No recuerdo en toda mi vida haber conocido un invierno tan largo. Recuerdo aguaceros torrenciales, prolongados, tercos; aguaceros imborrables, como aquel que me atrapó en una pequeña cabaña del Tayrona hace unos años y que me hizo conocer la claustrofobia. Fantasié, tras cinco horas de agua continua, con que era el comienzo del segundo diluvio en la historia de la humanidad y que tendríamos que salir en medio de la lluvia a buscar comida hasta que solo quedaran las raíces desnudas de los árboles y los peces chapoteando en las aceras inundadas.
Ahora es este invierno desbordado
que ensancha ríos, que horada tierras y que amenaza cimientos y paredes. Agua
que desconcierta al mar, agua que todo lo cubre con su verdín paciente. Humedad
que se convierte en moho, lama, musgo, hongo, manchas, óxido infame, maderas
podridas.
Agua. Lluvia. Aguacero. Arroyos charcos
paraguas improperios ruegos hasta cuándos. Poemas que brotan y reverdecen.
El discurso
del agua
Lluvia alfabeto
lluvia lenguaje
lluvia cascada de sentidos.
Discurso que el agua pronuncia
gota a gota
sin pausa, sin prisa
sin notar nuestra existencia.
sin misericordia entonces
ni sombra de arrepentimiento.
Ahora
es la una y veinte de la tarde y llueve con ganas,
como
casi nunca llueve en Bogotá. Me gustaría estar contigo, aquí o enfrente de
cualquier ventana, mirando esta persiana de
agua que se descuelga sobre la ciudad. Me gustaría mirarla abrazada a ti, para
conjurar esta nostalgia y el frío que viene siempre con las tardes lluviosas.
Llueve con ganas, y mientras la ciudad
se deja querer
por el agua, yo me muero de ganas de
quererte y de cubrirte
de besos húmedos. De miles y miles de
besos que caigan
sobre ti, como aguacero.
Dl libro Territorio de Delirio (1998)
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