miércoles, febrero 06, 2008

Asunto: La marcha del 4 de febrero


Subject: Por qué sí fui a la marcha

De: Patricia Iriarte


Ante todo, por pura y simple solidaridad con los colombianos y colombianas secuestradas en la selva, en las ciudades, en los campos de Colombia, de Venezuela o donde quiera que lo estén. No quería que la sospecha que se cerró sobre la marcha contra la FARC, me impidiera entender que lo que esas personas, las secuestradas, necesitan escuchar, es un no rotundo del país a todo lo que significa esa situación. Lo hice por Ingrid y por todos los que no tienen por qué estar allí, cuando la guerra es entre grupos armados, no contra civiles desarmados.

Pero lo hice incluso por los soldados y por los militares retenidos, porque son combatientes de uno de los bandos y existen normas internacionales que los protegen pero no se les pueden aplicar porque el gobierno no admite que exista un conflicto armado. Marché contra el cinismo estatal y contra el otro, que tampoco admite estar equivocado. Quizás sea cierto que la marcha convocada por los estudiantes a través de internet la coptó el establecimiento para justificar, con el respaldo de las masas, una escalada militar contra las FARC. Quizás no. Quizás sea cierto que los gringos están detrás de todo esto; no tendría por qué extrañarnos. Quizás esto tenga un efecto no previsto por ninguno de los actores y se convierta en un importante hecho político que genere cambios en la situación que vivimos; entonces habrá valido la pena.

No lo sé, pero en cualquier caso, no veo la razón para no salir a expresar, en ejercicio de un derecho humano básico, lo que yo pienso. Millones lo iban a hacer, en un sentido. Yo, como muchos otros colombianos y colombianas que decidieron no marchar, quería enfatizar otro aspecto del problema: la necesidad de un acuerdo humanitario para lograr la liberación de los secuestrados. Eso no es estar a favor del gobierno, como tampoco a favor de las FARC. Yo también creo que lo urgente es darle una salida negociada al conflicto armado, y así puedo expresarlo también en un espacio como Facebook o cualquier otro de la red. Es más, el septiembre del año pasado se organizó en Barranquilla una jornada por la paz a la que podrían haber ido todos los que se oponían a la marcha de hoy, pero tampoco esa vez asistieron.

Allí había muchos, que como yo, no teníamos la camiseta oficial del evento. Un hombre, que se firmaba como “víctima de la injusticia”, llevaba sobre su cabeza un cartel manuscrito que rezaba/: “estoy criticando todo aquello que genere violencia. No más terroristas. Organismos estatales a los corruptos los premia, les da casa por cárcel, eso se llama injusticia…”/ Otros, con diversos tonos de sátira carnavalera, decían otras cosas alrededor de Chávez y Kennedy, y otros esgrimieron la imagen de Gandhi.

No soy uribista, aunque me haya mezclado con la multitud de marchantes, como tampoco me hubiera convertido en guerrillera si hubiera decidido quedarme en casa. Yo quería marchar contra todos los grupos armados, y así pude decírselo al periodista John Lee Anderson, que reporteaba a manifestantes en el atrio de la catedral, antes de que la multitud se dispersara. Yo quería marchar por el acuerdo humanitario y así lo hice sin que nadie me lo impidiera ni me agrediera por ello. Es decir, había que estar allí para decir lo que pensábamos.

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