domingo, agosto 11, 2013

Adolfo Mejía

Cantaclaro reproduce la columna de Miguel Iriarte sobre el músico sinceano Adolfo Mejía Navarro, publicada por la revista virtual Las 2 Orillas el 27 de julio de 2013, y la complementa con un enlace al relato que hiciera su padre, Fernando Iriarte, sobre la infancia de Mejía,  publicado por el blog dedicado a Mejía de la página soysince.com




Es casi seguro que la gran mayoría de colombianos que tengan la oportunidad de leer esta columna hoy no se sientan interpelados por el nombre de Adolfo Mejía. No es extraño tampoco que muchos jóvenes y adultos del Caribe colombiano vinculados inclusive a la música en sus distintos niveles tengan una idea clara de qué representa ese nombre para la música nacional y para la música latinoamericana.

Es posible, inclusive, que en el propio San Luis de Sincé, el pueblo de Sucre donde nació en febrero de 1905, y en donde habita un busto ubicado en la plaza principal, las últimas generaciones y los visitantes no lo reconozcan ni sepan de quién se trata, porque desde hace mucho tiempo alguien arrancó de su pedestal la placa que lo identificada.

Hace algunos años, cuando en febrero de 2005 se cumplieron los cien años de su natalicio, muchos colombianos  se sorprendieron con una alusión que en ese momento hiciera Daniel Samper Pizano de nuestro personaje en su columna de El Tiempo,  reclamando, como de alguna manera lo hacemos hoy nosotros, la atención y el conocimiento que el país, pero especialmente el Caribe colombiano, debe prestar a una de las inteligencias musicales más destacadas de la cultura nacional. Una figura que no ha contado con la difusión más que merecida de su vida y de su obra musical y poética, tal vez por esa grave imposibilidad que padecemos en nuestra región de reconocernos en lo fundamental; por la tendencia, en cambio, a  entregarnos sin reserva solo a lo ruidoso y efectista, dejando de lado todo aquello que nos requiere introspección y nos reclama serenidad del pensamiento para detenernos a mirar más allá de la caricatura de nosotros mismos.

Por estos días del Festival Internacional de Poesía en el Caribe, PoeMaRío, de manera casual nos hemos encontrado con un par de interpretaciones de Mejía insertadas en los recitales de este festival, interpretadas por dos jóvenes músicos de Barranquilla: una pianista que tocó su famosa danza Pincho y un guitarrista que tocó uno de esos bambucos con los que Mejía, un hombre del Caribe, hacía honores a la música popular de los Andes colombianos. Yo, que conté con la suerte de disfrutar desde pequeño de la música y de las historias de Adolfo Mejía, por entrañables razones familiares que ahora no daré, empecé a pensar en que es posible que el nombre de Mejía ya esté empezando a tocar de una forma distinta a las puertas de una nueva generación de nuestros músicos.

Pero no me hago ilusiones. Porque lo que es cierto, y duele, es que hoy por hoy a Mejía se le conoce, se lo interpreta y se lo estudia mucho más, y con mayor empeño y seriedad, en las facultades y academias musicales del interior del país, que en las instituciones análogas del Caribe colombiano. Y es imperativo que en todos los centros culturales y las escuelas de nuestra región se conozca y se sienta la importancia de un artista que representa de manera extraordinaria la música colombiana en el concierto del nacionalismo musical latinoamericano, al lado de Ginastera en Argentina; Cervantes o Saumell en Cuba; Chávez o Revueltas en México;  y Villalobos en Brasil.

Su música está animada de manera clara y reconocida como una música que fundamenta su esencia y su estructura en los motivos de nuestra música popular, a la que estuvo vinculado desde los seis años de edad cuando aprendió de su padre, el músico y orfebre momposino Adolfo Mejía Valverde, los rudimentos del tiple y la guitarra, o bien en los motivos centrados en los aspectos culturales propios de la herencia española y europea de nuestro mestizaje cultural producto de su búsqueda permanente de nuevas formas y sonidos; pero ante todo resume un abierto y exquisito espíritu humanista de una amplia cultura construida a partir de la lectura, sus viajes y el estudio de la música y de las lenguas extranjeras.

Primicias, su primera obra, fue compuesta a los escasos trece años de edad, y desde ese momento Adolfo Mejía empieza a escribir una historia artística que debería tenerse hoy como modélica. Su obra es extensa y aún desconocida, a pesar de que nuestras principales orquestas sinfónicas y filarmónicas del país, tan escasas, tienen en sus repertorios algunas de sus piezas más representativas, y pianistas destacadas como Teresita Gómez y Helvia Mendoza sean las principales intérpretes de su obra pianística.

Pero Mejía es mucho más. Es uno de los hombres que mejor representa una idea sana e inteligente de esto que hoy por hoy hemos dado en llamar nuestra cultura del Caribe. Y hay que conocerlo, reconocerlo y reactualizarlo.


Hasta aquí el retato de Miguel Iriarte, y a continuación, el enlace al texto del también músico Fernando Iriarte Navarro, gran amigo de Mejía en su natal Sincé:
http://soysince.com/adolfomejia/episodios-de-la-infancia-de-adolfo-mejia-navarro/

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