domingo, septiembre 29, 2013

Recordando a Mutis


Alvaro Mutis, poeta y narrador
Bogotá, 1923 – Ciudad de México, 2013

Para los escritores y lectores de mi generación, que transitamos los caminos intelectuales de la izquierda, Alvaro Mutis fue una especie de escritor tabú, no sólo por representar a una burguesía soberbia, orgullosa en su condición privilegiada,  sino por haberse declarado públicamente amigo de la monarquía. Decir aquello en una época de revoluciones, pero en especial de los años 80 para acá, era un anatema. La militancia de ese entonces tomó aquello al pie de la letra y declaró a Mutis como el amigo facho de Gabriel García Márquez.  Para mí, como poeta, era difícil sobreponer las consideraciones políticas a las literarias, así que decidí desobedecer la censura tácita que pesaba sobre su obra y empecé a acercarme a ella leyendo todo lo que salía en revistas y  publicaciones periódicas. Luego compré por primera vez un libro de Mutis, La última escala del Tramp Steamer, que absorbí de un tirón, y años después el cine nos reveló esa bella historia que es Ilona llega con la lluvia, magníficamente contada por Sergio Cabrera. Entonces estaba lista para adentrarme más en su poesía, y nada mejor para eso que la selección publicada por Procultura en 1985 bajo el cuidado de Santiago Mutis, con la poesía publicada hasta ese momento por el escritor bogotano.  De allí escogí los primeros poemas de Mutis que entraron a formar parte de mis favoritos, y algunos de los cuales comparto con ustedes en esta entrada. 

Pero antes, unas líneas para decir que cuando me encontré en Mutis con esas descripciones galopantes de las selvas y pantanos tropicales, con ese asombro por los insectos, con ese sentimiento de derrota ante la corrosión del tiempo, no pude dejar de pensar en su antepasado el botánico, que arrastró su hábito de religioso por las mismas selvas, páramos y lodazales que el joven escritor vería después, en su afán por describir las plantas americanas. Ahora caigo en la cuenta de que si aquel Mutis José Celestino trascendió por su expedición a la flora colombiana, este Mutis Alvaro que acaba de morir trascendió por hacer de la poesía su personal expedición al lenguaje. No fueron sus ideas políticas ni su amistad con escritores ilustres, sino su trabajo de gaviero en las letras hispanoamericanas.

Patricia Iriarte



Soledad

En mitad de la selva, en la más oscura noche de los grandes árboles, rodeado del húmedo silencio esparcido por las vastas hojas del banano silvestre, conoció el Gaviero el miedo de sus miserias más secretas, el pavor de un gran vacío que le acechaba tras sus años llenos de historias y de paisajes. Toda la noche permaneció el Gaviero en dolorosa vigilia, esperando, temiendo el derrumbe de su ser, su naufragio en las girantes aguas de la demencia. De estas amargas horas de insomnio le quedó al Gaviero una secreta herida de la que manaba en ocasiones la tenue linfa de un miedo secreto e innombrable. La algarabía de las cacatúas que cruzaban en bandadas la rosada extensión del alba, lo devolvió al mundo de sus semejantes y tornó a poner en sus manos las usuales herramientas del hombre. Ni el amor, ni la desdicha, ni la esperanza, ni la ira volvieron a ser los mismos para él después de su aterradora vigilia en la mojada y nocturna soledad de la selva.




Un bel morir


De pie en una barca detenida en medio del río
cuyas aguas pasan en lento remolino
de lodos y raíces,
el misionero bendice la familia del cacique.
Los frutos, las joyas de cristal, los animales, la selva,
reciben los breves signos de la bienaventuranza.
Cuando descienda la mano
habré muerto en mi alcoba
cuyas ventanas vibran al paso del tranvía
y el lechero acudirá en vano por sus botellas vacías.
Para entonces quedará bien poco de nuestra historia,
algunos retratos en desorden,
unas cartas guardadas no sé dónde,
lo dicho aquel día al desnudarte en el campo.
Todo irá desvaneciéndose en el olvido
y el grito de un mono,
el manar blancuzco de la savia
por la herida corteza del caucho,
el chapoteo de las aguas contra la quilla en viaje,
serán asunto más memorable que nuestros largos abrazos.




Breve poema de viaje

Desde la plataforma del último vagón
has venido absorta en la huida del paisaje.
Si al pasar por una avenida de eucaliptos
advertiste cómo el tren parecía entrar
en una catedral olorosa a tisana y a fiebre;
si llevas una blusa que abriste
a causa del calor,
dejando una parte de tus pechos descubierta;
si el tren ha ido descendiendo
hacia las ardientes sabanas en donde el aire se queda
detenido y las aguas exhiben una nata verdinosa,
que denuncia su extrema quietud
y la inutilidad de su presencia;
si sueñas en la estación final
como un gran recinto de cristales opacos
en donde los ruidos tienen
el eco desvelado de las clínicas;
si has arrojado a lo largo de la vía
la piel marchita de frutos de alba pulpa;
si al orinar dejaste sobre el rojizo balasto
la huella de una humedad fugaz
lamida por los gusanos de la luz;
si el viaje persiste por días y semanas,
si nadie te habla y, adentro,
en los vagones atestados de comerciantes y peregrinos
te llaman por todos los nombres de la tierra,
si es así,
no habré esperado en vano
en el breve dintel del cloroformo
y entraré amparado por una cierta esperanza.




Cada poema

Cada poema un pájaro que huye
del sitio señalado por la plaga.
Cada poema un traje de la muerte
por las calles y plazas inundadas
en la cera letal de los vencidos.
Cada poema un paso hacia la muerte,
una falsa moneda de rescate,
un tiro al blanco en medio de la noche
horadando los puentes sobre el río,
cuyas dormidas aguas viajan
de la vieja ciudad hacia los campos
donde el día prepara sus hogueras.
Cada poema un tacto yerto
del que yace en la losa de las clínicas,
un ávido anzuelo que recorre
el limo blando de las sepulturas.
Cada poema un lento naufragio del deseo,
un crujir de los mástiles y jarcias
que sostienen el peso de la vida.
Cada poema un estruendo de lienzos que derrumban
sobre el rugir helado de las aguas
el albo aparejo del velamen.
Cada poema invadiendo y desgarrando
la amarga telaraña del hastío.
Cada poema nace de un ciego centinela
que grita al hondo hueco de la noche
el santo y seña de su desventura.
Agua de sueño, fuente de ceniza,
piedra porosa de los mataderos,
madera en sombra de las siemprevivas,
metal que dobla por los condenados,
aceite funeral de doble filo,
cotidiano sudario del poeta,
cada poema esparce sobre el mundo
el agrio cereal de la agonía.



Una palabra

Cuando de repente en mitad de la vida llega una palabra jamás antes pronunciada,
una densa marea nos recoge en sus brazos y comienza el largo viaje entre la magia recién iniciada,
que se levanta como un grito inmenso hangar abandonado donde el musgo cobija las paredes,
entre el óxido de olvidadas criaturas que habitan un mundo en ruinas, una palabra basta,
una palabra y se incicia la danza pausada que nos lleva por entre un espeso polvo de ciudades,
hasta los vitrales de una oscura casa de salud, a patios donde florece el hollín y anidan densas sombras,
húmedas sombras, que dan vida a cansadas mujeres.
Ninguna verdad reside en estos rincones y, sin embargo, allí sorprende el mudo pavor
que llena la vida con su aliento de vinagre-rancio vinagre que corre por la mojada despensa de una humilde casa de placer.
Y tampoco es esto todo.
Hay también las conquistas de calurosas regiones donde los insectos vigilan la copulación de los guardianes del sembrado que pierden la voz entre los cañaduzales sin límite surcados por rápidas acequias y opacos reptiles de blanca y rica piel.
¡Oh el desvelo de los vigilantes que golpean sin descanso sonoras latas de petróleo
para espantar los acuciosos insectos que envía la noche como una promesa de vigilia!
Camino del mar pronto se olvidan estas cosas.
Y si una mujer espera con sus blancos y espesos muslos abiertos como las ramas de un florido písamo centenario,
entonces el poema llega a su fin, no tiene ya sentido su monótono treno
de fuente turbia y siempre renovada por el cansado cuerpo de viciosos gimnastas.

Sólo una palabra.
Una palabra y se inicia la danza
de una fértil miseria.












http://cvc.cervantes.es/actcult/mutis/obra/

Aquí, La muerte del capitán Cook, en la voz del poeta:

Poema en audio: La muerte del capitán Cook de Alvaro Mutis por Alvaro Mutis


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