martes, abril 21, 2009

DIA DE LA TIERRA, UNA VEZ MÁS



El planeta está en serios aprietos. Los efectos de la sobrepoblación y la explotación irracional de los recursos en todos los países, la industrialización feroz, la contaminación de aguas, suelos, aires y mentes, la pérdida de biodiversidad y muchos otros males forman el rosario de daños que le infligimos a la Tierra.

Cientos de estadísticas han sido divulgadas por los medios durante años para tratar de darnos una idea del desastre: número de hectáreas deforestadas por segundo, número de especies en peligro de extinción, grados en que aumenta la temperatura terrestre... Números y más números, pero nada parece cambiar. Porque los cambios tienen que provenir de los ciudadanos y de los gobiernos. No de unos u otros, sino de todos y todas. Y sobre todo, serán el resultado de un cambio de conciencia, de un darse cuenta, de un despertar, de un abrir los ojos frente a las señales que Ella nos da. Si lo que estamos viendo no nos dice nada, estamos irremediable e imperdonablemente perdidos.

¿De dónde viene esta fecha?

La primera manifestación tuvo lugar el 22 de abril de 1970, promovida por el senador y activista ambiental Gaylord Nelson, para la creación de una agencia ambiental. En esta convocatoria participaron dos mil universidades, diez mil escuelas primarias y secundarias y centenares de comunidades.  La presión social tuvo sus logros y el gobierno de los Estados Unidos creó la Environmental Protection Agency (Agencia de Protección Ambiental) y una serie de leyes destinada a la protección del medio ambiente. (Wikipedia)

La fecha comenzó a celebrarse desde entonces en casi todo el mundo, pero la preocupación ambiental empezó a expandirse especialmente a partir de 1972, cuando se realizó en Estocolmo la Primera Conferencia de las Naciones Unidas por el Medio Ambiente. Dos décadas después, los gobiernos del mundo volvieron a reunirse en Rio de Janeiro en la Cumbre de la Tierra. De allí salieron la Carta de la Tierra, la Declaración de Rio y una docena de convenciones más que han intentado detener el desastre ambiental.  Una de las más importantes, la de Biodiversidad, sigue esperando la firma de los Estados Unidos.


 Tres poemas de Patricia Iriarte para la Pacha Mama

 

 

Carreteras

Manglares muertos hieren mis ojos

durante horas.

 

Siglos llevados a ceniza. 

Escombros de lo que tuvo vida.

 

¿Adónde se fueron la savia y el cangrejo?

¿Adónde el refugio de raíces,

el brindis de salobre bebida,

la posada del pájaro viajero?

 

¿Adónde dicen que conduce

esta larga y rugiente carretera?

 

 

 

Sierra y selva 

(O poema para un epígrafe)

 

“Éstos son los reinos de Paititi

donde se tiene el poder de hacer y deshacer,

donde el burgués sólo encontrará comida

y el poeta tal vez pueda abrir

la puerta cerrada desde antiguo,

del más purísimo amor...

Aquí puede verse sin atajos

el color del canto

de los pájaros invisibles”

(Hallado en la

Sierra Nevada de Santa Marta)

 

Ahora lo recuerdo: El universo nos mira desde los Andes. Sabias y antiguas voces nos hablan desde las blancas cumbres.

  Y desde las malocas, sentadas desde siempre en el corazón de la Amazonia, nos llega el recuerdo de lo que alguna vez fuimos.

 

No son otros los lugares por mirar cuando querramos encontrar pasos perdidos. No son otros los autores por leer. Todo está escrito en estas tierras, en estos árboles, en estos caminos. Sólo tenemos que prestar oídos a los mamas y chamanes. Abrir el corazón a las razones del bosque y de la selva; descifrar en los surcos abiertos por el agua las leyes del respeto.

 

Las raíces, ávidas, nos llaman con fuerza hacia el adentro. Guatavita, Duriameina, Araracuara, Macuira, Urubamba, Machu Pichu. La savia toma un nuevo aliento para emprender el viaje de partida. Y de regreso.

 

 

 

Golfo del Darién

 

Con rumbo norte

la selva estará siempre a mi derecha

La mar, junto a mi corazón.

 

A ella la he visto, apacible,

lamer la arena y besar el arrecife.

La he visto teñirse el pelo con el color del río

y ponerse el traje negro para sortear la noche.

 

He visto el bosque nocturno cerrarse sobre mí

y rodearme con sus cantos de todo origen.

Me he sentido una hoja más, un soplo

entre sus manos.

 

He temblado ante su grandeza y sus criaturas.

Me he asombrado con su esplendor diurno.

 

He transitado ese mapa bajo un aguacero,

temiendo a la roca lisa, al lodo, a la serpiente.

 

Pero he visto más: he visto la triste huella

del hombre sobre la playa.

Su rastro de desperdicios, su voracidad, su indiferencia.

He oído, al atardecer, el ronquido de la motosierra,

y sentido escalofrío al imaginar su tarea.

He escuchado el testimonio de su gente

sobre lo que había, y lo que era.

Y yo, que no puedo comparar, lloro con ellos.


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