Bajo este título se publicará en este blog una serie de notas de Mara del Río sobre la experiencia de vivir en este distrito comercial y portuario de Barranquilla, doscientos años después de que la Gobernación de Bolívar decidiera elevar a la categoría de Villa aquel pujante villorrio ubicado en las bocas del Magdalena.
Las entregas estarán acompañadas de fotografías que buscan reflejar diversos momentos y lugares de la ciudad y sus espacios públicos, ilustrando las impresiones de una ciudadana que ha tenido la suerte de conocer otras ciudades y tiene la posibilidad de establecer contrastes entre la forma de habitar (y de administrar esta ciudad) y la otra manera en que podríamos hacerlo –más madura, más responsable, más grata para todos y todas.
I. Las calles de Barranquilla
Por Mara del Río
En esta “aventura” que es ser barranquillera por adopción, como tantos otros habitantes del Distrito, no ceso de preguntarme por qué somos como somos en esta ciudad de locos.
En la costumbre nostálgica de los barranquilleros, cada vez que se habla de las calles de la ciudad se mencionan los antiguos nombres con que éstas se conocieron a finales del siglo 19 y principios del 20. Pero no es a eso a lo que quiero referirme, sino a las calles de ahora. Calles que amo recorrer y sobre todo, observar. Me gusta buscar esquinas gemelas, como la 45 con 45, la 44 con 44, la 33 con 33, la 22 con 22. Me gusta observar a sus gentes; lo que hacen, lo que visten, lo que dicen, el volumen en que lo dicen, la forma como lo dicen, la manera como se comportan en la ciudad. Con la ciudad.
Las calles son, en parte, la piel de la urbe. La superficie de contacto entre ciudad y ciudadanos, el espacio de intercambio de golpes o caricias. La de Barranquilla es una piel deteriorada, marcada por cicatrices, por acné, por eccemas, por erupciones y pústulas que afean su cuerpo y le hace crear, con sus habitantes, una difícil relación en la que todos salimos lastimados.
Cra 54 con 70, a la entrada del Hotel El Prado. |
Llevo casi una década (el cinco por ciento de esos 200 años) recorriendo la ciudad en motocicleta, el medio de transporte que permite, entre otras, un contacto más íntimo con esa piel. Desde la moto se siente directamente en los riñones cualquier irregularidad en la calzada, y hay que estar muy alertas para evadir ciertos obstáculos que solo en Barranquilla se encuentran. Por ejemplo, los trozos de cable eléctrico que cuelgan de las redes justo a la altura de la cabeza del conductor, o las zanjas atravesadas de acera a acera, traicioneras, ineludibles, dañinas para la moto, el carro, la bici y el genio de quien maneja. Las zanjas son una verdadera pesadilla, una infección hasta ahora incurable en la piel de la ciudad, producto de la irresponsabilidad de las empresas de servicios que abren la brecha para hacer trabajos y no la cierran o la cierran tan mal que a los pocos días, a veces horas, la zanja queda abierta como una herida más, dificultando la movilidad y afeando la cara de la urbe.
Reparcheo en la intersección de la Cra 54 con calle 70: como marcas de viruela en la cara de esta importante esquina. |
Estado del bulevar de la Cra 54 con calle 64 |
Pero una de las más extrañas afecciones que sufren las calles de Barranquilla son los cráteres que se abren de un día para otro en el pavimento. He llegado a pensar que hay una raza extraterrestre que nos ataca en las noches, haciendo caer aquí y allá una enorme bola de acero que deja las calles inservibles. Cráteres que aparecen de manera indiscriminada pero que parecen tener preferencia por las calles donde se encuentran las clínicas, las universidades y el sector patrimonial de la ciudad. De unos días para acá han comenzado a pavimentar algunos tramos de la carrera 54, pues es inconcebible que la arteria que va desde la Vía 40, pasando por la Casa del Carnaval, el Teatro Amira de la Rosa, Teatro José Consuegra, Escuela de Bellas Artes, y todo el viejo Prado hasta la calle 76, se encuentre en un estado tal de abandono que da vergüenza con los visitantes que vienen a conocer el barrio el Prado y todo un sector que deberíamos mantener como una tacita de plata por su valor urbanístico. No es congruente, y uno no se explica por qué los dirigentes de la ciudad no se percatan de esto, con las grandes inversiones que están haciendo en hoteles cinco estrellas, centros comerciales y edificios suntuosos. ¿Qué clase de ciudad es esta?
Uno de los cráteres de la Cra 49C. |
No, no es fácil transitar por estas vías. Movilizarse en forma fluida es un placer que en muy pocas calles se puede disfrutar, y no sólo por cuenta de estas llagas sino de otros obstáculos que ponen en aprietos a automovilistas, motociclistas, ciclistas, peatones, ‘carroemuleros’ y carretilleros. Todos nos movemos por las mismas rutas pero no todos transitamos en el mismo sentido. Los carros de mula y carretillas, por ejemplo, no tienen problema para meterse en contravía por avenidas, arterias o calles secundarias, como si fuéramos todavía la villa de 1813. Los buses no saben lo que es ceder el paso, y los dueños de camionetas se consideran superiores al resto de la humanidad y por tanto con derecho a pasar primero y por encima de todos. Pero de las camionetas y otras hierbas urbanas me ocuparé en una próxima ocasión.
Estado de la calzada en la zona patrimonial de Barranquilla. |
No hay comentarios.:
Publicar un comentario