miércoles, noviembre 26, 2008

Opinion_es

¿La última telenovela feliz?

Detrás de las historias de Antonia, Bárbara, Paulina, Camila, Yorley y Margot no se esconden, palpitan realidades y verdades de a puño que esta telenovela sabe poner en pantalla con inteligencia, buen gusto y calidad.

Por Patricia Iriarte

El tema viene rondando esta pluma desde hace rato; por lo menos seis años atrás, cuando hablé de la triste ausencia del género dramatizado en la televisión regional, o para ser más exacta, en la producción regional. Hoy sigo pensando que las telenovelas son un asunto serio, y las que producen para la audiencia nacional los canales privados todavía lo demuestran. La pregunta es por cuánto tiempo más.

Las telenovelas de las diez de la noche (o simplemente las “novelas”, como les dice el común de la gente en nuestra región), que suelen tener una buena producción, razonable dosis de melodrama y un toque de humor, han tenido éxito enviando, abierta o sutilmente, mensajes o críticas sociales sobre temas de actualidad y sobre otros que, sin serlo, terminan por convertirse en tema de conversación cotidiana.

Comentaba hace poco con una amiga de Cartagena lo visibles que son ahora problemas como el cáncer de seno, el maltrato a la mujer y la delincuencia juvenil, gracias al éxito alcanzado por una telenovela del horario estelar. Hasta los temas eternos, como la infidelidad masculina, adquieren, en virtud de un buen libreto y dirección, un lustre distinto.

El último matrimonio feliz es un riesgo bien tomado y felizmente resuelto gracias a unos diálogos frescos, bien escritos y mejor actuados por su elenco. Alejandra Borrero, cada vez más grande, hace pensar siempre que el papel actual es el mejor de su carrera. Antonia, su personaje, es la mujer madura que doblando los cuarenta tiene que reconocer que ha corrido toda la vida tras un ideal de mujer perfecta, a un precio tan alto que por poco le cuesta la vida y el matrimonio.

Carmenza Gómez, una costeña consagrada en el género, ha empleado a fondo su talento para esculpir a un personaje como Margoth, la típica mujer de clase media convencida de que el matrimonio es hasta la muerte, y con tal de conservarlo está dispuesta no sólo a perdonarle la infidelidad al marido sino incluso a vender su casa para pagar una liposucción que le permita reconquistar al conquistador. ¡Horror! Gritarían las feministas. Pero así es. Y lo peor es que su hijo, so pretexto de salvar la casa y darle a su madre el dinero con el que cree recuperará su felicidad, se mete de lleno en el atraco y la delincuencia.

Valerie Domínguez, en el papel de Bárbara, se ha transformado y crecido junto a veteranas como Alejandra y Carmenza, dejando de ser la reinita que se metió a actriz por su linda cara y su hermoso cuerpo. Nuestra Valerie sorteó con éxito el reto de interpretar a la mujer maltratada por su marido que finalmente tiene el valor de denunciarlo y dejarlo, ganando seguridad en sí misma con el apoyo de sus compañeras y de una abogada que no se arredra ante nada. ¡Bravo! Exclaman aquí las compañeras feministas. Y también es cierto: más y más mujeres se están atreviendo a dar el salto y liberarse del agresor que tienen en casa.

Para resaltar, sólo estos tres casos notables, aunque las otras actrices, Yuli Ferreira como Yorley, Cristina Campuzano como Paulina y Coraima Torres como Camila, están a la altura de la producción, sin demeritar a sus consortes o amigos en la trama, que también se han destacado en sus papeles: desde Jorge Cao, destilando todo su veneno actoral, hasta José Luis Paniagua, en un convincente papel de peluquero gay que nada tiene que ver con las caricaturas vulgares que siempre nos han vendido de estos personajes.

En la historia, escrita por Adriana Suárez ­–libretista de La Fiscal y Todos quieren con Marylin, entre otras—con Pedro Rozo y dirigida por Luis Orjuela --el mismo de La viuda de blanco, Mesa para tres y Pedro el escamoso-- seis mujeres de muy distinto origen social comparten el mismo drama: la crisis matrimonial. Una por maltrato, otra por rivalidad laboral, otra por infidelidad, otra por desamor y violencia psicológica, otra por abandono del marido y la última por callar sobre una grave enfermedad.

Es interesante la forma como Antonia resuelve la ofensa de Bárbara, -- quien por poco se acuesta con su marido-- y cómo va sorteando el dolor por la virtual infidelidad de Patricio. Pero hablando de este par, el supuestamente “último matrimonio feliz”, el verdadero misil que hizo saltar las bisagras de la pareja fue la incapacidad de Antonia para contarle a su familia que tenía cáncer de seno. ¿Nos está recordando Antonia que las mujeres enfermas de cáncer prefieren callar porque anticipan la dificultad de sus compañeros para hacer frente al dolor y a la muerte?

Lo que está mostrando la novela es que muchos hombres no saben cómo actuar en esa situación y terminan abandonando a su mujer antes, durante o después de la fase de quimioterapia, y esa es la función de Bernardo (el personaje interpretado por Marlon Moreno), quien perdió a su esposa en un trance similar y ante el caso de Antonia, su amiga, se arrepiente de haber sido tan cobarde en el momento en que ella más lo necesitaba. En esta y en otras situaciones de la telenovela se nota la investigación de año y medio que Adriana Suárez realizó con médicos, psicólogos, abogados y personas separadas para construir personajes verosímiles y sobre todo, respetuosos del televidente.

La historia nos dice eso y más; nos muestra dos caras distintas del amor entre un hombre maduro y uno joven, Harold y Alcides, quienes contradicen el mito de que en una relación entre dos hombres lo que prima es la atracción sexual primaria. También pone sobre el tapete lo que la sociedad de consumo puede hacer con jóvenes como César David, el hijo de Margoth, quien --ya lo sabemos los televidentes, aunque ella todavía no-- llorará lágrimas de sangre por su adorado hijo, metido en la trampa del dinero rápido.

En fin, son muchas las entretelas que tiene la trama de esta novela: el ascenso social, en sus variantes de arribismo y superación personal; el recurso desesperado de la brujería, la implacable competencia en los negocios, y sobre todo, la honestidad en las relaciones de pareja.

Lo que me pregunto es ¿cuánto tiempo de vida le queda a telenovelas como esta, a juzgar por la avalancha de novelones fáciles como La dama de Troya y series bobaliconas como Aquí no hay quien viva? Ojalá que la época de las novelas con buen contenido no acabe de pasar. Es un derecho de los televidentes y un género indispensable para la formación de directores, de actores, de libretistas y de públicos.

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