor en los que consta de que ella es la mujer con la que desea pasar el resto de su vida.

El matrimonio se ha demorado porque Viviana nació en la selva, en la pura selva del Chocó, monte adentro, fue registrada a los 18 años en una ignota notaría que ya no existe y cuyos archivos reposan repartidos en diferentes oficinas en los alrededores de la ciudad portuaria de Buenaventura, sin orden ni concierto. Total, ha sido imposible a la fecha encontrar el registro civil, pese a que Viviana ha pagado, y me consta, montones de dinero a varias personas para que se desplacen a varias ciudades y nada. 

Finalmente, después de muchas vueltas, conflictos,  trepa que sube y negociaciones sin fin, se comprometieron con las autoridades de inmigración a salir rumbo a Colombia a buscar el bendito papel y así poder casarse con todas las de la ley.

Viviana y Jurgen ya alquilaron y registraron en Colonia la casa en la que vivirán,  cómoda y fresca, la casa de sus sueños. Se gastaron una fortuna comprando muebles y electrodomésticos y se presentan reglamentariamente ante las autoridades de inmigración.

Hace dos días Viviana llega a mi casa angustiada a decirme que siete hombres les siguen a todas partes a ella y a su hijo, que les toman fotografías, que les escarban la basura. 

Yo, que disfruto de su amistad hace solo tres meses, siento que conozco a esta mujer de toda la vida; he reído y llorado a su lado, dormido en su casa, comido en su mesa y compartido con ella mis sueños y mis angustias. Yo, que he sido acogida sin reservas por su dulzura y paciencia, no puedo entender que peligrosidad puede encarnar un ser cuyo acto más terrible es quemar las ollas cada vez que viene a mi casa a cocinar un delicioso arroz atollao.

Pero efectivamente la cosa es así. Salí de compras con Viviana y en una acera de Plaza Neumark una mujer atlética, rubia y con vestido deportivo se paró ante nosotros y sin ningún disimulo nos fotografió. Qué vergüenza.

Al llegar a Schildergase me mostró Viviana a un guapo chico con chaqueta color café, quien, me dijo, no la deja a sol ni a sombra desde la mañana.  Luego fui con Pablo a comprar dulces al Aldi y dos hombres nos siguieron por los pasillos sin ningún disimulo y luego revisaron los estantes de los cuales tomamos las bolsas de dulce.

Y así durante toda la tarde la misma historia. Pablo, en el colmo de una legítima indignación, exclamó: “¡Esos de inteligencia no tienen nada, son unos brutos, con razón perdieron la guerra!”

Yo trato de tomarlo con humor pero en verdad estoy preocupada porque nadie entiende por qué la paranoia con ellos. Pienso que igual ya se van y la verdad, les insisto que no vuelvan, que se vayan para cualquier otro lado, que cualquier cosa es mejor que vivir así. 

Pablo es tranquilo y ecuánime como un monje budista y toma las cosas con un humor que envidio, Jurgen se la mantiene trabajando en el campo y Viviana está tan afectada que me pide que la acompañe a todos lados porque tiene miedo de andar sola.

Ser colombiano es duro, lo sé. Esta es la prueba. Nos matan en nuestro país y nos tratan como criminales en el exterior.

En su caso, yo iría a los medios de comunicación y armaría un escándalo monumental, pero eso no es de buena suerte en la víspera de una boda, me dicen. Cuando se casen la vaina será a otro precio.

Así está la cosa, el Buen Estado Alemán está persiguiendo, vigilando, analizando de día y de noche, con toda su perspicacia, tecnología, estadísticas y aparatos de rastreo a una mujer suramericana, madre soltera, por el simple hecho de tener dinero, ser negra, venir de Colombia y tener la extraña “fortuna” de hacerse pareja de un alemán. 

Si no estuviese viviendo el asunto en carne propia no tuviera consciencia de lo monstruoso del exabrupto.

Dada la crueldad y sevicia de nuestro conflicto interno, los colombianos deberíamos tener derecho al asilo automático, como en su momento lo tuvieron los chilenos, argentinos y uruguayos, pero eso no ocurrirá sencillamente porque para los dueños del mundo, el negocio es hacer de nosotros narcotraficantes, terroristas o putas, no seres humanos.

Post data: En un mes Viviana se casa (Dios mediante) en Colombia; espero que la fuerza moral le aguante hasta allá. Sean estas palabras un respaldo a su integridad, valor y entereza.

* Los nombres han sido cambiados.

martes, noviembre 01, 2011

¡Amrika, Amrika!

Documental de Sara Harb


Por Patricia Iriarte


Sayida Sánchez y Zuleima Slebi en una escena de ¡Amrika, Amrika!

En una ciudad como Barranquilla, donde la presencia árabe se puede constatar en los apellidos del directorio telefónico, en los avisos de las zonas comerciales, en los rostros de los transeúntes, en las listas electorales, en la vida cotidiana toda… porque ¿quién no ha tenido un amigo, una novia, un compañero de trabajo, incluso unos parientes sabaneros con un Manzur o un Abdala entre sus apellidos?


En una ciudad, como esta, digo, del Caribe colombiano, que atrajo tanta gente hace más de un siglo y que se precia de tener todavía algunos cines y varios directores, se tendrían que hacer muchas películas y documentales sobre este fascinante cruce de genes, con sus temperamentos y sus culturas deslumbrantes: el Caribe y el Oriente.

Hace tantos años que ya no recuerdo cuántos, hice para el semanario Zona de Bogotá una crónica que titulé, por supuesto, Moros en la Costa, en la que queríamos contar de esos viejos lazos existentes entre nosotros y los “turcos”, como los oí nombrar  en mi familia y en toda la ciudad. Yo conocí varios que recorrían el barrio vendiendo telas y a veces, cacharros para la casa. Pero esos “turcos” se fueron quedando e integrando y los fuimos conociendo mejor, y aprendimos a diferenciarlos y a saber que en realidad no eran turcos sino palestinos, sirios, libaneses, y uno que otro turco. Pero estaban también los judíos, siempre tan asociados al dinero como a la espiritualidad. Esos moros fueron, con el tiempo, grandes hombres de negocios, industriales, poetas, artistas y políticos… esta última, sin duda, su faceta menos amable para nosotros.

Antoine AlRahbani y George AlRahbani

La literatura y el periodismo han recogido en sus páginas mucho de su historia en nuestro territorio, y la obra de sus escritores es un vivo ejemplo de la riqueza de ese legado. Pero es difícil, por decir lo menos, encontrar en esta región un trabajo audiovisual que de cuenta de ese proceso.





Por todo esto es que diría que la aparición, en septiembre pasado, del documental ¡Amrika, Amrika!, de Sara Harb Said, puede considerarse un suceso cinematográfico en nuestro medio.

Sara Harb es una cineasta barranquillera, hija de inmigrantes libaneses que llegaron a la Costa Caribe a principios del siglo XX.  Su padre,  Salomon Harb Saleh, casado con Amira Said Hachem, llegó a Colombia en 1930 y estableció su negocio y su hogar en una época dorada para Barranquilla.

Sara Harb
Era natural, entonces, que Sara sintiera siempre un profundo interés y la necesidad artística de reflejar esta historia en suquehacer cinematográfico. Veinte años de investigación-acción participativa, como diría el maestro Fals Borda, se revelan hoy en este nuevo documental de 52 minutos sobre el itinerario social, económico y cultural del pueblo árabe en nuestra región.

¡Amrika,  Amrika!  hace parte de un proyecto audiovisual  de Harb Said que busca documentar para el cine y la televisión colombianos este proceso de llegada, adaptación e integración de la cultura árabe en nuestro país.

Desde el punto de vista cinematográfico este trabajo, dice Sara, “busca también plantear una aproximación diferente al género tanto en su conceptualización como en su estructura narrativa.” 

En efecto, la narración de ¡Amrika, Amrika! incorpora los ensayos para una película que se presume se está haciendo (Salwa, La Turca, el proyecto de largometraje de Sara Harb) y unos personajes de ficción que se convierten en sujetos reales que dan testimonio de su experiencia de inmigración a Colombia. Además,  incluye en su discurso narrativo una tercera voz, la de los autores del documental, que aparecen en pantalla para manifestar su autoría.

Salwa, La Turca no existe en realidad porque la miopía de las instituciones de promoción cinematográfica en Colombia le ha negado al proyecto el apoyo  que requiere. En cuatro ocasiones se ha presentado a las convocatorias de Pro-imágenes en Movimiento, en sus diferentes etapas, y siempre ha sido ignorada, en beneficio de otros proyectos cinematográficos de corte puramente comercial que no aportan nada al séptimo arte ni a la narración de los fenómenos socioculturales del país.

Pero ni la frustración ni la desazón que ello produce derrotaron a la directora barranquillera, quien buscó entonces otros recursos narrativos –y económicos- propios para su trabajo creativo y fue así como surgió ¡Amrika, Amrika!, grabada en los estudios de la Universidad del Norte y terminada en sus salas de edición con talento local.

La música, que es un elemento central para la atmósfera y el ritmo de la narración, es del colombiano radicado en Nueva York Jay Rodríguez. La dirección de fotografía es del veterano Rodrigo Lalinde, quien ya había trabajado con Sara en su cortometraje Ensalmo, y de Diego Forero.

El resultado que hoy nos entrega Sara Harb es de una belleza conmovedora. El tratamiento de los testimonios, la sensibilidad en las imágenes, la investigación documental y una impecable factura son virtudes innegables de este trabajo, pero más allá de la técnica hay
algo en la manera de mostrar a estos personajes y sus historia que resulta nuevo y distinto aún para quienes estamos habituados a convivir con esos rasgos y esos acentos moros.


Doña Victoria Dacarett
 Me conmovió escuchar la historia de la inmigración de labios de doña Victoria Dacarett, de Zuleima Slebi, de Anthony, de Mohamed, de la joven Sayida, nieta de inmigrantes, quien personifica por un momento a Salwa, la niña libanesa que sus padres quieren casar con un paisano cuando ella ama profundamente a Antonio, un músico moreno de rasgos caribeños. Todos ellos, y el homenaje que le rinde a la mujer árabe, a través de Meira Delmar, hacen de este documental un valioso documento y una hermosa pieza audiovisual.

Y como nadie es profeta en su tierra, según dice el adagio popular, a tan solo unas semanas de haberse presentado en Bogotá y Barranquilla, el documental es invitado a una muestra de cine en Beirut, este 5 de noviembre, a donde la directora viajará para presentarlo.

Actualmente Sara Harb reside en España, en donde cursa un master en Guión cinematográfico en la Universidad Carlos III de Madrid.


Sinopsis de ¡Amrika, Amrika!,

En un ambiente abstracto, de hipotéticas locaciones del largometraje Salwa, La turca, se ensayan algunas de las escenas con cinco de sus personajes principales que, vestidos y caracterizados según el guión, leen, repiten y actúan el papel que les ha sido asignado.

Los parlamentos, diálogos y movimientos de los “actores”, así como la detallada interacción de los aspirantes con sus roles, revelan el argumento general del largometraje y la razón de ser de cada uno de los personajes. Luego, mediante una entrevista en el entorno de cada persona, se complementa la información de cada uno sobre su propia vida y sus ancestros para dar un marco general de la inmigración árabe en Colombia a comienzos del siglo pasado.
  
Ficha técnica

Producción, Guión y Dirección: Sara Harb
Dirección de fotografía: Rodrigo Lalinde, Diego Forero
Sonido:  Edvard Fernández
Montaje:  Rogelio Morales, Magola Moreno, Manuel Betancourt
Dirección de Arte:  Lida Castillejo
Música Original:  Jay Rodriguez
Jefe de Producción:  Harold Ospina
Equipos y apoyo técnico: CPA - Universidad del Norte


Enlaces:

Los rumbos de Sara Harb   Por Patricia Iriarte   Me sumergí en él, salí, pasaron días. Lo retomé y volví a leer uno de los últimos c...