domingo, octubre 16, 2011

Entrevista con Aline Helg


"De pronto me quedo en el Caribe"


Cuando Aline Helg comenzaba sus estudios en la Universidad de Ginebra, comenzaba también en el Cono Sur la época de las dictaduras, y  Suiza fue uno de los países que recibió una gran cantidad de exiliados políticos de los países suramericanos. Muchos de ellos fueron sus compañeros de estudios pero uno en particular, un chileno-suizo que se había sido su gran amigo, fue desaparecido después en la Operación Cóndor del régimen de Pinochet.  “Eso me movilizó enormemente”, dice la historiadora en una entrevista que concedió a Cantaclaro en la recepción de un hotel en Riohacha, donde había sido invitada por la Expedición Padilla para dictar una conferencia y presentar su libro sobre el Caribe colombiano, publicado por primera vez en Colombia.[1]

En unos minutos el bus de la expedición nos llevaría a conocer la Laguna Salada y el sitio aproximado donde estuvo la Villa de Pedraza, la cuna del héroe de la Independencia José Padilla, la figura histórica a la cual esta mujer le ha dedicado años de investigación.

Pero ¿cómo se interesa esta investigadora por una figura hasta entonces ignorada de la historia de Colombia?

Después de haber estudiado Historia, Español y Ciencia Política, y tras su doloroso contacto con la realidad de América Latina, Aline se interesa en trabajar con la Unesco; pensando quizás en vivir un tiempo en París. Sin embargo, para ello necesitaba tener un doctorado y pensó que uno muy interesante podrían ser el de Historia de la Educación, pero ¿dónde? “Mirando el mapa de Suramérica  el único país que no estaba bajo una dictadura era Colombia. Estaba en estado de sitio pero no en dictadura.”  Así fue como en 1979 llegó a Colombia para hacer la investigación en terreno, y se vinculó nada menos que a la Universidad de los Andes, en Bogotá, como profesora visitante. De esa temporada cuenta, a manera de anécdota, que sus estudiantes –la mayoría de clase alta- se negaban a ir a las oficinas del DANE para buscar los documentos que ella les pedía consultar porque consideraban –al menos, eso les decían sus padres- que la Avenida El Dorado era un sitio peligroso. Lo chistoso era que la misma Aline vivía en ese sector, y el único peligro que encarnaba para un joven uniandino era, digo yo, la cercanía de la Universidad Nacional. Eran los años 80, con gobierno de Turbay, Estatuto de Seguridad y sonoros golpes del M-19.

Esa pesquisa sobre la educación la llevó al otro tema que le ha apasionado en los últimos 20 años: el de la raza. Durante su tesis doctoral sobre educación en Colombia Aline Helg encontró que ésta comenzó a desarrollarse cuando los primeros gobiernos de la República lanzaron programas para promover la inmigración europea y así “blanquear” la raza. Era lo que se hacía en ese entonces en otros países, dice la profesora Helg, pues se pensaba que de esa forma la raza iba a mejorar notablemente… sólo que no había una inmigración suficientemente importante en Colombia, y entonces decidieron tomar la vía de la educación y la salud para mejorar a los colombianos: 1930-40

Así fue emergiendo el papel decisivo que había jugado la cuestión racial en la educación. Por ejemplo, dice Helg: “Cuando se estableció la educación pública las clases medias y altas crearon los colegios privados para que sus hijos no se mezclaran con los pobres o los de piel más oscura.”

El asunto la intrigó tanto que luego realizó un estudio sobre teorías raciales en América Latina para ver cómo los pensadores e intelectuales latinoamericanos trataban de conciliar esas teorías europeas y norteamericanas con la realidad que vivían en países mestizos, encontrado escritos que confirmaban un pensamiento racista muy fuerte en esta parte del continente. Lo hizo comparando a Cuba y Argentina, que sí pudieron atraer una importante inmigración europea.

En Cuba encontró que existían organizaciones negras muy fuertes desde 1840, y que allí se había creado el único partido negro del continente después de las guerras de independencia. El resultado de este trabajo se publicó en inglés y español bajo el título Lo que nos corresponde. La lucha por la igualdad de los negros y mulatos en Cuba, estudio que le valió varios premios en Estados Unidos y el Caribe.

Después hizo planes para hacer una investigación sobre el oriente de Cuba pero la situación era tan difícil en ese momento en la isla que decidió volver con su hija a Colombia y ver lo que ocurría en el Caribe colombiano, región de condiciones similares al Caribe insular. Observando esto se planteó las siguientes preguntas: “¿Por qué no hubo una movilización basada en la raza en la Costa Caribe colombiana durante la guerra de Independencia, periodo en que se desbarató todo el sistema de control?” O “¿Por qué la nación colombiana se presenta como mestiza y andina y no como caribeña?”  

“Algunos amigos en Estados Unidos ni siquiera sabían que Colombia tiene la tercera población afrodescendiente más numerosa de América”, dice Aline Helg, quien revisó archivos de España, Inglaterra, Francia, Estados Unidos y Colombia para responder esas preguntas, y poco a poco se dio cuenta de que el caso de Colombia era totalmente distinto al de Cuba, entre otras porque no había medios de comunicación, el sentido de pertenencia a Africa se había perdido y tampoco había una élite de hacendados fuerte, que utilizara la raza para dominar, como la hubo en Cuba, donde aún se utiliza el término “raza de color”.

Además, veía Aline en sus estudios, el Caribe colombiano había sido durante mucho tiempo parte de una gran periferia no conquistada, con poco control de Estado y de la iglesia, por eso no se explicaba cómo en esas sabanas y montes, a la sombra de las rochelas y sitios de libres, no había florecido una insurrección de los sectores mestizos y blancos pobres. Y fue por esos estudios sobre el tema racial como llegó al personaje llamado José Prudencio Padilla.

Personaje que, curiosamente, no apareció cuando investigaba los hechos de la Independencia sino cuando leía la correspondencia del Libertador Simón Bolívar, quien decía en algunas de sus cartas -palabras más, palabras menos -que había que hacer algo con ese militar costeño que amenaza con imponer en la Gran Colombia una “pardocracia” como la que habían impuesto los negros en Haití. Así llega también a las cartas que el mismo Padilla envía a Bolívar y a Santander.

“En ese momento digo: ¡Aquí tengo mi héroe!”, recuerda emocionada Aline, pues mientras que en Cuba había encontrado muchos héroes enaltecidos por la Revolución, en el Caribe colombiano no había encontrado ninguno. Finalmente entendió por qué  Padilla no había podido ejercer aquí un liderazgo como el que ejerció en Cuba un Antonio Maceo: “por la geografía, por las terribles maniobras políticas y por la debilidad de la Costa, a la cual nadie le paraba bolas”, dice la investigadora suiza en su español desparpajado.

“Era una región despreciada, y yo traté de entender por qué, pues toda esa gente también fue independentista, murió en las guerras. Uno de los pocos que sobrevivió fue Padilla; también Juan José Nieto, pero él era muy joven en la época de Independencia.”

Cuando recibía de manos del alcalde su diploma
como hija adoptiva de Riohacha.


Algunos historiadores dicen hoy que a pesar de todas las críticas que se hacen a los caudillos, estos sembraron las semillas de la nación con sus redes de clientelismo y arraigo en las masas. En la región Caribe no hubo ese caudillo. Padilla era un hombre honesto, sin deseos de riquezas; su riqueza era su honor, su figura y su única ambición el reconocimiento de su papel en la guerra de Independencia.

Sus estudios sobre el Caribe colombiano le tomaron casi diez años, hasta la publicación en 2004 de Libertad e igualdad en el Caribe Colombiano 1770-1835, obra que recibió el Premio John Edwin Faggde de la Asociación Americana de Historia en 2005. Su primer artículo sobre el Almirante guajiro[2] había salido en 2001, y fue antes de que descubriera el panfleto Al respetable público de Cartagena, que dio origen a otro artículo: Bolívar, Padilla y la pardocaracia. Un tema en el que Helg ve toda una veta de trabajo.

-        O sea que podría seguir trabajando sobre Padilla, le digo.
“Ah, si me dan documentos, sí, estoy lista”, responde sonriendo.

Ahora está terminando algo sobre el pensamiento social de Bolívar, tiene un “pequeño” proyecto sobre historias de mujeres esclavas que lucharon por su libertad, y finalmente, le da los últimos toques a su Historia general de la resistencia de los esclavos en las Américas.

Tenía también un proyecto sobre historia del Pacífico “pero con esta Expedición Padilla tengo tanto corazón aquí, que voy a tener que decidir. De pronto me quedo en el Caribe”.
Por ahora seguirá con sus cursos en Ginebra, pero tiene tantos amigos aquí que lo más seguro es que regrese. Además, ahora es hija adoptiva de Riohacha.  

Ver otra entrevista y artículos sobre Aline Helg en: 




[1] Libertad e igualdad en el Caribe Colombiano 1770-1835. Banco de la República/Fondo Editorial Universidad EAFIT, Bogotá/Medellín, 2011
[2] “El general José Padilla en su laberinto: Cartagena en el decenio de 1820”, en Haroldo Calvo Stevenson y Adolfo Meisel Roca, eds., Cartagena de Indias en el siglo XIX, (Cartagena: Universidad Jorge Tadeo Lozano/Banco de la República, 2002), pp. 3-29.

1 comentario:

  1. Entonces, ¿Padilla tendría una segunda faceta que lo proyecta igualmente, como pre-figurador de un hombre de talante pacífico? Buen caribe, sin duda. Gracias por interesante entrevista, cantaclaro.

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