Los rumbos de Sara Harb
Me sumergí en él, salí, pasaron días. Lo retomé
y volví a leer uno de los últimos cuentos, ese donde el almirante guajiro José
Prudencio Padilla presencia desde su estatua el juego de seducción de una morena
con el jardinero del parque y fantasea con entrar en el cuerpo de ese hombre para
volver a sentir la pasión que una vez vivió por una zamba jamaicana en Cartagena.
Entonces recorrí de nuevo en mi memoria ese mundo al que nos invita Sara Harb
en los once cuentos que conforman Cambio de rumbo. Este es el segundo
libro de cuentos de Sara, después de El relojero de Ginebra (2021),
ambos publicados con el sello colombiano Escarabajo.
El mundo literario de Sara, que en 2019 publicó
también su primer volumen de poesía, Travesías del sueño, comienza a
cimentarse en El relojero de Ginebra y se expande aún más,
narrativamente, en esta nueva serie de relatos donde conocemos personajes que
están, o tienen, o quieren vivir en tránsito. Mujeres y hombres que se cruzan,
que transitan de un tiempo a otro, de un espacio a otro, de un cuerpo a otro.
Porque es el suyo un mundo en el que las coordenadas de tiempo y espacio son
porosas. Más aún, líquidas. Errante, el primer cuento del libro, se lo advierte
de entrada al lector con la historia de amor de Owain y Elisa, que comienza en
una pradera verdísima, cerca de un acantilado, y termina (de algún modo) en una
Londres universitaria en la que la autora nos adentra, como lo hace en otros
escenarios, con la pericia de una navegante que sabe moverse entre palabras e
imágenes. Este primer relato nos atrapa
con la aventura onírica, espiritual y a ratos trepidante, de un muchacho que
muere enamorado y yerra por años en busca de una Elisa que es cada vez menos
suya.
Y es que el viaje que nos propone Sara Harb no
puede ser más inquietante y al mismo tiempo, placentero. En el mundo de Sara
una planta puede voltearse a mirar a un personaje, y una mujer puede
comunicarse con seres del espacio exterior. La prosa de esta cineasta que un
día decidió explorar los rumbos de la escritura transcurre entre imágenes inusitadas,
reflexiones sobre nuestro tiempo y referencias del cine, la música, la pintura,
la historia y las ciudades por las que ha transitado. Todo ello con una visión
expandida de lo que somos como seres humanos en esta era. Tan sociales como
únicos, y entre ellos, algunos tan creativos como solitarios.
Coincido con el escritor Julio Olaciregui cuando
dice, en su prólogo, que en estas páginas Harb nos deja siempre algo que
pensar, nos enseña algo, y “quizás nos convenga refrescar nuestra percepción
del tiempo, renovar nuestras costumbres para mantenernos vivos. Estar muy
atentos a la trama rota de nuestros sueños, ese teatro de lo oscuro que viene a
completar la sorprendente lógica de nuestros días.”
Las situaciones por las que transitan estos
seres humanos no son precisamente las más ordinarias, aunque ocurran en un
vagón del metro o en un bar de una calle de Madrid. No son sus temas de
conversación los más banales ni los más cómodos, pero como la pluma de la
autora tiene la capacidad de meternos en su piel, termina logrando que, como
ellos, nos hagamos de nuevo las mismas viejas preguntas sobre la vida. Pero de
eso se trata la buena literatura, el arte verdadero.
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